ELLE España

ANATOMÍA DE UN ICONO

Existe un espacio en la londinense calle Park Lane, entre el taller de la empresa Esso y la espectacular residencia en la ciudad del jeque Hamad bin Abdullah al Thani, que, en cierta manera, siempre pertenecerá a Priyanka Chopra Jonas (la India, 1982). Se trata del Grosvenor House Hotel, escenario de cientos de eventos corporativos y ceremonias y, desde hace dos décadas, cuartel general de las aspirantes a Miss Mundo siempre que el de la belleza se organiza en la capital inglesa. Cuando surge el tema, una amplísima sonrisa se intuye en la cara de Priyanka -los ojos se entrecierran, la mascarilla se estira-, ganadora del certamen en la edición de 2000. Su coronación la convirtió en uno de los rostros más famosos de Asia del Sur y la empujó a dar su primer paso en la conquista de Occidente; tenía 18 años y el pelo largo, saludaba al público con la mano como la gente de la realeza y sus facciones parecían esculpidas en un sueño de Pixar. Para muchas mujeres, ser Miss Mundo es la cima de una vida. Porque no debe de haber nada mejor que ser considerada la más guapa del planeta, aunque la decisión la tome un jurado compuesto por, entre otros, la Lulu, la actriz de Stephanie Beacham y el cantante de Hot Chocolate (¿te suena Yo crecí enganchada al certamen, lo devoraba, incluso me séde aquí a 2022. Priyanka me ha convocado en un lugar al que cada vez es más raro que un entrevistado invite a un periodista: su casa. Reside en una zona muy del oeste de Londres, y el interior de la vivienda es exactamente como imaginas al observar la fachada. De las paredes cuelgan cuadros extravagantes y hay pilas de por todas partes y un piano de cola reluciente. Según se cuenta, este fue el hogar de un cantante muy famoso. No parece, desde luego, el sitio indicado para encontrar a una estrella de Hollywood con los pies en la tierra, aunque, como descubriré después, se trata de un espacio de alquiler y temporal. A Priyanka la acompañan su madre, llegada de Bombay; su marido, Nick Jonas, recién aterrizado de Los Ángeles, y, por lo que deduzco al ver un de Goyard en la entrada, su perrita, Diana, una de las musas de estilo más infravaloradas de la red (síguela en Instagram para comprobarlo, @diariesofdiana). «¡Farrah! ¡Qué tiempos tan raros...!», me saluda, ataviada con un vestido de seda de Chloé, unos de Bottega Veneta y una mascarilla que le cubre el rostro casi por completo. Sus ojos me dicen que, dada la situación, está a punto de romper a carcajadas (yo también llevo casi toda la cara tapada y por la mañana he dado negativo en un test de covid-19). De algún modo, Priyanka tiene por qué darle las gracias a la pandemia: por primera vez en años, ha podido hacer una pausa. «Llevo media vida en hoteles y apartamentos de AirBNB -explica con tono cansado-. Nada más instalarme en mi casa de Bombay, me mudé a Estados Unidos para participar en la serie Después, nada más instalarme en mi casa de Nueva York, me mudé a Los Ángeles. Soy un espíritu nómada, pero el me ha brindado tiempo. ¡No pasaba seis meses seguidos en el mismo sitio desde hacía 20 años! He trabajado festivos, cumpleaños, nocheviejas... Sin tregua, siempre localizable. Así que las primeras semanas de confinamiento me las tomé en plan: “¡Bien! ¡Vacaciones en casa!”. Pero, como no me gustar estar quieta, me concentré en el libro». Sí, que es la razón de que yo esté aquí. Se llama título que da una pista del largo camino que la artista tiene por delante y que recoge detalles de su carrera hasta hoy. Dos décadas de idas y venidas hábilmente gestionadas para triunfar en la India y asentarse en Estados Unidos. Dos décadas de constancia y esfuerzo. Con lo bueno y lo malo de las pasarelas y de los pasillos de Bollywood y de Hollywood. «Me tiraron a la piscina a los 17 y sólo me quedaba una opción: aprender a nadar. Y eso hice. Ha habido tropiezos, pero creo que la trayectoria es ascendente». En la distancia corta, dirías que el trabajo es el hábitat de Chopra. Incluso cuando se refiere a su matrimonio con Jonas se observan rutinas y una intrincada organización, en este caso, para que la pareja coincida en el espacio y el tiempo. «Nos vemos cada tres semanas. Da igual en qué parte del mundo estemos: volamos adonde sea para estar juntos un par de días. Fue el pacto que acordamos en nuestra boda; si no, sería imposible. Por cierto, ¡nuestros equipos también están casados! -bromea (creo)-. Tienen que estar constantemente: “Vale, lo marcamos en el calendario”, “no, nosotros ese sábado no podemos”, “espera, que muevo esto de fecha”, “sí, eso nos cuadra...”. Es como un supermatrimonio, algo que abarca nuestras familias y nuestros equipos».

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