UNA RIQUEZA CASTIGADA
DOCTOR EN ASIRIOLOGÍA Y PROFESOR DE HISTORIA ANTIGUA DE LA UAB
El mes de marzo de 1843 es una de las fechas más importantes en la historia de la arqueología. Fue entonces cuando Paul-Émile Botta, cónsul francés en Mosul, descubrió los primeros vestigios monumentales de la antigua civilización asiria, que habían permanecido enterrados durante más de dos mil quinientos años. Pocos meses antes, Botta había llevado a cabo excavaciones en Nínive, la última gran capital del Imperio asirio, pero rápidamente las abandonó, al no ser capaz de realizar ningún descubrimiento que valiese la pena, tan solo cerámica y ladrillos. Sin embargo, mientras trabajaba allí, un grupo de aldeanos locales le informaron de que en Khorsabad, una localidad situada veinte kilómetros al noreste de Nínive, existían grandes relieves antiguos que tal vez pudieran interesarle.
Botta envió a varios de sus trabajadores hasta el lugar para comprobar la información. Confirmada su veracidad, trasladó allí a su equipo de trabajo y empezó las excavaciones, con la fortuna de dar rápidamente con las ruinas de un antiguo palacio real. Botta acababa de escribir una página de oro en la historia de la arqueología, al descubrir ni más ni menos que el palacio de Sargón II en la ciudad de Dur-Sharrukin (nombre antiguo de Khorsabad), construido a finales del siglo viii a. C. Aquellos primeros trabajos permitieron desenterrar grandes relieves esculpidos en bloques de alabastro y colosales toros alados, sacando a la luz las primeras muestras de un arte asirio desconocido hasta el momento.
Tan solo
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