‘FOODY ALLEN’
No, aunque lo pongamos, de broma, como título, Woody Allen no es ningún foodie; tanto por sus palabras, como por su físico es fácil deducir que los placeres culinarios no ocupan un lugar preeminente en su vida. Pero como en toda su obra, y su autobiografía (editada por Espasa) no podía ser menos, no sabemos hasta dónde llega la hipérbole, como cuando afirma cuidarse, para lo cual evita fumar y se preocupa por lo que come, “evitando cuidadosamente cualquier alimento que proporcione placer”. Lo cierto es que a sus conocidas hipocondrías y manías él sumó, para terminar de conformar su imagen pública, unos hábitos alimenticios simples y aburridos que han dado, eso sí, material más que suficiente para un buen número de chistes propios.
Sus gustos no son refinados ni sofisticados; no deja de ser un chaval de Brooklyn nacido en una época en la que el sibaritismo sólo se daba en las clases altas y comer ni siquiera llegaba a la categoría de alimentarse. Dejémoslo en llenar la andorga. Cuando dice que él había crecido “comiendo judías de lata”, puede que sea otra exageración, pero no parece que sus recuerdos de infancia relacionados con la comida hayan marcado su existencia; nada de tías o abuelas amorosas horneando jalá. Al contrario, parece sentir un cierto regocijo
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