“CREÍAMOS QUE ÉRAMOS MACHOS.”
STABA CASI OSCURO PERO EL E BOMBERO Paul Malenczak aún podía distinguir el humo que salía por una ventana en el tercer piso del edificio de departamentos. Moviéndose rápido, subió una escalera, mientras portaba su abrigo, casco y aparato para respirar. Rompió una ventana y entró, justo a donde el humo era más denso.
Es “sólo un poco de humo”, pensó Paul, y le abrió al resto de su equipo y se quitó la máscara. Eso fue hace casi cuatro décadas, en abril de 1982, y los hombres de la estación de bomberos 132 de Crown Heights en Brooklyn se sentían invencibles. Algunos fumaban cigarrillos todo el día y se colgaban de la parte trasera del camión mientras se dirigía rumbo a los incendios. ¿Algo pequeño como quitarse la máscara para poder moverse más rápido? Ni siquiera lo dudaban.
A sólo unos kilómetros de ahí, el teléfono
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