Bajo las sugerencias del hemisferio norte se puede apreciar fácilmente que cada día que pasa aumenta la radiación solar, ya que se avecina el solsticio de verano, como aquel tiempo en el que los días son más largos que las noches, recordándonos que todo está dado para ver más allá, develar misterios y trascender aquello que nos propongamos.
El aumento en la extensión de cada día tiene implicaciones sutiles en nuestra vida, que nos recuerdan que sí es posible avanzar con convicciones por la senda que nos corresponde transitar, así haya inconsistencias, problemas, crisis o conflictos. Tenemos de nuestro lado pasar las páginas de los pasados y hallar las certezas que el presente nos sugiere.
Los celtas muy especialmente apreciaron estos días de naturaleza sagrada porque ellos tenían la convicción que la luz era referente de sabiduría y de visión diáfana y sobre este particular salen a relucir los griegos con su diosa ‘Tea’ (Θεία) quien era la fuente de la luz que lo colmaba todo y de sus luminosos hijos ‘Helios’ (el sol), y ‘Selene’ (la luna) que son sinónimo de la luz que colma la tierra y de la claridad de la que los seres vivos se valen para mantenerse en este mundo.
Es un mes para conectarnos con las energías radiantes propias de la vida y del bienestar y para declinar a la oscuridad característica del invierno que lleva en su seno temores, inseguridades e intranquilidades de diversa índole. Es un período en el que es posible alimentar certidumbres y caminar hacia el mañana con determinación.

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