Valentina Roca y el desafío de la Araña: Valentina Roca
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Una corona robada en el Palacio Real.
Una ladrona imposible de atrapar.
Y una firma que revive un caso enterrado hace doce años.
Cuando una figura del pasado de su padre —una enigmática criminal conocida como la Araña— reaparece en Madrid dejando tras de sí una estela de robos imposibles y pistas crípticas, Valentina Roca sabe que no puede quedarse al margen. Junto a su inseparable amiga Sofía, iniciará una carrera contrarreloj para descifrar los movimientos de una mente brillante, capaz de convertir la ciudad en un tablero de ajedrez.
Pero esta vez, el caso no solo es personal… también es peligroso.
Más allá de los museos y los jardines reales, la Araña parece estar tejiendo una red que conecta historia, arte y secretos que jamás debieron salir a la luz. Y Valentina está justo en el centro de esa telaraña.
¿Podrá adelantarse a los próximos movimientos antes de que sea demasiado tarde?
¿O ha caído, sin saberlo, en la trampa perfecta?
David Mateos Pascual
David Mateos: Nací en Madrid el 25 de agosto de 1986. Con 17 años comencé a escribir y 5 años después, en 2003, publiqué mi primera novela: "La Fotografía". En 2005 conseguí publicar mi segundo trabajo: "Camino a lo Inesperado". En 2023 y tras una trayectoria en la que he escrito numerosos cuentos y relatos cortos, publiqué "Personas: 19 relatos cortos". En 2024 ha salido a la luz "Calan Kennett y El Colgante Dorado". Éste último, es la primera novela de tres que componen la colección de las aventuras de Calan Kennett.
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Valentina Roca y el desafío de la Araña - David Mateos Pascual
Capítulo 1: Imposible
La tranquilidad se hizo añicos contra la pantalla de mi móvil. Durante un segundo eterno, me quedé sin aire, congelada en la piedra tibia del Templo de Debod, con Madrid a mis pies y el caos en la palma de mi mano.
Seis palabras. Ha vuelto a pasar. Es imposible.
Una foto. Una vitrina vacía donde debía estar una corona.
Y un dibujo. Una pequeña y elegante araña.
Sofía, que había estado a mi lado, vio mi expresión y se puso en pie de un salto, sin necesidad de ver el teléfono. Nuestros años de aventuras nos habían dado una especie de sexto sentido. Ya sabía que el libro con las páginas en blanco se había terminado.
—¿Qué es? —preguntó, pero su voz no era de duda, sino de confirmación. Sabía que algo
era el nuevo caso.
No respondí. Le enseñé el móvil. Vio la foto y sus ojos se abrieron como platos. Soltó un madre mía
que se perdió en el viento de la tarde. No hizo falta decir más. Cogimos las mochilas y corrimos escaleras abajo, buscando nuestras bicicletas con una urgencia que ya creíamos olvidada. La misión horchata, los exámenes de matemáticas, la vida normal... todo se había quedado atrás, en otra dimensión.
Mi corazón ya no era un tambor. Era una estampida.
Pedalear por el centro de Madrid esta vez fue diferente. No seguíamos un coche a la distancia, ni nos dirigíamos a un palacete silencioso. Nos guiábamos por el sonido. El aullido creciente de las sirenas nos indicaba el camino. El destino era el Palacio Real.
Llegamos a la Plaza de Oriente y el espectáculo era sobrecogedor. La piedra blanca del palacio parecía teñida de un azul eléctrico y fantasmal, un reflejo del baile de luces de una docena de coches de policía. El cordón de seguridad era tres veces más grande que el del Museo del Prado. Los periodistas se agolpaban, gritando preguntas a cualquiera que llevara un uniforme. Era más que un robo. Se sentía como una crisis de estado.
Divisamos el coche de mi padre aparcado en una zona prohibida. Y le vimos a él.
No era el mismo inspector Roca de los casos anteriores. Contra el telón de fondo del crimen, siempre lo había visto concentrado, enérgico, incluso disfrutando del desafío. Esta vez era diferente. Estaba de pie junto al Comisario Jefe, pero su mirada estaba perdida, sus hombros un poco caídos. Parecía... superado. Y, por primera vez desde que tengo uso de razón, preocupado de verdad. Esa imagen me dio más miedo que cualquier ladrón.
—Esto es... otro nivel —murmuró Sofía a mi lado, aferrada al manillar de su bici.
—Vámonos por detrás —dije, reaccionando—. El ruido nunca tiene las respuestas.
Era una lección aprendida. Rodeamos la inmensa plaza hasta los jardines de Sabatini, buscando nuestro ángulo, nuestro puesto de vigilancia. El aire estaba cargado de tensión, de un fracaso colectivo. Quienquiera que hubiese hecho esto, no solo había robado una corona. Había humillado a toda la policía de Madrid.
Llegué a casa mucho después de la medianoche. Papá ya estaba allí, sentado a la mesa de la cocina. No había pizza ni comida china. Solo una taza de café intacta y la mirada perdida en la noche a través de la ventana. Ni siquiera me preguntó dónde había estado.
Me senté frente a él.
—Papá... —empecé con suavidad.
Él negó con la cabeza, sin mirarme.
—No es un caso para que te preocupes, Val. Esto es otra cosa. Más complicado.
—He visto la foto —dije—. La que me has mandado. ¿Qué es esa araña?
Su reacción me heló. Se frotó la cara con las manos y un gesto de agotamiento profundo, casi de derrota. Nunca lo había visto así.
—Es una firma —dijo finalmente, con voz ronca—. Una firma que esperaba no volver a ver en mi vida.
La forma en que lo dijo me confirmó que esta vez el misterio no estaba en los detalles, sino en la historia. En su historia. Mi padre, el héroe, el mejor detective, tenía un fantasma en su pasado. Y ese fantasma acababa de llamar a su puerta.
—No entiendo —insistí, inclinándome sobre la mesa—. ¿Por qué es imposible? ¿Quién es?
Él levantó la vista y sus ojos se encontraron con los míos. Vi en ellos una sombra que no conocía. Una duda que jamás le había visto.
—Porque no es una ladrona nueva, Val. Es un fantasma —hizo una pausa, y cada palabra le pesaba—. Y es imposible porque la primera vez, hace diez años, estuve a un solo
