Genocidio en Gaza
Por Marcelo Ungarit
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En Gaza, la devastación no es un accidente: es la consecuencia de una política sistemática de asedio y destrucción. Genocidio en Gaza reconstruye la historia y el presente de un pueblo sometido, con una mirada que combina memoria, análisis político y denuncia ética.
Marcelo Ungarit ofrece un recorrido que va desde la Nakba de 1948 hasta los bombardeos recientes, mostrando cómo se ha llegado a una situación que cumple con todos los elementos jurídicos y humanos del genocidio. El libro también recoge la dimensión cultural y humana de la resistencia palestina, recordando que incluso en la ruina persiste la dignidad.
Una obra que busca incomodar y despertar conciencia: porque poner nombre al genocidio es también una forma de resistencia.
Marcelo Ungarit
Marcelo Ungarit, seudónimo elegido para preservar la independencia de su discurso, es un autor que trabaja en la intersección de la investigación, la divulgación y la narrativa contemporánea. Su obra parte de una premisa sencilla pero urgente: entender los grandes desafíos de nuestro tiempo —desde la expansión de la ultraderecha continental hasta la crisis climática y los conflictos invisibilizados— implica escucharlos, nombrarlos y traducirlos para un público amplio. Publicado por Ediciones Doble A en 2025, Ungarit ha abordado en La Internacional Ultraderechista la metamorfosis del reaccionarismo global (ISBN 979-82-327-0094-2) y en Genocide in Gaza (ISBN 979-82-329-5934-0) el dolor y la geopolítica del conflicto palestino-israelí. Sus textos se editan en español e inglés, y están disponibles en formato e-book, impreso y audiolibro, reflejando su estrategia de llegar a múltiples plataformas. Con una voz directa, sin concesiones superficiales, y una estructura ágil, Ungarit se posiciona como un autor comprometido con la claridad, el rigor y la accesibilidad.
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Genocidio en Gaza - Marcelo Ungarit
Prólogo – Nombrar lo innombrable
Apertura directa
Una niña de seis años espera a que la rescaten de entre los escombros de lo que fue su casa. Su mirada perdida aparece en un breve vídeo que circuló por redes sociales antes de desaparecer en el océano de imágenes que, en cuestión de horas, dejan de ser noticia. El hospital al que iba a ser trasladada ya no existe: un misil lo redujo a ruinas la noche anterior. A su alrededor, hombres y mujeres buscan con las manos, sin maquinaria ni electricidad, entre montañas de cemento.
Todo ocurre en Gaza, en pleno siglo XXI, bajo la atenta mirada del mundo entero. Y, sin embargo, nadie actúa. Europa se refugia en declaraciones tibias mientras sigue firmando contratos de armas y acuerdos comerciales. Asia guarda silencio, atrapada entre sus propios intereses estratégicos y el miedo a incomodar a las grandes potencias. África y América Latina, salvo voces aisladas, apenas logran hacerse oír en medio del ruido diplomático. Naciones Unidas se paraliza entre vetos y resoluciones incumplidas. El planeta entero observa cómo se bombardean hospitales, se destruyen escuelas, se arrasan barrios completos... y lo hace como si se tratara de un espectáculo inevitable.
El genocidio se transmite en directo, minuto a minuto, en pantallas de todo el mundo. No es un secreto, no ocurre en la sombra. Y pese a ello, la maquinaria política global se mueve con la lentitud calculada de quien prefiere la inacción al compromiso. Gaza arde mientras las cancillerías se limitan a expresar preocupación
.
No es una excepción, ni un error. Es la rutina. Es la vida —y la muerte— cotidiana en una franja de tierra que desde hace años funciona como una cárcel. En este lugar, 2,3 millones de personas se hacinan bajo un bloqueo que estrangula el agua, la comida, la electricidad y la medicina. Cuando se les bombardea, no hay refugios seguros, no hay corredores humanitarios, no hay salida posible.
Nombrar este horror es el primer paso para no convertirlo en paisaje. Decirlo sin rodeos, sin eufemismos. Porque cuando una población es sistemáticamente castigada por ser quien es, cuando se le niega la vida digna, la salud, la seguridad, cuando se la persigue hasta el exterminio, no hablamos de conflicto
. Hablamos de genocidio.
La necesidad de nombrar
La palabra genocidio no es ligera ni arbitraria. Fue acuñada en 1944 por Raphael Lemkin para describir lo que los nazis habían hecho contra el pueblo judío y otras comunidades perseguidas. A partir de ahí, se incorporó a la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, aprobada por la ONU en 1948. Según esa convención, genocidio significa cualquiera de los actos cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso.
Ese marco legal fue creado para que nunca más se repitiera lo que el mundo había presenciado en la Shoah. Sin embargo, desde entonces, la palabra se ha repetido en la historia: Camboya, Ruanda, Bosnia, Darfur. Siempre acompañada de un patrón: primero se niega, luego se minimiza, después se reconoce cuando ya es demasiado tarde para las víctimas.
Hoy, en Gaza, cada indicador coincide con esa definición. Los bombardeos indiscriminados, la destrucción sistemática de hospitales, el ataque contra la infraestructura civil básica, el desplazamiento forzoso de cientos de miles de personas, la imposibilidad de acceder a alimentos y agua potable, los asesinatos de familias enteras en cuestión de segundos. No son daños colaterales. No son accidentes. Son actos que responden a una lógica de exterminio.
Nombrarlo no es una exageración, es un deber ético y político. Usar otro término sería un acto de complicidad con la narrativa oficial que pretende reducir todo a guerra contra el terrorismo
o defensa legítima
. Pero ¿qué defensa legítima destruye universidades, mata periodistas, deja morir a bebés en incubadoras desconectadas por falta de electricidad? ¿Qué justicia puede justificarse cuando los niños, las mujeres, los ancianos son quienes pagan el precio más alto?
Según informes de organismos internacionales, las mujeres y los niños constituyen casi el 70 % de las víctimas verificadas en la Franja de Gaza. Hay cifras más específicas: por ejemplo, se han documentado al menos 18.500 niños muertos desde octubre de 2023. También, la organización UN Women estima que más de 28.000 mujeres y niñas han perdido la vida en este mismo período.
La Asociación Internacional de Académicos sobre el Genocidio (IAGS), que reúne a cientos de expertos globales, ha emitido: "Las políticas y acciones de Israel en Gaza cumplen con la definición legal de genocidio en el Artículo II de la Convención de las Naciones Unidas para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio (1948).
Silencio y complicidad
El genocidio no solo se ejecuta con misiles, sino también con palabras, con silencios, con omisiones. Cuando los grandes medios de comunicación hablan de enfrentamientos
en lugar de masacres, están construyendo un relato que diluye la responsabilidad. Cuando los gobiernos occidentales vetan resoluciones de alto el fuego en la ONU, avalan de hecho la continuidad de la matanza.
La historia reciente nos da ejemplos claros: en Ruanda, mientras casi un millón de personas eran asesinadas en apenas cien días, la comunidad internacional hablaba de violencia tribal
. En Bosnia, durante meses se negó que hubiese campos de concentración, hasta que las imágenes de periodistas independientes derribaron la mentira. Siempre se repite el mismo patrón: el mundo tarda demasiado en llamar a las cosas por su nombre.
El lenguaje importa. Nombrar define lo que se recuerda, lo que se archiva en la memoria colectiva y lo que queda como precedente jurídico. Quien logra imponer su relato, controla también la percepción del crimen. Por eso se invierte tanto en propaganda, en titulares ambiguos, en titulares que equiparan víctimas con victimarios.
Callar frente al genocidio de Gaza es ser cómplice. Neutralidad, en este caso, es otra forma de alinearse con el opresor. Porque no se trata de una abstracción ni de una fuerza invisible: Israel es quien ejecuta este genocidio, con un aparato militar que actúa de manera sistemática contra una población civil sitiada. Y lo hace bajo la dirección de un gobierno encabezado por Benjamín Netanyahu, que no ha ocultado nunca su voluntad de arrasar Gaza y borrar de la ecuación política al pueblo palestino.
Nombrar a Israel y a sus dirigentes no es un exceso retórico, es un acto de verdad. Los bombardeos no caen por azar; responden a órdenes políticas concretas, a estrategias militares planificadas y respaldadas por decisiones gubernamentales. El genocidio en Gaza no es un accidente de la guerra: es la consecuencia directa de una política de exterminio diseñada y ejecutada desde Tel Aviv con Netanyahu como rostro más visible.
Razón de este libro
Este libro nace de la urgencia de decir lo que demasiados callan. No surge de la neutralidad, porque la neutralidad ante un genocidio es un lujo inmoral. Nace desde la convicción de que las palabras son armas contra el olvido y contra la manipulación.
No pretendo dar una enciclopedia exhaustiva sobre Palestina ni un análisis académico lleno de notas a pie de página que solo unos pocos leerán. Este libro busca ser una herramienta clara, directa, accesible. Que cualquier lector o lectora pueda entender qué está ocurriendo y por qué es tan grave que no lo llamemos por su nombre.
Escribirlo no significa hablar en nombre de las víctimas: ellas ya tienen voz, aunque se intente silenciarla. Significa acompañar con documentación y con memoria lo que muchos palestinos y palestinas llevan gritando al mundo desde hace décadas. Significa poner datos y contexto donde el ruido mediático intenta sembrar confusión.
El lector encontrará en estas páginas testimonios, cifras verificadas, citas de informes oficiales, pero también comparaciones históricas y reflexiones sobre la responsabilidad colectiva. El objetivo no es solo informar, sino sacudir conciencias. Porque quien lea estas páginas no podrá alegar después que no sabía
.
La memoria como resistencia
Cada número encierra un nombre. Cada estadística encierra una vida. Decir que más de diez mil niños han muerto en Gaza no es un dato frío: son diez mil mundos que desaparecen. Decir que hospitales enteros han sido arrasados es hablar de médicos y enfermeras que murieron junto a sus pacientes. Decir que familias enteras han sido borradas de los registros civiles es narrar la aniquilación de linajes, de memorias, de futuros posibles.
La memoria no es solo archivo; es resistencia. Por eso la primera línea de defensa de quienes cometen genocidios es borrar las huellas, destruir archivos, matar periodistas, perseguir a quienes documentan. Por eso este libro también es un acto de resistencia: porque deja constancia, porque se niega al silencio.
Nombrar el genocidio de Gaza es reconocer a las víctimas como parte de la historia humana, no como daños colaterales prescindibles. Es afirmar que sus vidas importan y que su dignidad no puede quedar enterrada bajo toneladas de propaganda.
A lo largo de los capítulos siguientes, se mostrarán las distintas capas de este genocidio: el asedio prolongado, la maquinaria de propaganda, la complicidad internacional, las comparaciones históricas con otros exterminios, y también las expresiones de dignidad y resistencia que el pueblo palestino ha sabido mantener incluso en medio de la devastación.
Porque la memoria no solo recoge la barbarie: también recoge la esperanza. La poesía escrita en Gaza, los dibujos de los niños, las historias de médicos que siguen atendiendo sin luz ni medicamentos, las madres que enseñan a sus hijos canciones aunque afuera caigan bombas. Todo eso también forma parte del relato, y merece estar aquí.
Este prólogo no pretende suavizar nada. La claridad duele, pero es necesaria. Gaza es hoy escenario de un genocidio en curso, y el mundo lo sabe. Negarlo es faltar a la verdad; callarlo es encubrir al verdugo.
Por eso, a lo largo de las siguientes páginas, hablaremos de hechos y no de eufemismos. De víctimas y victimarios. De responsabilidades políticas y jurídicas. Y también de la fuerza de un pueblo que, pese a todo, se niega a desaparecer.
Este libro nace para nombrar lo innombrable, para dejar constancia de que hubo quienes no miraron hacia otro lado. Ojalá sirva para abrir debates, para incomodar conciencias, para aportar un granito de arena a la justicia que algún día deberá llegar.
No hay palabras suficientes para el dolor, pero sí hay palabras necesarias para la memoria. Y la primera, la más urgente, es esta: genocidio.
Capítulo 1 – El conflicto que nunca terminó
Un siglo sin paz
La historia de Gaza y de Palestina no empieza el 7
