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El rodaje de la película basada en También esto pasará desatará en Milena Busquets una avalancha de imágenes sobre el paso del tiempo.
En 2015, Milena Busquets publicó También esto pasará, una novela que destilaba el dolor de la pérdida de su madre y la reafirmación de la vida con una mezcla inconfundible de ligereza y lucidez. Diez años después, mientras se rueda su adaptación cinematográfica, la autora regresa al mundo que ha descrito y reinventado. Y ese retorno es, a la vez, un vértigo y un anhelo: «Me quiero quedar aquí –confiesa–. Y que todo vuelva a empezar».
La dulce existencia es un relato atravesado por la búsqueda de la belleza y por el peso de la memoria. Los vientos y la luz dorada de Cadaqués, las mañanas en el Casino, el magnetismo de los actores y productores, el coqueteo, los restaurantes de playa, los libros de cabecera… Todo ello en un vaivén constante entre la realidad y la invención, entre lo que se vive y lo que se recuerda.
Para Proust, la literatura era el arte de fijar el tiempo, de esclarecer la impresión de los recuerdos. Y eso es, precisamente, lo que hace este libro: reconstruir con la nitidez y también con la melancolía que da la distancia aquellos días en los que Milena Busquets vivía sin ser consciente de que estaba siendo feliz, días en que todo estaba por delante. Un viaje al paraíso antes de la conciencia de su pérdida.
Milena Busquets
Milena Busquets nació en Barcelona en 1972. Estudió en el Liceo Francés y en la Universidad de Londres. En Anagrama ha publicado las novelas También esto pasará, un arrollador éxito de ventas y crítica, que se ha traducido en más de treinta países en reputados sellos literarios: «Brillante, lúcida, conmovedora, desnuda y dolida memoria del adiós» (Juan Marsé); «Una novela en la que, como en la buena literatura, nada suena a literatura, todo suena a verdad» (Javier Cercas); «Un libro estupendo» (Carme Riera); «Un paseo por el amor y la muerte, un libro sobre el deseo» (Gustavo Martín Garzo); «Un libro especial e irrepetible... Te hipnotiza desde el principio» (Carlos Zanón, El País); «Prosa evocadora y sensibilidad a flor de piel... Una meritoria obra verdaderamente literaria que no aspira solo a pasar, sino a quedarse» (Antonio Lozano, La Vanguardia); y Gema: «Una novela sobre las ganas de vivir y las pequeñas alegrías de lo cotidiano que se aleja de la nostalgia» (El Cultural), así como la recopilación de textos periodísticos Hombres elegantes y otros artículos: «Es delicioso» (Alberto Olmos); «Estos sugestivos textos formulan un personal recorrido estético... Ingeniosa amenidad y crítica agudeza» (Jesús Ferrer, La Razón), el diario Las palabras justas: «Un ejercicio de estilo y un derroche de humor. El resultado de una mirada que lleva agudizando medio siglo, la búsqueda de la precisión» (Bruno Pardo, ABC) y las instantáneas recogidas en Ensayo general: «Tiene Milena Busquets una mirada única que armoniza la belleza y el gozo sensorial con la cicatriz de cualquiera que se haya tomado algo en serio el acto de vivir» (Eva Blanco, Vogue).
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Comentarios para La dulce existencia
1 clasificación1 comentario
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Jul 31, 2025
Tal vez sólo leí algunos pedazos, sin embargo, suficiente para determinar que no me interesa. No es una novela, es un escrito personal de recuerdos. Demasiado trivial para mi gusto.
Vista previa del libro
La dulce existencia - Milena Busquets
Índice
Portada
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Créditos
Para Enric
Et pour E. L., bien sûr
1
–Esta actriz es una anciana. Tiene mi edad. Es imposible que haga de Blanca.
–No te preocupes, Milena. Le pondremos una coleta como la que tú llevas, unas alpargatas de Cadaqués y ya verás lo creíble que resulta brincando por las rocas.
–No. Es imposible. En serio.
No había sido fácil. Desde la publicación de También esto pasará en 2015, los derechos para la película habían pasado por tres productores, varios directores y un montón de actrices. Por el camino, había perdido a mi agente (me había despedido), mi editor originario se había jubilado (y había sido felizmente sustituido por la única otra editora en lengua española que había visto el potencial de la novela y había mostrado interés en publicarla) y había escrito tres o cuatro libros más.
Nunca había creído realmente que se fuese a hacer una película, o solo muy al principio, cuando se desató la locura por la novela entre los editores del mundo. No había querido leer ninguna de las versiones del guión (ahora que sé todo lo que sé y que sigo sin haberlo leído porque ya no serviría para nada, me sorprenden mi tozudez, arrogancia y falta de curiosidad hacia algo que me concernía de un modo tan directo). Hubo tres productores interesados en comprar los derechos de la película. Con el primero almorzamos en el Flash, era muy amable y tenía ganas de complacerme (de pronto, a los cuarenta años, sin haber hecho nada especial –solo había escrito un segundo libro un poco mejor que el primero–, el mundo se llenó de gente que quería complacerme, congraciarse, convencerme, darme cosas, estar de acuerdo conmigo, afortunadamente, ese efecto –al cual es muy difícil resistirse y que suele convertir a personas interesantes y sensatas en cretinos absolutos, o al menos eso es lo que me sucedió a mí– duró hasta que publiqué mi tercera novela, que fue un fracaso estrepitoso), pero de la actriz que tenía en mente para interpretar mi papel solo fue capaz de decir que era sexi y elegante, de la novela no dijo nada. Y el don de ser sexi, aunque sea un don valioso e importante, es un don complementario, no uno de los dones capitales, por sí solo no sirve para nada, solo interesa lo que es sexi y algo más, sexi y torturado, sexi e inteligente, sexi y divertido, sexi y misterioso, sexi y extraño, sexi y nada más no sirve para nada, solo para los adolescentes.
El segundo era un productor francés, vino desde París, comimos en la playa, no habló mucho, era serio. Hubiese debido escogerle a él. Finalmente, me decanté por los últimos que conocí, unos argentinos que planeaban asociarse con una productora española. No sabía nada de las películas que hacían o del cine que les interesaba, y cuando mi exagente me hablaba del tema y de las reuniones que tenía al respecto la escuchaba como de pasada, con cierta esperanza, pero sin ninguna fe.
El dicho de mi padre «matar al tigre y asustarse del pellejo» se ajustaba muy bien a mi personalidad: no era capaz de tomar posesión de las cosas (desde niña todo lo que tenía y que me importaba, en un momento dado, se evaporaba entre mis dedos). No era ese tipo de persona que llegaba a un territorio, clavaba allí su bandera y lo hacía suyo. Sentía que nada era mío, que todo estaba permanentemente en peligro de disolución. Había escrito una novela, pero en cuanto la tuve entre las manos fui incapaz de asumir realmente lo que había hecho. Y el éxito (que para un escritor normal es siempre un éxito parcial y mejorable, o sea, un pequeño fracaso) me había acabado de desposeer del todo.
Me convertí en tres personas, la escritora profesional que en privado se mataba por una frase; la escritora pública, que decía que en realidad nada tenía demasiada importancia y que el día de la fiesta de celebración de También esto pasará, cuando el libro ya se había vendido a más de treinta idiomas, pensó que no volvería a escribir una línea más en su vida, y la mujer normal, ni escritora, ni artista, que no cargaba con ninguna cruz y que seguía con su vida, a veces muy feliz, a veces muy desdichada, casi nunca en un término medio.
En cualquier caso, la actitud que tenía en relación con mi escritura y mis libros, muy femenina y probablemente equivocada, era: «¡Oh!, no es importante, no, no. Hablemos de otra cosa». Cuando me pedían que recomendase un libro mío, decía que lo que debían hacer era leer a Colette o a Virginia Woolf (me maravillaban los autores que en la feria del libro eran capaces de recomendar sin rubor sus libros, asegurándoles a sus futuros lectores que les iban a encantar), a Shakespeare o a Proust. Y a la vez me consideraba la mejor escritora del mundo, claro.
Mi vida de mujer era la que ocupaba más espacio: los hijos, los novios, los muertos, los amigos, las cuentas, el paso del tiempo, el descubrimiento de que ya no eres joven, la novedosa pasión y curiosidad por la juventud, como cuando pasas por delante de una casa en la que viviste feliz durante un tiempo y te preguntas
