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Del autor de Gente ansiosa, bestseller # 1 del New York Times, una deslumbrante y profunda novela sobre un pueblo chico con un sueño grande y el precio que debe pagar para hacerlo realidad.
Cerca del lago en Beartown hay una pista de hielo, y en la pista Kevin, Amat, Benji y el resto del
Equipo junior de hockey sobre hielo está a punto de competir en la semifinal nacional; y, de hecho, tiene la oportunidad de ganar. Todos los sueños y esperanzas de este lugar descansan ahora sobre los hombros de un grupo de adolescentes.
Bajo la pesada carga, el partido se convierte en la catálisis de un acto violento que dejará a una joven traumatizada y a un pueblo en confusión. Se hacen las acusaciones y, como olas en un estanque, viajan a través de Beartown.
Ésta es el a historia de un pueblo y de un juego, pero aún más, una historia sobre la lealtad, el compromiso y las responsabilidades de la amistad; de las personas a quienes decepcionamos aunque las amemos; y de las decisiones que hacemos cada día y nos definen. En esta historia sobre un pueblo pequeño en el bosque, Fredrik Bakcman ha encontrado el mundo entero.
From the #1 New York Times bestselling author of Anxious People, a dazzling and profound novel about a small town with a big dream—and the price required to make it come true.
By the lake in Beartown is an old ice rink, and in that ice rink Kevin, Amat, Benji, and the rest of the town’s junior ice hockey team are about to compete in the national semi-finals—and they actually have a shot at winning. All the hopes and dreams of this place now rest on the shoulders of a handful of teenage boys.
Under that heavy burden, the match becomes the catalyst for a violent act that will leave a young girl traumatized and a town in turmoil. Accusations are made and, like ripples on a pond, they travel through all of Beartown.
This is a story about a town and a game, but even more about loyalty, commitment, and the responsibilities of friendship; the people we disappoint even though we love them; and the decisions we make every day that come to define us. In this story of a small forest town, Fredrik Backman has found the entire world.
Fredrik Backman
Fredrik Backman, a blogger and columnist. He is the New York Times bestselling author of A Man Called Ove and My Grandmother Asked Me To Tell You She's Sorry. Both were number one bestsellers in his native Sweden and around the world, and are being published in more than thirty five territories. He lives in Stockholm with his wife and two children.
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Comentarios para Beartown
1,523 clasificaciones128 comentarios
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Aug 22, 2025
Another page turner from Backman, which is very character driven. The impact of social media makes an interesting modern take on what has been done before. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Oct 21, 2025
Beartown is as much a character as it is a setting in this new book by the best-selling author of A Man Called Ove, Britt-Marie Was Here and other delightful stories. This book blows them away. Beartown is a hockey town and all its hopes and dreams are pinned on a rising junior team of teenagers that is training for the semi-finals. If they win, the town might get the hockey club, the shopping center, the rejuvenated economy they need. If they win, the futures of a dozen-plus young men will be limitless. If they win, the careers of coaches and managers will be secure. Beartown is a pot-boiler of pressure and expectation and hope. But it is also a town of individuals: Sune, the wise old-school coach on the way out; Peter Andersson, a beleaguered GM of the club with a big heart; Kevin Erdahl, the driven golden-boy star of the team; his best friend Benjy; David, the team’s coach who values winning above all else, and several other characters who are developed well enough to make you really care about them. “One of the plainest truths about both towns and individuals is that they usually don’t turn into what we tell them to be, but what they are told they are.” (73) Backman pieces the book together mosaic-style with an omniscient narrator telling the events but also the deep feelings attached to them from different characters and situations. When a violent act and a subsequent moral quandary are thrown into the trajectory of the rising team, everything shatters, but Backman deftly continues placing pieces into what emerges as a broken but beautiful picture. Your heart will sing at personal triumphs of goodness and grit. - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Jul 14, 2025
I was interested in this one because I saw a trailer for the show. I didn't get around to reading it until early 2023 because it was a Christmas gift and I guess I didn't realize that TV shows CAN be deleted if they're not successful.
THE SHOW ISN'T AVAILABLE ANYMORE, Y'ALL.
So I read the book to watch the show and now I can't watch the show.
This book is pretty predictable, I didn't want it to be. Ramona is great. Maya is fucking fierce. But other than that...these people are awful...as most of us are.
Still going to read the next one because I have it, but hopefully something more happens to Kevin. Like prison. Or a really bad concussion. Fear isn't enough. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Jun 30, 2025
Beartown is about a small, economically-challenged town in Sweden whose community life revolves around hockey. The primary story revolves around the star hockey player of the junior team, Kevin, and the daughter of the General Manager, Maya. It follows the community impact of a traumatic event that occurs after a junior team play-off game.
Although focused around hockey, the book touches on universal themes such as the impact of parenting style, the nature of friendship, differing coaching philosophies, career dreams and realities, family dynamics, coming of age, dealing with loss and grief, bullying, economic status, pressure to fit in, gender roles, ethics, and moral courage.
I thought the plot was well-conceived and executed, and it is full of interesting characters, all having links to the hockey team, including coaches, team members, parents, siblings, friends, business owners, Board Members, etc. I particularly loved Maya’s best friend Ana: “Ana was a tornado. A jagged, hundred-sided peg in a community where everyone was supposed to fit into round holes.”
I was not particularly fond of the use of multiple sentence fragments, especially those that comprised paragraphs, and the repetition of pet phrases, but, overall, I found it thought provoking and, unfortunately, fairly true to life. I enjoyed it and recommend it, with a caution that it contains violence against women (including rape) and locker room language.
Favorite quotes:
“Most people don’t do what we tell them to. They do what we let them get away with.”
“You might be playing with bears. But that doesn’t mean you have to forget that you’re a lion.”
“So the first thing that happens in a conflict is that we choose a side, because that’s easier than trying to hold two thoughts in our heads at the same time. The second thing that happens is that we seek out facts that confirm what we want to believe—comforting facts, ones that permit life to go on as normal. The third is that we dehumanize our enemy.” - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Nov 9, 2024
2024 Book #59. 2016. A small town is obsessed with it's hockey team. When the team star assaults a local girl at a party, the town is divided along predictable lines. Pretty good story. Read for my book club. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Oct 24, 2024
He does like to drive his points home, and then hammer on them a few extra times to make sure they sink through your thick skull. That aside, it's an interesting, complex approach to a difficult subject (a few of them, actually), and I greatly enjoyed the read. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Oct 20, 2024
What an emotional rollercoaster. This book left me utterly captivated from start to finish and evoked a plethora of emotions – from heartwarming smiles to tearful moments.
Backman captures the realities of being human. Of being a child, a women, a parent, and it is nothing short of masterful. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Sep 25, 2024
Beartown, a 2017 book banned by a Rockingham County North Carolina School District portrays a town engulfed by an ice hockey team. The town falls into terror and hate when the ice hockey team loses the final game of the season due to the arrest of the star player. What causes the banning of this excellent book? The parents of 10th graders felt that the graphic language and violent scenes haunted these young, innocent minds. Fredrick Backman presents a book filled with loyalty, friendship, and love. The story shows symbolism as seen in High Noon with Gary Cooper and Grace Kelly. The contrast between the individuals dressed in white and dressed in black. In High Noon, Helen Ramirez dresses in black and Amy Fowler Kane always wears white. But who is the true heroine? Beartown shows this group of “losers” in black clothes and hoodies, but these undesirable men protect and defend Amat. The constant bang-bang-bang of the hockey puck corresponds to the even present face of different clocks in High Noon. The ending of each story brings redemption in the face of hate and terror. A very well written story about the problems of teen-agers. - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Aug 23, 2024
Am I a jerk for not loving this book that everyone else simply raves about? I don't know. I don't care. I thought it was a pretty good story, but I wasn't as thrilled with the writing of this as I was of the other Backman book I read. As someone pointed out for me, while I was only halfway through it, there's a possibility that my dislike for the book comes from the particular way this item was translated. That may be so. I don't know. Perhaps some words could have been changed, so as not to seem so redundant.... but then, I kind of get the feeling that was the rhythm Backman was going for. It just seemed a little bit contrived to me.
The overall storyline, however, was good, and I guess I was happy enough with the way everything turned out. It was definitely an emotional read/listen for me. But, again, just as I'd find myself getting lost in the story, I was suddenly turned off by the saccharine feel of the writing. Too many repetitions of "again, again, again," and "darling" for me. Pick up a thesaurus, dude!!! - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Aug 17, 2024
I really enjoyed this quick read. Don't expect the same experience as Backman's other books. If you want the same light-hearted fun reads, go and reread those. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Jul 14, 2024
Backman writes with a distinctive tone, I don't know how to describe it but it helps him tell a good story. Themes of courage, resilience, and kindness undergird the storytelling. Here, the Andersson family is trying to hold together after Maya accused the lynchpin of the junior hockey team of raping her, just before the final. Maya and those who believed in her were ostracised and made to feel they were in the wrong. The best and most heartwarming moments are when others unexpectedly show support and kindness, like Leo sitting with her sister at the canteen, Bobo the erstwhile bully coming to the support of Amat, and Tails the supermarket owner quietly giving his childhood friend, Robbie Holts, a job. You can almost feel Holts' happiness when he got the job. - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Mar 31, 2024
Nearly abandoned due to too much sporting detail until the story developed and I realised how powerful this tale was. Reminded me a little of when I had to study Williamson’s play “The Club,” all those years ago, learning about the worst sides of sporting clubs. The small town, bigoted, win at all costs mentality is so well drawn here. This reminded me of why I loathe the jingoistic “Aussie, Aussie, Aussie” chant and what it can symbolise.
Nearly 4 stars but needed some editing to shorten the novel. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Mar 6, 2024
I read this for the "Title Beginning With B" part of my 2020 reading challenge. This one was hard for me to review. The first half I found pretty dull and lifeless, and I'm really not interested in small town hockey teams. The second half really switched focus and it was well written, but I'm not sure I enjoyed it. I know what the girl went through happens on a daily basis and it's terrible women aren't believed when they should be, but the whole town being against her is hard to accept. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Jan 14, 2024
Backman wrote a wonderful book with A Man Called Ove, yet this book made it pale in comparison. Beartown hit five stars on plotting, full rich characters, relationships of so many variety, setting and writing (even with translation). Bang, Bang, Bang, Bang, Bang.
This isn't just a small town.
This isn't just hockey.
This is life in all of its complexity.
Read and enjoy! - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Jul 25, 2023
I have read and really enjoyed a few of Fredrik Backman’s books and am always amazed at his ability to make his (wonderfully flawed) characters both believable and real. In the case of Beartown, there were lots of them to follow – all seemingly going through some difficulties, often relating to family, and trying to cope in a small, isolated hockey town. I felt like I knew them, and I was invested in their lives, and that Beartown was somewhere I could look up on a map & visit. Be aware that this is not a light read. The story may seem to start off as a ‘slice of life’ type of book, but it darkens. The story includes rape, alcoholism, homophobia, bullying and death. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Apr 9, 2023
This is the third Backman book I've read ("A Man Called Ove" and "Grandma Told Me to Tell you She's Sorry" being the other two) and it's my least favorite of the three. That said, it's an easy 4-star rating. It's not that this book was bad, it's just that I liked the others more and I think it's because the others although also emotionally fraught, seemed to have endings I could feel better about.
Backman really does a wonderful job with character development and he continues to display the ready ability to make you hate a character, make you love a character, make you hate them...back and forth before the wheel stops spinning. I don't recall any characters in the previously mentioned books where the wheel stopped spinning at "hate the character," but I think I have a vague recollection that it possibly happened with "Grandma Told Me to Tell you She's Sorry."
I think this was also a hard book to read as a parent. Will I read the 2nd and 3rd book of the trilogy? Absolutely! But I'm also going to be reading the other Backman books I haven't picked up yet. Although he's a best-selling author, somehow I still think he's underrated. - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Mar 27, 2023
This one just didn't click with me as much as some of Backman's other books.
I found the first half of the book terribly slow and unexciting - mainly setting up all the different characters in this little town, without much of interest happening. I found myself hovering around a mental assessment of 2/5.
Around the middle of the book, it picks up - and it does start to get more interesting for sure; with it getting quite good towards the end. However, for what a slog I felt it was for a large part of the book, I can't in good conscience pull it up to more than 3/5. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Feb 16, 2023
Sometimes as the last page closes and you slowly ease yourself back into the now, a feeling of such profound emotion can take your breath away. Beartown is special, it is not just a book put together with words, it is a journey, a coming of age story, life in a small community, and when a happening occurs, and when the fallout settles, nothing or no one will ever be the same again.
Don’t be misled into believing that ice hockey is the central theme it is simply a means to the transcendence. The prosperity of Beartown rises or falls on the young shoulders of the hockey players none better or more charismatic than Kevin Erdhal. When success rewards with a feeling of invincibility, and decisions taken lead to aggression and destroyed lives, the hope,friendship,and love,once the heart of this community,lies buried and shattered in the gathering storm
This is writing of the finest order what is a book if it does not stay with you, what is a book if it does not make you question and look deep within yourself as it showers you in love, shock, hope, friendship, and tears. Highly, highly, recommended. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Feb 16, 2023
Compelling reading. It has wonderful, rich character development. The author is a master at defining people's emotions so you feel like the parents in the story, the teenagers, the athletes, the downtrodden townsfolk, and the well to do leaders of the town. You can even empathize with most of them. My only complaint is that the book includes a good deal of profanity and many prejudiced and derisive comments about girls, women, gays, and ethnic minorities. While that's part of what makes it truly authentic, it IS hard to read. This is the first of three books in the Bear Town series. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Jan 22, 2023
Backman's characters are so true to life, you feel like you already know them. A great story about friendship, defining moments, and human nature set against the backdrop of youth sports. This may be described as a book about boy's hockey, but it has a wealth of strong females in it as well. Series books aren't usually my thing, but I'll definitely be making an exception in this case. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Jan 4, 2023
The Bears of Beartown are in the semi-finals of the hockey championship. The small community of Beartown is a hockey town. A win will put Beartown on the map and bring the community together. As the story move on you get to know the players,members of the community, coaches and former players. After winning the semi-final there is an incident that changes everything for the players, the community and the team. the town takes sides and things get ugly. the whole town is changed and there are hints about events in occur in the next book. If you love sports and particularly hockey you wil enjoy this book. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Nov 30, 2022
This was an emotional book. It reminded me of other stories featuring sensitive topics that people experience every day but also of real life stories. This book's first 20 chapters before "the moment where everything changes" and the rest is after that moment. Personally this is one book I could see trigger warnings as part of the table of contents being useful. Excited to read the next book soon. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Sep 18, 2022
Beartown is a small Swedish town that is centered on hockey. Hockey is what brings everyone together and the sense of community is strong. Children start playing hockey before they even start elementary school. Then one of the players is accused of something violent and horrible and it becomes clear how precarious the community really is. What are they without hockey? What are they willing to sacrifice to win?
Beartown starts slow but that’s because Fredrik Backman takes his time to introduce the reader to all of the characters and to Beartown itself. All of the characters are incredibly well-developed. I don’t think the aftermath of the violent event would have been as impactful if we didn’t know the people and the town as well as we do by the time the event actually happens.
Although this is a novel about a sport, it’s not really a “sports novel”. It’s more about morality and the culture of toxic masculinity. It’s not predictable the way some sports books can be. I read this for my book club – it made for a good discussion. I was surprised to learn after I finished it that this is the first in a series. It has also been made into a limited series streaming on HBO max. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Aug 24, 2022
I've read so much about his books I wanted to try one, and this was available at my library. I'm not at all interested in hockey, or teenage hockey players, and the first half was okay - well-written, interesting, but not as powerful or compelling as the second half. I was blown away, pretty much. Such insight into all the characters: young, old, likeable, unlikable. And I finally understood the dept that the setting - the game, the team, the hockey town - brought to the story. Very much look forward to catching up on his other books. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
May 24, 2022
This is a realistic depiction of life in a small town that is obsessed with sports. In this case, the sport is ice hockey and the adults are more invested in the team than the teenaged players. It's a n interesting look at friendship, priorities, and what is really important. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Mar 2, 2022
I was entranced, disgusted, and pulled in. This is definitely my favorite Fredrik Backman book to date. It is MUCH heavier than his other material, but it is written in such an amazing way. Bear Town is known for one thing and one thing only, hockey. It unites the sleepy little town and is the only thing holding the community together. But what if something were to tear it apart? The junior team is the best hockey town the club has seen in decades - they are on track to win the finals, at the center of the team is Kevin, an insanely talented high school player. The story alternates between perspectives of the players, the coaches, and other townsfolk and really gives readers "all sides" to the story as it unfolds. The book does center around a sexual assault and how it pits the community against each other, it's so believable because it mirrors what we see in the news and our lives. There is victim blaming, slut shaming, and boys will be boys mentality - and behind all that is the mental anguish for the the victim of assault. Eye opening, thought provoking, and masterfully done. A story that may be triggering to some - but is such a compelling read. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Feb 11, 2022
An amazing and beautifully written (and translated) book. Tragic, moving, relevant. It's about hockey but not about hockey. A small dying town faces the opportunity for a rebirth due to a highly talented junior hockey team on the verge. But then things go terribly wrong - or maybe they've been going wrong all along. I've read A Man Called One so was looking forward to Backman's next release. This is nothing like Ove but is equally heartbreaking and wonderful. Highly recommended. - Calificación: 2 de 5 estrellas2/5
Jan 1, 2022
Maybe it loses something in translation, but I found the story disjointed and the characters unrelatable. Stylistically, there was far too much telling. Themes were blatantly stated rather than presented within the story.
A 15 y/o girl is raped by a small town jock at an after-game party. But this event happens nearly half-way through. The first half of the book is spent describing the town and its love affair with hockey. After the rape occurs, the mother turns out to be a mental case; the father is weak; and the victim does not behave like a 15 year-old rape victim.
There were many characters presented, complete with histories and backstories, that had no significant impact on the plot. By cutting or combining those characters alone, the book could have been shortened by a quarter. Reducing or eliminating non-contributing subplots could have saved even more space.
Overall, I did not find the book particularly interesting or well written. It certainly didn’t live up to the hype. - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Dec 16, 2021
It was ok. Stylistically not as good as Ove. Also, whereas Ove felt honest, this was emotionally manipulative. - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Nov 20, 2021
Started this book a year ago and put it back on the shelf. It was so slow and boring. I was surprised because Fredrik Backman is one of my favorited authors. Picked it up again and decided to pursue it again. Glad I did. After getting half way through the book the storyline picks up and becomes an interesting look at a small town and the effects of a horrific crime committed against one of their own by one of their own
Vista previa del libro
Beartown - Fredrik Backman
1
A altas horas de una noche de finales de marzo, alguien tomó una escopeta de doble cañón, se adentró en el bosque con paso decidido, apuntó el arma a la frente de otra persona y jaló del gatillo.
Ésta es la historia de cómo llegamos a este punto.
2
Toc-toc-toc-toc-toc.
Es un viernes de principios de marzo en Beartown, y todavía no ha sucedido nada. Todos están a la espera. Mañana es el día en el que el equipo júnior del Club de Hockey sobre Hielo de Beartown jugará la semifinal de la división juvenil más importante del país. ¿Y qué tan relevante puede ser esto? Obviamente, este hecho no tendría mucha trascendencia en cualquier otro pueblo. Pero Beartown no es un pueblo cualquiera.
Toc. Toc. Toc-toc-toc.
Como todos los días, el pueblo madruga. En este mundo, los lugares pequeños deben tomar la delantera para poder competir con los demás. Las hileras de autos en el estacionamiento de la fábrica ya están cubiertas de nieve. Los empleados, semiconscientes y con los ojos entreabiertos, forman una fila silenciosa y usan sus tarjetas de acceso para que el reloj checador confirme su existencia. Con la mirada en modo piloto automático y voz de contestador, se sacuden de sus botas una mezcla de aguanieve y tierra, mientras esperan a que su droga predilecta —cafeína, nicotina o azúcar— surta efecto y haga que sus cuerpos estén en condiciones mínimamente aceptables para trabajar hasta el primer descanso para tomar café.
Allá afuera en la carretera, las personas que hacen el mismo viaje a diario ya se dirigen hacia las comunidades más grandes, más allá del bosque; sus manos enguantadas golpean las rejillas de la calefacción, y sus groserías son de ésas que a uno solamente se le ocurre decir cuando está ebrio, agonizante o sentado en un Toyota congelado por dentro muy temprano en la mañana.
Si guardan silencio, pueden escucharlo a la distancia: toc-toc-toc. Toc. Toc.
Maya despierta en su habitación. Las paredes están decoradas con una combinación de dibujos a lápiz y boletos de conciertos a los que acudió en ciudades lejanas; para nada tantos conciertos como ella quisiera, aunque son muchos más que aquellos para los que sí obtuvo permiso de sus padres. Vestida con su pijama, permanece acostada en la cama mientras toca su guitarra. Todo lo que tenga que ver con ella le fascina: su peso contra su propio cuerpo, la forma en que la madera le responde cuando las yemas de sus dedos la golpetean, las cuerdas que cortan con fuerza su piel adormecida. Las notas sencillas, los riffs suaves, para ella es un juego maravilloso. Tiene quince años y ya ha tenido tiempo de enamorarse muchas veces, pero la guitarra será por siempre su primer amor. La ha ayudado a soportar la vida en este pueblo, a sobrellevar el ser la hija del director deportivo de un club de hockey en medio del bosque.
Maya odia el hockey, pero comprende el amor que su padre siente por él; el deporte es meramente un instrumento distinto al suyo. De vez en cuando, su madre le susurra al oído:
—Confía sólo en la gente que tiene algo que ama con locura.
Y su mamá ama a un hombre que ama un lugar que ama un deporte. Éste es un pueblo que respira hockey, y uno puede decir lo que quiera de lugares así, pero al menos son de fiar. Uno sabe lo que puede esperar si vive aquí. Día tras día tras día.
Toc.
Beartown no está cerca de nada; hasta en los mapas parece que el lugar no tiene sentido.
—Es como si un gigante borracho hubiera intentado escribir su nombre meando en la nieve —dirían algunos.
—Es como si la naturaleza jugara el juego de la soga contra los humanos, en un tira y afloja para ver quién gana más espacio vital —posiblemente replicaría alguien más sensato.
En todo caso, el pueblo está perdiendo; ha pasado mucho tiempo desde que triunfó en algo. Cada año hay menos empleos y, como es lógico, pasa lo mismo con el número de habitantes; el bosque devora una o dos casas abandonadas por cada estación del año. En la época en la que vivir aquí todavía era algo de lo cual uno podía presumir, el municipio colocó un letrero junto al camino de entrada al pueblo con un eslogan del tipo que era popular en ese entonces: «Bienvenidos a Beartown. ¡No querrán irse!». El viento y la nieve azotaron el letrero unos cuantos años hasta que lograron borrar la palabra «No». A veces se siente como si la comunidad entera fuera un experimento filosófico: si un pueblo cae en el bosque pero nadie lo oye . . . ¿acaso importa siquiera?
Para contestar esta pregunta es necesario desplazarse algunos cientos de metros por el declive que va en dirección hacia el lago. Lo que puede verse ahí no aparenta ser gran cosa, pero se trata de una arena de hockey. Fue construida hace cuatro generaciones por empleados de la fábrica, hombres que trabajaban seis días a la semana y necesitaban algo que los hiciera esperar con ansias a que llegara el séptimo. Esto se heredó de generación en generación, al grado de que pareciera que todo el amor que este pueblo puede rescatar del congelamiento todavía se sigue enfocando en ese juego: hielo y vallas de madera, líneas rojas y azules, bastones, un disco y cada pizca de voluntad y energía poseída por cuerpos jóvenes, que se mueven a toda velocidad hacia las esquinas de la pista cazando el disco. Las gradas están repletas cada fin de semana, año tras año, a pesar de que los resultados del club se han desplomado al mismo ritmo que la economía del pueblo. Tal vez ésa sea la explicación: puede ser que la gente tenga la ilusión de que cuando el club dé un giro de ciento ochenta grados y ascienda de nuevo, todo el pueblo lo seguirá por simple inercia.
Por eso, los lugares como éste siempre han puesto sus esperanzas para el futuro en los jóvenes, pues son los únicos que no recuerdan que la vida realmente era mejor en el pasado. Eso puede ser una bendición. Así las cosas, el club armó el equipo júnior con los mismos valores que guiaron a las generaciones pasadas para construir su comunidad: trabaja duro, resiste los golpes, no te quejes, mantén la boca cerrada y enséñales a esos bastardos de las grandes ciudades de dónde somos.
No hay mucho por estos lares que sea de llamar la atención. Pero todos los que han puesto un pie aquí saben que es un pueblo entregado al hockey.
Toc.
Dentro de poco, Amat cumplirá dieciséis años. Su habitación es tan pequeña que si fuera parte de un apartamento amplio en una zona lujosa de una gran ciudad, apenas podría alcanzar la categoría de vestidor espacioso. El papel tapiz está completamente cubierto por carteles de jugadores de la NHL, salvo dos excepciones: la primera es una foto de cuando él tenía siete años, equipado con unos guantes y un casco demasiado grandes para él, el más pequeño de todos los niños sobre el hielo. La segunda es una hoja de papel blanco en la que su mamá anotó partes de un rezo. Cuando Amat nació ella yacía con él en su pecho, en una cama estrecha de un pequeño hospital al otro lado del planeta, los dos solos en el mundo. En ese entonces, una enfermera susurró en el oído de su mamá este rezo, que supuestamente la madre Teresa había escrito encima de su propio lecho; la enfermera esperaba que el rezo le brindara fortaleza y esperanza a esa mujer solitaria. Casi dieciséis años después aún conserva la nota, colgada en la pared de su hijo. Las palabras están revueltas, pero ella las apuntó tal y como las recordaba:
Quien es honesto puede ser engañado por los demás. De todos modos, sé honesto.
Quien es gentil puede ser criticado por los demás. De todos modos, sé gentil.
Todo el bien que hagas hoy puede ser olvidado mañana por los demás. De todos modos, haz el bien.
Cada noche antes de dormirse, Amat coloca sus patines junto a la cama.
—Debió haber sido un parto bastante jodido para tu pobre madre cuando naciste con esas cosas puestas —acostumbra decirle el viejo conserje de la arena de hockey con una sonrisa socarrona. El señor le ha ofrecido que guarde sus patines en un casillero en el almacén del club, pero al muchacho le gusta cargar con ellos a todos lados. Quiere tenerlos cerca de él.
Amat siempre ha sido el más bajito en todos los equipos a los que ha pertenecido, nunca ha sido tan musculoso como los otros jugadores, nunca ha disparado tan fuerte como ellos; pero nadie en este pueblo puede alcanzarlo. Ningún equipo que Amat haya enfrentado ha tenido un jugador tan veloz como él. No puede explicarlo, pero supone que es una situación parecida a cuando algunas personas miran un violín y sólo pueden ver un montón de tablas y alambres, mientras que otras personas ven música. Los patines nunca se han sentido como algo ajeno a su cuerpo; al contrario, cuando mete sus pies en zapatos comunes se siente como un marinero caminando en tierra firme.
Las últimas líneas que su mamá escribió en el papel sobre su pared dicen:
Todo lo que construyas puede ser destruido por los demás. De todos modos, construye. Porque a fin de cuentas todo queda entre Dios y tú; de todos modos, esto jamás se trató de algo entre tú y los demás.
Justo debajo de estas palabras, escrito a mano en crayón rojo, con un estilo firme y a la vez propio de un niño de escuela primaria, se puede leer:
«DISEN QUE SOY MUY PEQUEÑO PA JUGAR. IGUAL CERÉ 1 GRAN JUGADOR!».
Toc.
Una vez, el primer equipo del Club de Hockey sobre Hielo de Beartown —conformado por los jugadores que están un escalón por encima del equipo júnior— llegó a ser el subcampeón de la primera división nacional. Eso fue hace más de dos décadas, antes de que el primer equipo descendiera tres divisiones. Sin embargo, el día de mañana Beartown podrá jugar de nuevo contra los mejores. Así las cosas, ¿qué tan relevante puede ser un partido del equipo júnior? ¿Qué tanto puede importarle a un pueblo un grupo de adolescentes que jugará la semifinal de una división juvenil? No mucho, obviamente. Si no fuera este punto específico sobre el mapa.
A unos doscientos metros al sur de las señales de tráfico empieza la zona conocida como «la Cima», un pequeño conjunto de casas caras y exclusivas con vista al lago. Los vecinos que residen ahí son dueños de supermercados, dirigen fábricas o viajan a mejores trabajos en comunidades más grandes, donde sus colegas les preguntan, en las fiestas de la oficina y con los ojos muy abiertos: «¿Beartown? ¿Cómo puedes vivir tan adentro en el bosque?». Contestan hablando de cacería y de pesca, de poder estar cerca de la naturaleza; aunque, en realidad, casi todos se preguntan hoy en día si de verdad es posible. Seguir viviendo aquí por más tiempo. Si todavía queda algo, aparte de valores de bienes raíces que caen tan rápido como la temperatura.
Luego despiertan al sonido de un «TOC». Y entonces sonríen.
3
Por más de diez años, los vecinos se han ido acostumbrando a los sonidos provenientes del jardín de la familia Erdahl: toc-toc-toc-toc-toc. Luego, una pausa corta mientras Kevin recolecta los discos. Y luego toc-toc-toc-toc-toc. Tenía dos años y medio de edad cuando patinó sobre hielo por primera vez, tres cuando recibió su primer bastón de hockey. Cuando tenía cuatro años era mejor que los niños de cinco, y cuando tenía cinco era superior a los de siete. En el invierno posterior a su cumpleaños número siete, sufrió de un caso tan severo de congelamiento en su rostro que, si te acercas lo suficiente a él, todavía puedes ver pequeñas marcas blancas sobre sus pómulos. Esa tarde había jugado su primer partido oficial de liga, y en los segundos finales había fallado un disparo contra la portería vacía. Los pequeñines de Beartown ganaron 12 a 0, y Kevin anotó todos los goles, pero no tenía consuelo. Después de la hora de acostarse, sus padres descubrieron que no estaba en su cama, y a la medianoche la mitad del pueblo estaba afuera en el bosque, organizado en grupos de búsqueda para tratar de encontrarlo. Jugar al escondite en realidad no es ningún juego en Beartown: un chiquitín no necesita alejarse mucho para ser devorado por la oscuridad, y un cuerpo pequeño muere rápidamente por congelamiento a treinta grados bajo cero. No fue sino hasta el amanecer que alguien descubrió que el chico no estaba entre los árboles sino cuesta abajo, sobre el hielo del lago congelado. Hasta ese lugar había llevado, con mucho esfuerzo, una portería, cinco discos y todas las linternas que había podido encontrar, y había pasado hora tras hora disparando con el mismo ángulo desde el cual había fallado el último tiro del partido. Cuando se lo llevaron cargando a casa, lloraba de ira. Las marcas blancas jamás se desvanecieron. Tenía siete años, y ya desde entonces todos sabían que llevaba al oso de Beartown por dentro. Es el tipo de cosas que no se pueden ignorar.
Sus padres costearon una pequeña pista de hielo para Kevin, que construyeron en el jardín de la casa. Todas las mañanas, él mismo quitaba la nieve que había caído sobre la pista con una pala, y cada verano los vecinos exhumaban cementerios de discos de hockey de sus arriates. Por generaciones, los residentes de la Cima encontrarán en la tierra de sus plantas restos del caucho de los discos.
Año tras año han escuchado cómo crece el cuerpo del muchacho; los golpes se han vuelto más y más fuertes, más y más rápidos. Ahora tiene diecisiete años, y este pueblo no había visto un jugador de hockey con un talento cercano al de Kevin desde que el equipo estuvo en la primera división, antes de que él naciera. Tiene el físico, las manos, la cabeza y el corazón. Más importante aún, tiene la visión: las cosas que ve sobre el hielo parecen suceder más lentamente de lo que los demás ven. Puedes enseñar mucho sobre hockey, pero esto no. O naces con la visión o naces sin ella.
—¿Kevin? Es realmente talentoso —acostumbra decir Peter Andersson, el director deportivo del club, y él debería saberlo bien: el último jugador en Beartown así de bueno fue el propio Peter, quien siguió todo el trayecto hasta llegar a Canadá y a la NHL, donde se midió contra los mejores del mundo.
Kevin sabe qué es lo que se necesita para triunfar; todos se lo han dicho desde la primera vez que se puso de pie en un par de patines de hielo. Va a requerir nada más y nada menos que entregarlo todo. Así que cada mañana, mientras sus compañeros de escuela siguen inmersos en un sueño profundo debajo de sus cálidos cobertores, él corre en el bosque; y luego está aquí: toc-toc-toc-toc-toc. Recoge los discos. Toc-toc-toc-toc-toc. Recoge los discos. Entrena con el equipo júnior todas las tardes y con el primer equipo todas las noches, luego el gimnasio, luego otra vuelta corriendo por el bosque y, al final, una hora aquí, bajo la luz de los reflectores instalados de manera especial sobre el techo de la casa.
Toc-toc-toc-toc-toc. Este deporte te exige una sola cosa. Todo lo que tienes por dar.
Kevin ha recibido todo tipo de ofertas para cambiarse a clubes grandes o para mudarse a una localidad más grande donde pueda entrar a una escuela preparatoria que combine los estudios y el hockey. Sin embargo, sigue declinando de manera constante todas las invitaciones. Es un chico de Beartown, su papá es un hombre de Beartown, y tal vez esto no signifique nada en cualquier otro lugar, pero significa algo aquí.
Entonces, ¿qué tan importante puede llegar a ser una semifinal de un torneo júnior? Pues bien, es sólo que tener al mejor equipo de la división júnior haría que el resto del país se acordara nuevamente de la existencia de este lugar. Y entonces, los políticos de la región tal vez decidirían invertir el presupuesto en establecer una preparatoria orientada al hockey aquí en lugar de hacerlo en Hed, de manera que los niños más talentosos de esta región del país preferirían mudarse a Beartown en vez de irse a las grandes ciudades. De este modo, un primer equipo integrado con jugadores formados en la cantera local podría volver a la primera división, atraer aquí de nuevo a los grandes patrocinadores, hacer que el municipio construya una nueva arena de hockey y caminos más grandes que lleven a esa arena, tal vez incluso el centro de convenciones y el centro comercial de los que se ha hablado por años. Así podrían surgir nuevas empresas y se crearían más empleos, de manera que la gente del pueblo comenzaría a pensar en renovar sus casas en lugar de venderlas. Sólo sería importante para la economía del pueblo. Para su orgullo. Para su supervivencia.
Es tan importante, que un muchacho de diecisiete años en el jardín de una residencia ha estado aquí desde que se le congelaron las mejillas esa noche hace diez años, disparando disco tras disco tras disco con el peso de una comunidad entera sobre sus hombros.
Esto significa todo. Ni más ni menos.
Al otro lado de Beartown, en el extremo opuesto a la Cima y al norte de las señales de tráfico, se encuentra la Hondonada. En medio de ambas, el centro de Beartown consta de casas adosadas y pequeños chalés, en una escala descendiente dentro de la clase media; sin embargo, en la Hondonada sólo hay bloques de apartamentos de alquiler, construidos tan lejos de la Cima como fuera posible. Al principio, los sobrenombres de estos vecindarios no eran más que descripciones geográficas carentes de imaginación: la Hondonada está por debajo del resto del pueblo, en una zona donde el suelo tiene una pendiente que va hacia un viejo yacimiento de grava; por su parte, la Cima está sobre las colinas que tienen vista al lago. No obstante, cuando la situación económica de los residentes se dividió en fronteras similares, los sobrenombres empezaron a representar diferencias no sólo de zona, sino también de clase social. Hasta los niños se dan cuenta de que entre más lejos vivas de la Hondonada es mejor para ti.
Fátima vive en un apartamento de dos habitaciones, casi donde termina la Hondonada. Arranca a su hijo de la cama usando su fuerza de manera sutil. El muchacho se lleva consigo sus patines, y luego los dos viajan solos en el autobús, sin decir una palabra. Amat ha perfeccionado un sistema para mover su cuerpo sin tener que despertar su mente por completo. Fátima le dice cariñosamente a su hijo «la Momia». Una vez que han llegado a la arena de hockey ella se pone su uniforme de limpieza y él intenta ayudarla a recoger la basura en las gradas hasta que su madre lo echa a gritos; entonces él se va a buscar al conserje. El muchacho está preocupado por la espalda de su mamá, y a ella le preocupa que otros chicos vean a su hijo con ella y se burlen de él. Hasta donde Amat puede recordarlo, los dos han estado solos en el mundo. Cuando era pequeño recogía las latas vacías que quedaban en las gradas al final del mes, para venderlas y ganar algo de dinero. A veces todavía lo hace.
Amat ayuda al conserje todas las mañanas: abre las puertas y revisa las lámparas fluorescentes, organiza los discos y conduce la máquina pulidora de hielo, todo para dejar la arena lista para las actividades del día. Primero llegan los patinadores artísticos en los horarios más antisociales. Después, todos los equipos de hockey, uno tras otro ordenados por rango, hasta que llegan los mejores horarios, reservados para el equipo júnior y el primer equipo. Actualmente, el equipo júnior es tan bueno que casi está en la cima de la jerarquía.
Amat todavía no pertenece al equipo júnior, sólo tiene quince años; pero tal vez entre en la siguiente temporada. Si hace todo lo que se le exija. Algún día se llevará a su mamá de este lugar, de eso está seguro. Algún día dejará de sumar y restar ingresos y gastos en su mente todo el tiempo. Hay una diferencia clara entre los niños que viven en hogares donde el dinero se puede acabar y los que no. Cuántos años tienes cuando te das cuenta de ello también hace la diferencia.
Amat sabe que tiene pocas opciones, por lo que su plan es muy sencillo: de aquí al equipo júnior, luego al primer equipo, luego convertirse en jugador profesional. Cuando le depositen su primer sueldo en su cuenta bancaria, le quitará a su mamá el carrito de limpieza de las manos y jamás la dejará volver a verlo. Quiere darle un descanso a los dedos afligidos y la espalda adolorida de su madre. Amat no quiere posesiones materiales. Tan sólo desea acostarse en su cama una sola noche sin tener que hacer cuentas.
Cuando Amat ha terminado sus quehaceres, el conserje le da unos golpecitos en el hombro y le extiende sus patines. Amat se los pone, toma su bastón y sale a la pista de hielo vacía. Éste es el trato: el conserje recibe ayuda con cosas que se le dificultan por su reumatismo, como levantar objetos pesados y reparar las puertas de la pista, y, a cambio, Amat tiene la pista para él solo por una hora antes de que lleguen los patinadores artísticos —siempre que cubra el hielo con agua para mantener la superficie lisa una vez que termine de practicar—. Son los mejores sesenta minutos de su día, todos los días.
Se pone sus audífonos, sube el volumen al máximo y, entonces, parte a toda velocidad. Atraviesa el hielo e impacta tan fuerte contra la valla al otro lado de la pista que su casco golpea el plexiglás. A toda velocidad de regreso. Otra vez. Otra vez. Otra vez.
Fátima alza la vista brevemente del carrito de limpieza, se permite unos cuantos segundos para disfrutar ver a su hijo allá afuera. Cruza su mirada con la del conserje y le dice «gracias» en silencio. El conserje se limita a asentir ocultando una sonrisa. Fátima recuerda lo extraño que le pareció cuando los entrenadores del club le dijeron por primera vez que Amat tenía un talento excepcional. En esa época Fátima sólo entendía fragmentos del idioma sueco, y que Amat pudiera patinar cuando apenas si podía caminar era un misterio divino para ella. Han pasado muchos años desde entonces, y ella todavía no se ha acostumbrado al frío en Beartown, pero ha aprendido a amar al pueblo por lo que es. Y jamás va a encontrar en su vida algo más inexplicable que el hecho de que el muchacho al que dio a luz en un lugar que nunca ha visto nevar haya nacido para jugar un deporte sobre hielo.
En uno de los chalés más pequeños en el centro del pueblo, Peter Andersson, director deportivo del Club de Hockey sobre Hielo de Beartown, está saliendo de la ducha con los ojos rojos y sin aliento. Apenas si ha podido dormir, y el agua no pudo quitarle el nerviosismo. Ha vomitado un par de veces. Escucha a Mira ir y venir por el pasillo afuera del baño, camino a despertar a sus hijos, y sabe exactamente lo que ella va a decir:
—Por el amor de Dios, Peter, tienes más de cuarenta años. Cuando el director deportivo del club está más nervioso por un partido del equipo júnior que los propios jugadores, ¡tal vez es momento de tomar un calmante, beber un trago y relajarse un poco!
La familia Andersson ha vivido aquí por más de una década desde que se mudaron de vuelta a casa desde Canadá, pero Peter todavía no ha podido lograr que su esposa entienda lo que el hockey significa en Beartown. «¿Es en serio? ¿No crees que ustedes, los hombres adultos del pueblo, se están entusiasmando un poquito de más?» le ha preguntado Mira toda la temporada. «¡Los júniors tienen diecisiete años! ¡Prácticamente siguen siendo niños!».
Al principio Peter guardaba silencio. Pero una noche, cuando ya era tarde, le dijo la verdad:
—Sé que solamente es un juego, Mira, lo sé. Pero somos un pueblo en medio del bosque. No tenemos turismo ni minas, ni industrias de alta tecnología. Lo que tenemos es oscuridad, frío y desempleo. Si podemos hacer que este pueblo se vuelva a entusiasmar, por el motivo que sea, eso debe ser algo bueno. Sé que no eres de aquí, amor, éste no es tu pueblo. Pero mira a tu alrededor: los empleos están desapareciendo y el gobierno municipal está haciendo recortes. La gente que vive aquí es dura, llevamos al oso por dentro, pero hemos recibido un golpe tras otro durante mucho tiempo. Este pueblo necesita ganar en algo. Necesitamos sentir que somos los mejores, aunque sea una sola vez. Sé que es un juego. Pero no es nada más eso. No siempre.
Entonces Mira besó la frente de Peter con energía, lo abrazó con fuerza, le sonrió y le susurró con ternura al oído:
—Eres un tonto.
Y él lo sabe, obviamente.
Peter sale del baño y toca la puerta de su hija de quince años hasta que oye que su guitarra le contesta. Su hija ama su instrumento musical, pero no los deportes. Hay días en los que eso entristece a Peter, pero son muchos más los días en los que se siente feliz por ella.
Maya sigue acostada en su cama. Toca la guitarra más fuerte cuando empiezan los golpes en su puerta y oye que sus padres están del otro lado. Una mamá que tiene dos títulos universitarios y puede recitar el código penal completo, pero jamás podría decir qué significa un despeje ilegal o un fuera de lugar ni aunque estuviera siendo juzgada en un tribunal. En cambio, un papá que puede explicar con gran detalle cualquier estrategia existente de hockey, pero no puede ver una serie de TV con más de tres personajes sin exclamar cada cinco minutos: «¿Qué está pasando ahora? ¿Quién es ése? ¿Cómo que shhh, por qué me callan? Ahora me perdí lo que dijeron . . . ¿podemos rebobinar?».
Maya no puede evitar reírse y suspirar cuando piensa en todo esto. Nunca deseas tanto irte de tu casa como cuando tienes quince años. Es lo que acostumbra decir su mamá cuando el frío y la oscuridad han desgastado su paciencia y ha bebido tres o cuatro copas de vino: «No puedes vivir en este pueblo, Maya, solamente puedes sobrevivir a él».
Ninguna de las dos tiene idea de lo cierto que es esto.
4
Por todo el trayecto que va desde los vestidores hasta la sala de juntas, los chicos y los hombres del Club de Hockey sobre Hielo de Beartown son educados con base en un lema: «Techos altos y paredes gruesas». Las palabras duras son parte de este juego tanto como las cargas fuertes, pero lo que pasa dentro del edificio del club se queda dentro del edificio. Esto aplica dentro y fuera de la pista de hielo, pues todos deben saber que el bien del club siempre es primero.
Es lo suficientemente temprano por la mañana como para que el resto de la arena esté más o menos vacía, con excepción del conserje, la encargada de la limpieza y un jugador solitario del equipo juvenil que patina de un lado a otro sobre el hielo. Sin embargo, en una de las oficinas del piso superior se encuentran reunidos varios hombres vestidos con chaquetas elegantes; sus fuertes voces hacen eco en los pasillos. Sobre la pared cuelga la foto de un equipo de poco más de veinte años de antigüedad, del año en el que el primer equipo del Club de Hockey sobre Hielo de Beartown fue subcampeón nacional. Algunos de los hombres en la habitación estuvieron presentes en ese momento, otros no, pero todos están decididos a volver. Beartown dejará de ser un pueblo que languidece olvidado en las divisiones inferiores. Van a regresar a la élite, van a retar a los clubes más grandes.
El presidente del club está sentado detrás de su escritorio. Es el hombre más sudoroso de todo el pueblo, vive en un constante estado de ansiedad, como si fuera un niño que se ha robado algo; y hoy está sudando más que nunca. Su camisa está cubierta de restos de comida y muerde un emparedado de una forma tan torpe que tienes que preguntarte si no habrá malentendido lo que significa el concepto de «comer». Hace esto cuando está nervioso. Ésta es su oficina, pero tiene menos poder que cualquiera de los demás hombres que están aquí.
Vista desde fuera, la jerarquía de un club es sencilla: la junta directiva nombra a un presidente, quien está a cargo de las labores cotidianas; por su parte, el presidente designa a un director deportivo, quien a su vez recluta jugadores para el primer equipo y contrata a los entrenadores. Éstos arman los equipos, y nadie se entromete en el trabajo de los demás. Sin embargo, tras bambalinas, la situación es distinta, y el presidente del club siempre tiene razones para ponerse a sudar. Los hombres a su alrededor son miembros de la junta directiva y patrocinadores, incluso uno de ellos es concejal del gobierno municipal; de manera colectiva, son los más grandes inversionistas y empleadores de toda la región. Y por supuesto, todos ellos están aquí de modo «extraoficial». Así es como les dicen a esas veces en las que a todos los hombres influyentes y con dinero, por pura casualidad, se les ocurre la misma idea de beber una taza de café en el mismo lugar tan temprano en la mañana que ni siquiera los reporteros locales han despertado aún.
A la cafetera del Club de Hockey sobre Hielo de Beartown le urge una limpieza a fondo, incluso todavía más que al presidente; así que nadie ha venido aquí por el contenido de las tazas. Cada hombre en la habitación tiene su propia agenda, sus propias ambiciones por las que quiere un club exitoso. Sin embargo, todos tienen una cosa muy importante en común: están de acuerdo en la persona a la que hay que despedir.
Peter nació y creció en Beartown, y en este lugar ha sido muchos hombres diferentes: el pequeñín en las clases de patinaje, la promesa júnior, el jugador más joven en el primer equipo, el capitán de equipo que estuvo muy cerca de convertir al club en campeones nacionales, la gran estrella que se volvió jugador profesional de la NHL y, finalmente, el héroe que volvió a casa para convertirse en director deportivo.
Sin embargo, en este preciso momento, Peter es el hombre somnoliento que se tambalea al ir y venir por el vestíbulo de su pequeño hogar, que se golpea la frente en el perchero de los sombreros una de cada tres veces que pasa por ahí y masculla:
—Por todos los . . . ¿Alguien ha visto las llaves del Volvo?
Las busca por cuarta ocasión en todos los bolsillos de su chaqueta. Su hijo de doce años viene caminando por el vestíbulo y esquiva a Peter de manera ágil con un par de saltitos laterales, sin tener que levantar la mirada de su móvil.
—¿Has visto las llaves del Volvo, Leo?
—Pregúntale a mamá.
—Entonces dime dónde está mamá.
—Pregúntale a Maya.
Leo desaparece al entrar al baño. Peter aspira profundamente.
—¿Querida?
No hay respuesta. Mira su teléfono. Ya tiene cuatro mensajes de texto del presidente del club que dicen que debe ir a la oficina. En una semana normal, Peter pasa entre setenta y ochenta horas de su tiempo en la arena de hockey, y aun así apenas si tiene tiempo para ver los entrenamientos de su propio hijo. Tiene un juego de palos de golf en el auto que usa un par de veces cada verano, y eso si tiene suerte. Su trabajo como director deportivo ocupa todo su tiempo: negocia los contratos con los jugadores, habla por teléfono con los agentes, se sienta en un cuarto de video a oscuras para estudiar a potenciales reclutas. Sin embargo, éste es un club pequeño, de modo que cuando ha terminado con su propio trabajo le ayuda al conserje a cambiar las lámparas fluorescentes y a afilar los patines, reserva los autobuses para los juegos de visitante, pide uniformes nuevos, es agente de viajes y administrador del edificio, dedica la misma cantidad de horas a darle mantenimiento a la arena que a construir el equipo. Eso le toma el resto del día. Simplemente, el hockey nunca está satisfecho con ser parte de tu vida: quiere acapararla toda.
Cuando Peter aceptó el puesto de director deportivo, pasó una noche entera platicando por teléfono con Sune, el hombre que ha sido el entrenador del primer equipo de Beartown desde que Peter era un niño. Fue Sune quien le enseñó a Peter a patinar, quien le dio un segundo hogar en la arena de hockey cuando el primer hogar del muchacho estaba lleno de alcohol y moretones. Se convirtió en algo más que un entrenador: un mentor y una figura paterna. Hubo épocas en la vida de Peter en las que el viejo fue la única persona en quien de verdad podía confiar.
—Ahora tienes que ser el eje alrededor del cual gira todo —le explicó Sune al nuevo director deportivo—. Aquí todos tienen sus propios intereses: los patrocinadores, los políticos, los aficionados, los entrenadores, los jugadores y los padres, todos intentan jalar al club en su propia dirección. Tienes que atraerlos y juntarlos a todos.
Cuando Mira se despertó a la mañana siguiente, Peter le explicó su trabajo en términos todavía más sencillos:
—En Beartown, todos sienten una pasión ardiente por el hockey. Mi trabajo es asegurarme de que nadie se prenda fuego.
Mira lo besó en la frente y le dijo que era un tonto.
—QUERIDA, ¿HAS VISTO LAS LLAVES DEL VOLVO? —le grita Peter a toda la casa.
No hay respuesta.
Los hombres en la oficina repasan lo que se tiene que hacer, fría y serenamente, como si estuvieran hablando acerca de reemplazar un mueble. En la vieja foto del equipo sobre la pared, Peter Andersson está de pie en el centro; en ese entonces era el capitán del equipo, ahora es el director deportivo. Es la perfecta historia de éxito, y los hombres en la habitación saben de la importancia de construir ese tipo de mitología para los medios y los aficionados. En la foto, al lado de Peter puede verse a Sune, el entrenador del primer equipo, quien convenció a Peter de mudarse con su familia de vuelta a casa desde Canadá, una vez que su carrera como jugador profesional llegó a su fin. Fueron ellos dos quienes reconstruyeron el programa juvenil del club con el objetivo de tener algún día el mejor equipo júnior del país. Todos se rieron en ese entonces, pero nadie se ríe ahora. Mañana, ese equipo júnior jugará una semifinal, y el año siguiente Kevin Erdahl y unos cuantos más subirán al primer equipo, los patrocinadores invertirán millones en el club y el reto para el equipo de volver a la élite empezará en serio. Y todo esto no hubiera sucedido sin Peter, quien siempre fue el mejor alumno de Sune.
Un patrocinador está observando su reloj, visiblemente irritado.
—¿No debería haber llegado ya?
El teléfono del presidente se desliza entre sus dedos sudorosos.
—Estoy seguro de que ya viene en camino. Tal vez está dejando a sus hijos en la escuela.
El patrocinador le sonríe de forma condescendiente.
—¿Será que su esposa la abogada tiene una reunión más importante que la de él, como de costumbre? ¿Esto es un trabajo o un pasatiempo para Peter?
Un miembro de la junta directiva se aclara la garganta y dice mitad en broma y mitad en serio:
—Necesitamos un director deportivo que sea como una bota con punta de acero, no como una pantufla.
El patrocinador sonríe socarronamente y sugiere:
—Tal vez podríamos contratar a su esposa en su lugar. Un zapato de tacón como director deportivo podría funcionar igual de bien, ¿no creen?
Los hombres en la habitación se ríen. Las risas hacen eco hasta lo más alto del techo.
Peter se dirige a la cocina en busca de su esposa, pero en su lugar encuentra a Ana, la mejor amiga de su hija, preparando un batido. O al menos eso es lo que él cree, pues toda la encimera está cubierta por un malévolo fango rosa que se está escurriendo sin parar hacia el borde, y se dispone a atacar, vencer y anexar el piso de parqué. Ana se quita los audífonos.
—¡Buenos días! ¡Su licuadora es supercomplicada!
Peter respira hondo.
—Hola, Ana. Ya estás aquí . . . temprano.
—¡No! O sea, pasé la noche aquí —responde muy alegre.
—¿Otra vez? Ya van, qué . . . ¿cuatro noches seguidas?
—No estoy llevando la cuenta.
—Ya veo que no. Gracias. Pero ¿no crees que podría ser momento de que vayas a tu casa una noche de éstas y . . . no sé . . . tomes algo de ropa limpia de tu propio armario, o algo así?
—No te preocupes por eso, tengo toda mi ropa aquí.
Peter masajea su nuca y de verdad intenta verse tan contento por la respuesta de Ana como ella lo está.
—Eso es . . . estupendo. Pero ¿tu papá no te extraña?
—No hay problema. Hablamos mucho por teléfono y así.
—Claro, claro. Pero supongo que algún día tendrás que irte a tu casa y dormir en tu propia cama, ¿no? ¿Podría ser?
Ana mete a la fuerza demasiadas frutas congeladas imposibles de identificar en la licuadora y mira fijamente a Peter con una expresión de sorpresa.
—Okey. Pero eso va a ser supercomplicado pues toda mi ropa está aquí, ¿no crees?
Peter se queda quieto por un buen rato, tan sólo mirándola. Entonces Ana enciende la licuadora sin ponerle la tapa primero. Peter se da la vuelta, sale hacia el vestíbulo y grita con una desesperación que va creciendo con rapidez:
—¡QUERIDAAA!
Maya todavía sigue acostada en su cama, toca lentamente las cuerdas de su guitarra y deja que las notas reboten contra las paredes y el techo, hasta que se disuelven en el vacío de la nada. Pequeños gritos desolados piden compañía. Oye a Ana causando estragos en la cocina, y luego a sus frustrados padres que se cruzan en el vestíbulo; a su papá, adormilado y vagamente sorprendido, como si cada mañana despertara en un lugar en el que nunca había estado antes, y a su mamá, que se mueve con tanta determinación como una podadora a control remoto cuyo sensor de reconocimiento de obstáculos se ha descompuesto.
Ella se llama Mira, pero nunca ha oído que alguien pronuncie bien su nombre en Beartown. Al final se rindió y simplemente dejó que le dijeran «Mia». Las personas son tan de pocas palabras al hablar que ni siquiera parecen querer despilfarrar las consonantes. Al principio, Mira acostumbraba divertirse contestando «¿Te refieres a Pete?» cuando alguien en el pueblo le preguntaba por su esposo. Pero entonces todos la miraban con seriedad y repetían: «No, ¡Peter!». Como todo lo demás en este lugar, la ironía también se congela. Por eso, ahora Mira nada más se entretiene notando que sus hijos tienen nombres que son todo un ejemplo de cómo ahorrar consonantes —Leo y Maya—, lo que sirvió para evitar que la cabeza de alguien explotara en las oficinas del registro civil del municipio.
Mira va de un lado a otro de la pequeña casa con movimientos bien ensayados, se viste y bebe café al mismo tiempo, siempre desplazándose hacia delante a través del baño, el vestíbulo y la cocina. De pasada recoge un suéter del suelo de la recámara de su hija y lo dobla con un solo movimiento fluido sin interrumpir ni un instante su advertencia de que ya es momento de dejar la guitarra y levantarse.
—Ve a darte una ducha, hueles como si Ana y tú le hubieran prendido fuego a la habitación y hubieran intentado apagarlo con Red Bull. Tu papá va a llevarlas a la escuela en veinte minutos.
Maya da vueltas debajo del cobertor para salirse de la cama, a regañadientes pero con la sabiduría de la experiencia. Su mamá no es del tipo con el que te pones a discutir; es abogada y, en realidad, nunca deja de actuar como tal.
—Papá dijo que tú nos ibas a llevar a la escuela.
—Tu papá está mal informado. Y por favor, pídele a Ana que limpie la cocina cuando termine de hacer sus batidos. La quiero mucho, es tu mejor amiga, no me importa si duerme más noches aquí que en su casa, pero si va a preparar batidos en nuestra cocina tiene que aprender a poner la tapa sobre la licuadora, y tienes que enseñarle al menos los usos más básicos de un maldito trapo de cocina, ¿okey?
Maya apoya la guitarra contra la pared y se dirige al baño, y cuando le da la espalda a su mamá pone los ojos en blanco de fastidio con tanta intensidad que sus pupilas se mueven de lugar y una radiografía las confundiría con los riñones.
—Y no me pongas los ojos en blanco. Puedo ver que lo estás haciendo incluso si no puedo ver que lo estás haciendo —gruñe su mamá.
—Especulaciones y rumores —masculla su hija.
—¡Ya te he dicho que la gente dice eso sólo en las series de televisión de Estados Unidos! —replica su mamá.
Su hija contesta cerrando la puerta del baño con un poquito más de fuerza que la necesaria. Peter grita «¡¡¡Querida!!!» en algún lugar de la casa. Mira recoge otro suéter más del piso y alcanza a oír a Ana exclamar «¡carajo!» justo antes de tapizar el techo de la cocina con su batido.
—¿Saben?, podría haber hecho otra cosa con mi vida —dice Mira en voz baja a nadie en absoluto mientras deja caer las llaves del Volvo en el bolsillo de su chaqueta.
Los hombres en la oficina todavía se están riendo de la broma del zapato de tacón cuando el sonido de un carraspeo tentativo llega hasta el escritorio desde la puerta. Sin voltear a verla, el presidente le hace señas con la mano a la encargada de la limpieza para que entre. La mujer se disculpa con todos, pero la mayoría de los hombres la ignora, incluso si uno de ellos alza los pies amablemente cuando ella alarga la mano para vaciar la papelera. La mujer le agradece, pero nadie lo nota. Ella no se ofende en lo más mínimo; el talento más grande de Fátima es no molestar a nadie. Espera hasta que se encuentra en el pasillo para llevarse la mano a la espalda y emitir un leve gemido de dolor. No quiere que nadie la vea y le cuente a Amat. Su querido muchacho siempre se preocupa demasiado.
El sudor hace que los ojos le ardan a Amat al tiempo que se desliza hasta detenerse junto a la valla, abajo en la pista. Su bastón descansa sobre el hielo, la humedad hace que sus dedos se deslicen unos milímetros dentro de los guantes, el aliento se le atora en la garganta mientras el ácido láctico llena sus muslos. Las gradas están vacías, pero de vez en cuando les echa un vistazo. Su mamá le dice todo el tiempo que deben estar agradecidos, tanto ella como él, y Amat la entiende. Nadie está más agradecido que ella, con este país, con este pueblo, esta gente y este club, con el gobierno municipal, sus vecinos y su empleador. Agradecida, agradecida, agradecida. Ése es el rol de las madres. Pero el rol de los hijos es soñar. Así pues, su hijo sueña con que algún día su mamá podrá entrar en una habitación sin tener que disculparse.
Amat parpadea para quitarse el sudor de los ojos, se ajusta el casco y empuja la cuchilla de sus patines sobre el hielo. Una vez más. Una vez más. Una vez más.
Peter tiene ahora cuatro llamadas perdidas del presidente del club. Voltea a ver con estrés el reloj justo cuando
