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Entre bocazas anda el juego
Entre bocazas anda el juego
Entre bocazas anda el juego
Libro electrónico337 páginas5 horasRomántica

Entre bocazas anda el juego

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Información de este libro electrónico

Prepárate para reír, llorar, suspirar y enamorarte de esta historia llena de humor, romance y segundas oportunidades.
A sus veinticuatro años, Shirley acaba de romper con su primer amor. En fin, ya era hora de que le rompieran el corazón al menos una vez en la vida, sobre todo porque ese hombre no la merecía, aunque ella no lo supiera. Su entorno sí lo sabía, por eso todos están muy contentos con la ruptura, todos menos ella, claro está. 
Ahora, Shirley se enfrenta al desafío de empezar de cero, averiguar qué quiere hacer con su vida y encontrar un trabajo, algo complicado por su falta de experiencia, ya que renunció a todo por su ex. 
Por suerte, Dexter se cruzará en su vida, ofreciéndole un puesto como su asistente en fotografía… ¡Qué majo! Pues no, aparte de ser sexy a rabiar, es un bocazas de categoría uno. Afortunadamente, sacará la parte más incendiaria de Shirley, que no se callará una a su lado, no como con su ex, claro… 
Entre los dos surgirá una preciosa amistad que se complicará cuando descubran que la boca del otro no está tan mal cuando se besa… Pero ¡tenemos un problema! Dexter no quiere nada serio y, además, tiene una regla de oro: no liarse con las amigas de sus amigas… 
Me da que este bocazas va a romper todas sus reglas porque Shirley está empezando a vivir la vida… y lo desea a él.
Moruena Estríngana regresa con una novela romántica llena de humor y nuevas oportunidades en cada página. Prepárate para reír, llorar, suspirar y enamorarte de esta historia llena de humor, romance y segundas oportunidades.
 
IdiomaEspañol
EditorialClick Ediciones
Fecha de lanzamiento10 jul 2024
ISBN9788408291312
Entre bocazas anda el juego
Autor

Moruena Estríngana

Moruena Estríngana nació el 5 de febrero de 1983. Desde pequeña ha contado con una gran imaginación, pero debido a su problema de dislexia no podía escribir bien a mano. Por eso solo escribía pequeñas poesías o frases en sus libretas mientras su mente no dejaba de viajar a otros mundos. Dio vida a esos mundos con dieciocho años, cuando su padre le dejó usar un ordenador por primera vez, y encontró en él un aliado para dar vida a todas esas novelas que estaban deseando ser tecleadas. Empezó a escribir su primera novela antes de haber acabado de leer un solo libro, ya que hasta los diecisiete años no supo que si antes le daba ansiedad leer era porque tenía un problema: la dislexia. De hecho, escribía porque cuando leía sus letras no sentía esa angustia y disfrutaba por primera vez de la lectura. Sus primeros libros salieron de su mente sin comprender siquiera cómo debían ser las novelas, ya que no fue hasta los veinte años cuando cogió un libro que deseaba leer y empezó a amar la lectura sin que su problema la apartara de ese mundo. Desde los dieciocho años no ha dejado de escribir. El 3 de abril de 2009 se publicó su primer libro en papel, El círculo perfecto, y desde entonces no ha dejado de luchar por sus sueños sin que sus inseguridades la detuvieran y demostrando que las personas imperfectas pueden llegar tan lejos como sueñen. Actualmente tiene más de cien textos publicados, ha sido número uno de iTunes, Amazon y Play Store en más de una ocasión y no deja de escribir libros que poco a poco verán la luz. Su libro Me enamoré mientras mentías fue nominado a Mejor Novela Romántica Juvenil en los premios DAMA 2014, y Por siempre tú a Mejor Novela Contemporánea en los premios DAMA 2015. Con esta obra obtuvo los premios Avenida 2015 a la Mejor Novela Romántica y a la Mejor Autora de Romántica. En web personal cuenta sus novedades y curiosidades, ya cuenta con más de un millón de visitas à http://www.moruenaestringana.com/ Sigue a la autora en redes: Facebook   https://www.facebook.com/MoruenaEstringana.Escritora X  https://X.com/moruenae?lang=es Instagram  https://www.instagram.com/moruenae/?hl=es

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    Entre bocazas anda el juego - Moruena Estríngana

    Prólogo

    Shirley

    Mi novio me ha dejado porque ha tenido una jodida crisis existencial tras cumplir los treinta. Además me ha dicho que, como yo tengo veinticuatro años, no puedo entender cómo se sienten los de su edad.

    Ahora, de golpe, nuestra diferencia de edad sí le importa, cuando luchó contra todos haciéndoles creer que no le molestaba.

    Empezamos cuando yo solo tenía dieciséis años y él veintidós. Estaba acabando la carrera y yo quedé eclipsada por su belleza… No, la verdad es que era el único chico que me hizo caso. Estaba en la etapa de gafas y aparato y solo para mi padre era la chica más guapa del mundo.

    Entonces, llegó Barton y me vio.

    No me paré a pensar si me atraía más que otros, ya que me gustaba estar con él. Al final, me enamoré de él y por él renuncié a mis estudios en mi primer año, para vivir en su casa y ser su secretaria, ama de casa e idiota…, porque, con veinticuatro años, no tengo una vida más allá de él.

    ¿Y ahora me quiere dejar por una crisis de los treinta?

    ¡A la mierda los treinta! ¡Yo valgo más!

    —Toma, te presto esta maleta.

    «¿Que me presta su maleta? ¿Dónde está todo eso de lo mío es tuyo y lo tuyo es mío? En ningún sitio. Solo eres su novia, la pava que vivía con él tras renunciar a todo», me recuerdo.

    No quiero derrumbarme, pero cuando mete cuatro cosas contadas en mi maleta y dice:

    —No, nada más. El resto lo pagué yo.

    Siento deseos de tirarle de los cuatro pelos esos que tiene del injerto capilar, y que parecen sacados de sus huevos.

    Pero no hago nada. Me quedo quieta porque, ante él, siempre me callo lo que pienso, para no molestar al señorito, o, mejor dicho, al señor de treinta años.

    Salgo de su casa y pido un taxi.

    Intento no llorar. Lo intento, de verdad, pero acabo haciéndolo con disimulo en el interior del taxi.

    Al final, el conductor se da cuenta y, cuando me deja en casa de mis padres, le doy tanta pena que no me cobra la carrera.

    Llamo a la puerta de mis padres.

    —Me ha dejado.

    —Ya era hora, joder.

    —¡Papá!

    —¿Un chocolate? —añade este mientras mi madre tira de mí hacia ella.

    —Sí.

    ¡A la mierda la operación bikini!

    —¿Y ahora, qué? —me pregunta mi madre, pero no sé qué responder.

    Mi vida, desde hace ocho años, ha girado en torno al bienestar de mi ex… Suena patético, lo sé.

    1

    Dexter

    Solo tengo veintisiete años y a veces me siento como si arrastrara un cuerpo de viejo. Sobre todo, cuando Chance y yo vamos al gimnasio.

    He estado tanto tiempo fuera, haciendo fotos, que era más de andar o correr a primera hora que de machacarme el cuerpo entre máquinas, rodeado de gente sudorosa.

    —Vamos, que tampoco es tan malo —me dice Chance en las duchas—. Lo que no entiendo es como, sin pisar un gimnasio, tienes mejor cuerpo que yo.

    —Esto es natural.

    —Ya, claro. —Sonríe mientras nos damos una ducha—. Cada vez irá mejor.

    —Eso espero.

    —Vente a cenar a casa.

    —No me lo digas dos veces; en mi casa no hay nada decente.

    —Y eso que volviste hace dos meses.

    —Me gusta más comer y cenar fuera.

    —Por eso tu despacho está siempre hecho un asco, cuando pides para comer allí.

    —No te quejes, que gracias a eso tienes al mejor fotógrafo de la ciudad. —Se ríe.

    Chance y yo, además de ser amigos de la universidad, trabajamos juntos.

    Abrió hace un año un negocio propio y lo apoyé desde la distancia, a pesar de no haber estado ahí, con él.

    Llegamos a su casa y su mujer me da un abrazo de bienvenida.

    Se casaron hace solo cuatro meses.

    No pude ir a la boda porque estaba muy lejos, pero Chance me mandó cada foto que le pasaban. Sobre todo cuando estaba borracho, celebrando que era un hombre casado.

    Eso no lo reconocerá nunca, pero lo conozco. Sobre todo, porque me dijo varias veces que me quería mucho.

    Lía prepara la cena con nuestra ayuda. Al sentarnos, observa el móvil, preocupada.

    —¿Qué pasa? —le pregunta Chance.

    —Shirley… Han vuelto a rechazarla para un trabajo.

    —Es que no tiene experiencia. Dejó la carrera a medias por un capullo. ¿Qué esperaba? —Lía le da en el brazo.

    —¿Qué estudiaba?

    —No, no empieces con las preguntas, que te conozco.

    Miro a mi amigo.

    —Solo siento curiosidad.

    —Ya, claro… Estudiaba fotografía.

    —Entiendo.

    —Y su ex, con el que llevaba desde los dieciséis, la dejó después de que renunciara a todo por él. Tuvo su crisis de los treinta. Shirley vive ahora con sus padres. Viste de pena y no para de echar currículums. Estoy tratando de solucionar lo de la ropa. ¿Qué persona solo tiene para vestirse mallas negras y vestidos? ¡Si hasta se pone los leggins con deportivas y encima un vestido!

    Lía ama la moda. De hecho, trabaja en una tienda de ropa de lujo.

    —Tu amiga es un desastre con patas, pero nosotros no somos una ONG —indica Chance de forma borde, mientras Lía lo fulmina con la mirada—. Es una amiga que solo se ha acordado de ti con mensajes de mierda. Nunca ha tenido tiempo de quedar.

    —Su expareja no llevaba muy bien que quedara.

    —Pero a veces hay que tener personalidad —apunta Chance.

    —No todos son como tú, que derrochas personalidad —le digo—. ¿Y por qué no encuentra trabajo?

    —Porque la gente no le quiere dar una oportunidad. —Asiento—. Voy a escribirle para que vayamos mañana a tomar algo…

    —Podéis ir al bar de mi hermano. Hay cervezas a mitad de precio por ir de mi parte —le sugiero, y asiente. Chance me mira y niega con la cabeza—. Cena, gruñón, que se te va a enfriar.

    —Que sepas que no pienso seguirte en tus juegos, sea lo que sea lo que estés maquinando.

    —No estoy maquinando nada.

    Chance pone los ojos en blanco mientras yo tramo un plan.

    2

    Shirley

    Mis amigas me han propuesto quedar para tomar algo.

    No tenía ganas, pero era acudir por mi propio pie o que me sacaran de los pelos.

    Al final, he preferido que Lía me ayude con la ropa.

    Miro como observa mi armario y pone cara de horror mientras lo revisa.

    —¡¿Qué persona puede necesitar veinte leggins iguales?!

    —Son cómodos y prácticos…

    —Y horribles. Por no hablar de los vestidos. ¡Vas dos épocas por detrás de la edad que tienes! ¿Por qué todos parecen sacados del siglo diecinueve?

    —Me gustan las florecitas y los volantes…

    —Son horribles —repite—. Vale, aquí no hay nada válido. Voy a ver en el armario de tu madre, que lo mismo es más moderna que tú. Otro día nos vamos de compras.

    —Cuando tenga un sueldo, iré contigo adonde quieras.

    Lía me fulmina con la mirada, dejando claro que, como le discuta una vez más lo de comprar ropa, me mata.

    Se va hasta la habitación de mi madre y al poco regresa con un vestido horrible, con estampado de leopardo.

    —Ni de coña.

    —Prefiero que aparezcas con ropa de animal print a que seas una señora del siglo diecinueve.

    —No.

    —Eso, o te saco de los pelos. —Da un grito—. Uy…, lo siento. Vamos, que no tengo toda la noche. —Su voz cambia a una cuqui, ocultando la bestia que le sale cuando se cabrea—. Y maquillaje.

    Sale de mi cuarto y me quedo sola con este horrible vestido, que me pongo sobre mis mallas y mis deportivas blancas.

    Me maquillo un poco y salgo para encontrarme con mis padres y mi amiga Lía, a la que casi le da un patatús.

    —Te queda fatal…

    —Nos vamos. Solo vamos a tomar una cerveza y comer algo.

    —Dios, no voy a poder mirarte. Le estás dando una patada a la moda. —Mira mis deportivas—. ¿No tienes unas botas monas?

    —No, ¿vamos o me quedo?

    Mi padre se aguanta la risa mientras mi madre está de acuerdo con que soy un desastre.

    Yo no lo veo tan mal. En verdad, ni lo he visto.

    Hace tiempo que me empezaron a dar igual mis pintas.

    Soy de esas que van a comprar en pijama, porque no se ve bajo el abrigo.

    Lo sé, sueno patética, pero este mes, además, he engordado. Es lo que tiene no vivir en una casa donde el que paga odia todo lo que lleve grasa… y todo eso.

    Mi madre es más de potaje que de comida healthy y mi padre, siempre que me ve mal, me regala un chocolate de los que tiene escondidos por toda la casa para cuando tiene antojo.

    Lía me observa como si fuera una aparición del mal, pero nos marchamos tras despedirnos de mis padres.

    Vamos a su coche y me mira.

    —¿Por qué tu maquillaje se corre?

    —No me puedo creer que hayas dicho la palabra «correr».

    —¡El maquillaje! Yo no he hablado de nada sexual. —Mi amiga es muy puritana y no suele hablar de sexo. Siempre que en el grupo se habla de este tema, dice que se va—. ¿Te has puesto bien el maquillaje?

    Me miro al espejo y me lo arreglo con los dedos, sin saber cuánto tiempo aguantará.

    Puede que esté un poco caducado… De hace cuatro o cinco años, o puede que más…

    Soy un desastre y no sé cómo sobrevivir a mi ruptura.

    Debería ser ilegal que la primera vez que te rompen el corazón sea en la veintena, porque nadie me ha preparado para esto.

    —Nos lo vamos a pasar genial —indica Lía, pero yo solo sonrío, sin tener clara esa idea.

    Me gusta más el plan de series de k-dramas y chocolate. Es más interesante que bar, cervezas y la ropa de mi madre.

    Hasta mi padre dice que me queda poco para obtener la nacionalidad coreana, el muy chistoso.

    Lo peor es que leí el otro día en internet que eso no es tan descabellado.

    Para que luego digan que ver series sin parar no sirve para nada.

    3

    Shirley

    —Ocho años con un idiota y ni casada. Yo estoy divorciada —dice Asia, riéndose.

    Es morena, de largas piernas y segura de sí misma.

    Todo lo que yo no soy.

    A veces creo que somos amigas porque nos conocemos desde Infantil y ya nos hemos dejado llevar las cuatro. Como con Lía, aunque con esta siempre tuve un vínculo más especial.

    Hace años que no salimos de fiesta, o que no quedamos.

    Somos amigas de WhatsApp, de ese grupo olvidado en el que de vez en cuando dices: «Hola, ¿qué tal todo», porque recuerdas que tienes unas amigas.

    He sido una amiga horrible, pero Barton me hizo creer que no necesitaba a nadie… y él odiaba a mis amigas.

    No me paré a pensar lo que quería yo, porque era más fácil dejarme llevar.

    Cuanto más lo pienso, más rabia siento por todo mi tiempo tirado a la basura y más patética sueno.

    Lo peor es que se me ha ido cayendo la venda y me he visto a mí misma, con veinticuatro años, pareciendo una mujer casada de más de cuarenta, con un hombre aburrido y más soso que su comida baja en todo. Hasta en felicidad.

    Casi prefería mi venda, la que me hacía creer que mi vida era perfecta.

    Miro a mi amiga mientras tomo un trago de mi cerveza. Ya tengo ese puntito feliz en el que todo me importa una mierda.

    En este tiempo he encontrado excusas para no salir, pero ya no era porque mi…

    El caso es que la idea de salir, hacer vida social y eso, me aterraba un poco, porque desde hace muchos años solo he sido la novia de alguien o la pareja de otro. Solo he pensado en qué le gustaría a él o cómo podríamos ser más felices juntos.

    Ahora no sé quién soy y es más fácil perderme en las series que ser otra persona que toma decisiones mientras yo no muevo un dedo por tomar las mías propias.

    No sé quién soy sin ser parte de él.

    Suena horrible, lo sé. Así de patética soy.

    Mejor beber un poco más de cerveza.

    —Tú estuviste casada solo un mes —le recuerdo a Asia—. Con uno que conociste en Las Vegas. —Me entra la risa y me pican los ojos.

    Me los restriego justo cuando me acuerdo de que voy maquillada y trato de quitarme con los dedos el rastro que haya quedado por debajo de los ojos.

    —No tengo la culpa de no soportar sus ronquidos y sus ruiditos en la cena —se defiende—. Y, bueno, no os imagináis cómo comía el conejo. —Por si nos quedan dudas, señala con los dedos hacia su sexo—. Parecía una degustación penosa. —Le da un escalofrío y me entra la risa tonta—. Pero tú lo has dicho. Estuve casada un mes, lo que me da derecho a un divorcio digno, y no como a ti.

    —No seas zorra, Asia —la increpa Lía, que es mi amiga cuqui. Para ella, todo es amor y purpurina—. Aunque es cierto que, al no haberte casado, ahora te encuentras en la calle, con una mano delante y otra detrás, después de haberle servido durante años…

    —A ese pedazo de mierda —añade Gisela.

    Gisela es rubia… Al menos ahora, porque es la persona más cambiante que conozco. Cada vez viste de una forma y nunca sabes por dónde irán sus gustos. Se cansa de todo muy pronto y por eso los novios le duran menos que un telediario.

    O eso nos cuenta por el WhatsApp.

    —Bueno, eso lo tenemos claro las cuatro —dice Lía, y las tres me miran.

    —Se agobió con los treinta… Además, quién se casa a nuestra edad. —Mis amigas se señalan—. Lo siento, pero yo no me veía casándome a esa edad.

    «Y él odiaba el matrimonio», me recuerda mi voz más puñetera.

    ¿De verdad no quería casarme o acepté que nunca, en toda la vida, nos casaríamos?

    Bebo más cerveza para ver si mi vocecita de los cojones me deja en paz.

    Solo se calla cuando veo doramas, porque algunos me los pongo con subtítulos y, si no me entero de nada, por lo menos leo.

    —Mira, como esperes que vaya a volver, te pida perdón y te plantees perdonarlo…, te dejo de hablar —indica Asia, y se besa los dedos como si lo jurara.

    No digo nada porque, en este tiempo, se me han pasado por la cabeza muchas cosas. Incluso le sigo en su nueva red social, donde sube cosas de sus viajes; tengo una cuenta falsa para que no sepa que soy yo, claro.

    Echo de menos lo que era con él.

    —Voy al aseo —les informo, porque prefiero escaparme que explicarles que ellas no lo entienden como yo.

    Debajo de todo eso, que lo hace parecer un cretino redomado, existe un corazón cariñoso y dulce. O eso quiero creer, para explicar que amara al idiota treintañero.

    Entro al servicio solo para mojarme la cara y ver el maquillaje tan mal puesto que llevo. Parezco recién salida de una película de terror, o un panda…

    Intento arreglarlo, pero la cosa no mejora.

    Miro a la chica del espejo.

    El cabello rubio oscuro cae ondulado por mis hombros y los ojos color canela me devuelven la mirada, pero no sé reconocerme en esta mujer.

    Trato de arreglarme el maquillaje sin éxito y lo dejo así, porque siento que si lo toco más será peor. Ahora soy un minipanda y siento que, si lo esparzo, seré el panda papá.

    Salgo y veo la puerta del almacén abierta.

    Siento mucha curiosidad por echar un vistacillo a los lugares que están vetados para el resto.

    Compruebo que no me vea nadie y me acerco.

    Abro la puerta y observo que no hay nada del otro mundo. Salgo deprisa y la puerta se cierra. Casi me pilla.

    Voy a irme, pero no puedo, porque el vestido horrible de mi madre, de animal print, se ha quedado pillado en la puerta.

    «Mierda. Es feo de cojones, pero no es mío y le debo un respeto a este adefesio.»

    Intento abrir la puerta, pero tiene código y no puedo ir a pedirlo. Tampoco sé cómo explicar que soy una cotilla redomada.

    Tiro de la falda, pero no sale. Miro a mi alrededor y observo que se acerca un hombre de pelo castaño claro, de esos buenorros, en plan famoso de una película o influencer sexi.

    Posa sus ojos dorados en mí y me mira mientras tiro de la falda.

    —¿Problemas? —Su voz es ronca y sensual.

    —Eh… No. Lo tengo todo controlado.

    —¿De verdad?

    —Sí, nada que no pueda solucionar con un par de tirones.

    —Perfecto.

    Espero a que se vaya, pero en vez de eso se apoya en la pared, frente a mí, para ver el espectáculo.

    —¿No tienes nada que hacer?

    —No, la verdad. —Se cruza de brazos y sé que este buenorro es un capullo de categoría uno.

    Tiro del vestido y escucho como la tela se rasga.

    Miro al capullo y lo veo observar divertido como me sonrojo por no poder sacar la prenda.

    —¿Quieres ayuda?

    —Antes los cerdos vuelan.

    No sé quién se sorprende más de los dos. Yo no soy así. No digo lo que se me pasa por la cabeza.

    Bueno, con la tele hablo mucho e insulto a todos los idiotas que aparecen, pero luego me callo lo que pienso.

    —Entiendo, prosigue. Se pone muy interesante ver como te rompes ese precioso vestido.

    No me pasa desapercibida su ironía.

    —Es de mi madre —alza una ceja oscura— y no quiero romperlo. Así que no se va a romper.

    —Entiendo. ¿Y no había otro más feo?

    —¿Y tú no tienes que ir a ligar, por ejemplo?

    —Para qué quiero perder mi tiempo ligando en un bar cuando existen aplicaciones de citas —me responde divertido.

    —Por supuesto, aplicaciones de citas —digo, sin tener ni idea de cómo va eso.

    Tiro del vestido temiendo que se rompa.

    Entonces, lo siento acercarse y se agacha. Alza sus ojos dorados hacia mí y me quedo sin respiración; ser tan sexi debería de estar prohibido.

    Mira la prenda y tira de ella hasta subirla a una zona de la puerta que es más holgada.

    La tela sale con facilidad.

    Se levanta y me doy cuenta de que es muy alto. Me saca dos cabezas por lo menos.

    Luego, mete el código de la puerta y esta se abre.

    —También podría haberlo introducido primero, pero me pareció más divertido ponerme a tus pies.

    —Dudo que te pongas mucho

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