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El Enigmático Médico
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El Enigmático Médico

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Había tardado menos de lo calculado en el trayecto, pues con estos avances en los medios de locomoción apenas me había enterado del mismo mientras revisaba desinteresadamente unas hojas del periódico que había comprado momentos antes en la estación.
Lo que me había resultado más costoso de aquella travesía fue el adoptar la decisión final, esa que siempre deja dudas como los posos de un buen café en el fondo de la taza, sobre si la opción elegida era la más correcta o no, pero tras una noche de un profundo sueño resolví la cuestión con determinación e inicié éste que sería sin duda mi más deseado destino.
Por fin me hallaba ante uno de los más bellos y majestuosos pórticos medievales que se conservan, puertas pétreas labradas con esfuerzo y esmero por canteros avezados en el arte de convertir el frío y áspero material proveniente de las canteras próximas en hermosas columnas, dinteles y arcos.
IdiomaEspañol
EditorialTektime
Fecha de lanzamiento17 jun 2019
ISBN9788893985611
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    El Enigmático Médico - Juan Moisés De La Serna

    CAPÍTULO 1. LA VUELTA

    Había tardado menos de lo calculado en el trayecto, pues con estos avances en los medios de locomoción apenas me había enterado del mismo mientras revisaba desinteresadamente unas hojas del periódico que había comprado momentos antes en la estación.

    Lo que me había resultado más costoso de aquella travesía fue el adoptar la decisión final, esa que siempre deja dudas como los posos de un buen café en el fondo de la taza, sobre si la opción elegida era la más correcta o no, pero tras una noche de un profundo sueño resolví la cuestión con determinación e inicié éste que sería sin duda mi más deseado destino.

    Por fin me hallaba ante uno de los más bellos y majestuosos pórticos medievales que se conservan, puertas pétreas labradas con esfuerzo y esmero por canteros avezados en el arte de convertir el frío y áspero material proveniente de las canteras próximas en hermosas columnas, dinteles y arcos.

    Monumento imperecedero e inamovible, espectador mudo del lento trascurrir de las décadas que deja desde pequeñas y minúsculas grietas a grandes brechas, a modo de huellas indelebles del devenir del tiempo, como surcos imborrables más propio del cansado rostro de un anciano de avanzada edad.

    Testigo ineludible de los acontecimientos que a sus pies se han producido, abarcando desde las épocas de mayor esplendor y auge, de gran abolengo y jolgorio, centro de los más destacados señoríos y cuna de distinguidos artistas, eruditos y filósofos, hasta aquellas especialmente difíciles para sus habitantes enfrentados en encarnizadas contiendas, que provocaron mientras se pudo la huida masiva de sus vecinos.

    Una espectacular fortaleza natural localizada sobre la loma de una gran roca, cual monasterio, alejado y aislado del mundo, siendo recorrida sus laderas por un amplio y sinuoso río que lo circunda a modo de foso natural, lo que incrementa sus dotes defensivas y lo convierten en una extraordinaria fuerte plaza de conquistar tal y como lo atestiguan los cuantiosos fracasos de sus enemigos que vieron frustradas sus ímpetus de conseguir tan deseado botín.

    Una ciudad milenaria con un gran patrimonio histórico-monumental con el que deleitarse por donde se quiera que se mire, con antiguas casas conservadas en tan buen estado que es fácil adivinar cómo se vivía siglos atrás.

    Un hermoso destino de encanto, con edificaciones centenarias llenas de historia, lugares recónditos que todavía huelen a añejo y que parece mejorar su espectacularidad con el tiempo como el buen vino.

    Una ciudad circundada por anchas murallas y custodiada por férreas almenas, cuyo acceso sólo se podía realizar desde aquellos enormes pórticos ricamente labrados y adornados con blasones, en cuyo interior se extendía una red de estrechas calles, que terminaban frente a los más conmemorativos edificios o ante bellas plazas con terrazas vivamente coloreadas por las más hermosas flores.

    Y todo ello ambientado en un paraje sin igual, una extraordinaria combinación de naturaleza en estado puro junto a la más recatada arquitectura, lo cual me había cautivado desde el primer momento que lo vi y cuyo recuerdo me ha acompañado durante toda mi vida, ya que el tiempo no había podido hacer mella en mi memoria.

    Esta era la segunda vez que venía, pero ahora era diferente, no me siento un extraño, un turista en busca de un hermoso recuerdo, deseoso de vivir algo memorable que narrar a los compañeros y amigos cuando regrese a su hogar, ahora no vengo de paso, siento como si estuviese en el lugar que me corresponde y tengo la intención de quedarme. Pero para ello tendría que resolver una pequeña pero importante cuestión, a la cual había dedicado demasiado tiempo en pensar alternativas posibles sin encontrar solución alguna, conseguir un trabajo con el que pagar mi estancia y mi manutención.

    Con anterioridad y sin que por ello se me hubiesen caído los anillos había realizado múltiples y variados oficios, desde los más simples a la vez que costosos físicamente, como peón de obra, hasta aquellos que requerían el desarrollo de unas destrezas especiales en el trato de las personas y a la hora de recordar fechas y nombres, como fue el de guía turístico.

    Más o menos me había defendido bastante bien en estas faenas que no conllevaban ninguna responsabilidad ni mayores obligaciones que la de cumplir con mi jornada y esperar a recibir el pago correspondiente al final del día, cual jornal de labriego se tratase.

    Aunque si es cierto que tenía preferencias entre unos trabajos y otros, pues las fuerzas y energías que me acompañaban en la juventud habían ido dando paso a la quietud y la tranquilidad de la madurez, por lo que aquel esfuerzo que realizaba con las tareas de construcción o del campo ya se me hacían eternas y poco gratificantes.

    En cambio, el trabajo de guía me era cada vez más atractivo, no sólo porque no requería tanta dedicación física sino porque había sido mucho más agradecido en cuanto a remuneración se refiere, máxime cuando a parte del pago concertado conseguía generosas propinas de unos clientes que por lo general se iban satisfechos de haber disfrutado de un buen viaje, en el que habían aprendido algunos aspectos que seguro les eran desconocidos.

    Con este trabajo de guía he aprendido mucho, pues cada cliente que venía tenía sus propios intereses por conocer un aspecto u otro de los lugares que le mostraba, incluso en alguna ocasión el visitante conocía detalles de la historia del lugar que para mí me eran desconocidos con lo que me enriquecía enormemente, y al estar tan bien retribuido me ha permitido ahorrar algún dinero con el que viajar lo que al final me ha conducido hasta las mismísimas puertas de esta ciudad.

    Además de profundizar en el conocimiento de los lugares que he visitado, he tenido cierta curiosidad por conocer alguno de los misterios que rodean a la condición humana, al querer desentrañar un poco más sobre cómo a lo largo de la historia las distintas civilizaciones se han ido planteando las mismas cuestiones esenciales, ofreciendo para ello respuestas dispares e incluso contradictorias de un lugar a otro.

    Querer conocer y controlar el devenir de los acontecimientos futuros; saber qué nos depara después de esta vida y si hay algo más allá de lo que vemos y tocamos; buscar el sentido último de nuestra existencia o tratar de entender por qué como especie somos tan diferentes al resto de los seres vivos de la naturaleza, importantes interrogantes que han intentado resolver los científicos, eruditos, filósofos, oradores y hasta charlatanes.

    Todos ellos buscando calmar las inquietas conciencias de unos pocos deseosos por entender el mundo que les rodea y su devenir, el cual a veces se muestra tan incierto como imprevisto, pudiéndose presentar extremadamente benévolo o cruel.

    Pero para mi sorpresa, en vez de encontrar una única respuesta que revele una verdad superior, válida para todos y en todo momento, hallé una amalgama de respuestas parciales, que daban cuenta más del interés particular de los gobernantes que dirigían los pueblos ya fuesen políticos, militares o religiosos, que de un verdadero conocimiento independiente del poder.

    Lo que me llenaba de estupor cuando reflexionaba sobre aquello, ¿cómo el hombre no habría sido capaz de llegar a la verdad después de tantísimo tiempo?, y si lo había hecho, ¿cuál era y por qué no era conocida y asumida por todos?

    Con mi ropa casi andrajosa, más por el exceso de uso que por una falta de cuidado e higiene personal, pasé entre aquellas moles de roca tallada que configuraban una hermosa puerta medieval, en cuyo pórtico se muestra orgulloso aquel blasón en relieve del escudo de armas de uno de los gobernantes más grandes y poderosos de Europa, sólo comparable con la majestuosidad alcanzada por Napoleón o el Rey Sol.

    Flanqueado por las robustas almenas que amenazantes custodiaban la ricamente adornada entrada, a cuyos lados se extendían aquellas inalcanzables y gruesas murallas que separaban el mundo exterior conocido del misterioso y tan celosamente custodiado tesoro oculto tras aquellas voluminosas y pesadas puertas de madera, reforzadas con hierro que atravesaban la corteza para quedar amenazantes como lanzas en ristre.

    A tenor de los años que se ha conservado esta edificación en pie y de su grosor, me atrevería a calcular para mis adentros que fueron miles los operarios que trabajaron en tan magna obra, tantos como los que se hubiesen podido emplear en levantar una de las majestuosas catedrales de la época, huella innegable de la férrea fe y de la convivencia y complicidad de la religión con el poder gobernante del momento.

    Construcciones así ya no son posibles, pues requieren de una idea clara de cómo alcanzar un fin tan importante que sobrevivirá miles de años más allá de las efímeras vidas de sus constructores, tal y como sucediese antiguamente para levantar las edificaciones más longevas y espectaculares que el hombre ha conocido, las pirámides.

    Fueron malos tiempos para los pueblos sometidos, convertidos en esclavos que garantizara una mano de obra barata, un trabajo minucioso y laborioso, sin más recompensa que la de seguir vivos al día siguiente, y con los capataces blandiendo sus látigos a la espera de que alguien se retrasase para hacer justo uso de este con el que dejar su marca en la piel de aquel esclavo.

    Ahora una situación así sería impensable, y menos cuando se dispone de tanta maquinaria, elevadoras y grúas, que facilitan en sobremanera cualquier tarea de peso, con lo que actualmente parecería de risa tener a tantos obreros implicados en tan colosal obra.

    Además, ahora sería innecesario emplear unos bloques de granito tan grandes, ya que actualmente existen materiales más resistentes, menos pesados y más rápidos de instalar, dando mayor seguridad, pero claro, eso es ahora, antes… pues es lo único que tenían.

    Todo era tan artesanal y rudimentario, con escasas herramientas todas ellas manuales, empleando principalmente la fuerza bruta acompañado de mucha perseverancia y capacidad de sacrificio.

    En verdad que no envidio a ninguno de aquellos maltrechos operarios que con mucho esfuerzo y padecimiento dieron forma a tan fastuosa edificación, pues seguro que más de uno dejó su vida en este trabajo, máxime cuando lo tenían que hacer bajo este sol de justicia, que fatiga y aploma la voluntad del más decidido.

    La elección de esta ciudad a la que me dirijo, atravesando un pequeño pero imponente pasadizo que separa el acceso de la puerta del interior, y que sirve de último contrafuerte en la defensa, aunque podía haber elegido cualquier otro lugar en estos momentos de mi vida, me he sentido impulsado internamente por venir aquí e intentar desentrañar sus secretos.

    He visto antes a muchos turistas admirar construcciones milenarias como las pirámides diseminadas por el mundo, tanto en Oriente Medio como en Iberoamérica o las más recientes edificaciones, asombrarse de su grandeza del Coliseo de Roma o de la altura de la Torre Eiffel de Paris.

    He sido testigo de cómo alguno se encogía ante los gigantescos monumentos y estatuas como la de David de Miguel Ángelo, que representaban la mitología del lugar, pero lo que he escuchado de esta ciudad han sido siempre sorprendentes maravillas.

    No sólo por su rica arquitectura, ¡que también!, ni tan siquiera por su historia, ¡que la tiene y mucha!, ¡es algo más!, algo que la ha convertido en imán durante tantos y tantos años, cual lugar de culto o de peregrinación que acoge con los brazos abiertos a todos, sin distinguir entre hombre o mujer, grande o chico, ni siquiera entre raza o religión.

    Muchos son las localidades que reciben durante todo el año a fervientes devotos que peregrinan a los lugares que consideran especiales, a veces indicados por una construcción megalítica erigida o un simple cruceiro como señal o un monumento natural como montañas o cuevas, o bien que acuden en determinados momentos del año para conmemorar alguna fecha especial en la que se celebra el cambio de ciclo estacional como los solsticios o algún evento extraordinario como los eclipses.

    Pero un lugar como en el que me hallo, no se encuentra todos los días, y por suerte, he tenido la fortuna de poderme venir a vivir tras sus puertas, en la zona más vieja y humilde, pero para mí también la más auténtica y originaria.

    He viajado por medio mundo trabajando como guía, recorriendo cada pedanía, pueblo o ciudad, conduciendo a mis clientes de un lugar a otro, intentando enseñarles y explicarles lo que ellos mismos iban buscando.

    Para algunos eran las más grandiosas maravillas que la naturaleza ha esculpido pacientemente durante siglos como el Gran Cañón del Colorado o las más fastuosas edificaciones que se conservan en la actualidad.

    En cambio otros iban buscando lo contrario, lugares humildes pero no por ello con menos encanto, donde pudiesen ver la tradición de sus fiestas, tratando de acercarse a la historia en estado vivo que se puede contemplar en algunos pueblos alejados de las grandes multitudes, donde es difícil llegar sino es a tiro echo, comentándoles en estos casos las historias de cada lugar, a veces muy bien documentadas y otras casi inverosímiles que se mantiene mediante tradición oral entre los más ancianos de la localidad, conservando con ello la esencia de los lugares visitados.

    A mí mismo me había sorprendido la belleza de algunos lugares que ni siquiera estaban señalados en el mapa o el encanto que encerraban algunas pedanías que por su escasa dimensión eran difíciles de encontrar, pero todo se volvía pequeño, casi insignificante, al lado de lo que estaba a punto de encontrarme.

    Al menos así lo vivía, con gran emoción e incertidumbre, como un niño al cual le entregan un regalo envuelto, lo cual le llena de inquietud y alegría a la vez que le recorre un nerviosismo por saber qué habrá debajo de aquel llamativo y cautivador envoltorio, hermosamente adornado con un gran lazo rojo.

    Por mi amplia experiencia y por lo mucho que he hablado con otros viajeros con los que he coincidido en tan extraños y recónditos lugares, conozco lo que otros habían sentido y experimentado al llegar a éste, y lo único que esperaba al respecto, era poder tener una vivencia al menos parecida a lo que me habían contado, algo que cambie sustancialmente mi manera de ver y comprender lo que me rodea, cual bautismo que me introduzca en una nueva vida, con lo que despierte a otra realidad transportándome a un nivel superior de comprensión de mí mismo y de los demás, quizás era esperar demasiado, pero si lo habían podido experimentar otros antes, ¿por qué no yo?

    Cualquier otra sensación de sorpresa, admiración e incluso desconcierto, sería una desilusión para mí pues ya la he vivido, además aparte del efecto momentáneo que recibí al estar presente de aquello que me maravilló, nada cambió en mí. Seguí siendo el mismo que antes de aquella visión, con mis defectos y virtudes, sin transcender más allá de lo que conozco y siento, todo lo contrario, a lo que espero en esta ciudad.

    Quizás sea confiar demasiado en una construcción tan antigua, es probable que me tenga que conformar con tener una buena estancia y que no tenga problemas, como me ha sucedido en alguna ocasión, pero, todo hay que decirlo, nunca ha sido culpa mía, simplemente estaba en el lugar menos indicado en el momento más inoportuno.

    Aunque eso, claro está, nunca ha convencido a la autoridad policial ni a la judicial, por lo que he tenido que visitar en más de una ocasión las frías y húmedas paredes de las cárceles, donde escaseaba la buena compañía de celda, siendo borrachos, alborotadores o reincidentes de delitos, o las tres cosas a la vez.

    Fue un duro aprendizaje de humildad el que tuve que pasar cuando era injustamente tratado, atrapado y retenido contra mi voluntad durante días hasta que se celebraba el juicio oral y era puesto en libertad, pero mientras tanto me veía sometido a unas condiciones tan precarias que no se lo desearía ni a mi peor enemigo.

    Pero por extraño que pueda parecer ha sido en estos lúgubres destierros, precisamente en la quietud de la noche rota únicamente por el deambular del carcelero para comprobar que todo está en orden o por el comentario soez de algún otro preso a quejándose de su encierro.

    En la oscuridad de mi pequeño habitáculo prestado, iluminado únicamente por el reflejo de la luna llena que se introduce cual invitado inesperado entre los barrotes de una diminuta ventana en lo alto de la celda, es entonces cuando me he dado cuenta de que nuestro paso por la vida tiene que ser algo más que una sucesión desorganizada y a veces arbitraria de momentos de alegría o de tristeza.

    Como creo que a todos les ha sucedido, recibí muchos palos a lo largo de los años, pero también disfruté, me divertí y compartí mi alegría con amigos y familiares, y supongo que me quedarán todavía muchos momentos buenos como malos por vivir.

    Pero algo dentro de mí se rompió la primera noche que tuve que pasar acurrucado en una esquina

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