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El origen del universo y otros secretos en la cueva de la ciencia
El origen del universo y otros secretos en la cueva de la ciencia
El origen del universo y otros secretos en la cueva de la ciencia
Libro electrónico129 páginas1 hora

El origen del universo y otros secretos en la cueva de la ciencia

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Información de este libro electrónico

Cuatro niños reciben un premio extrañísimo: una visita a una cueva misteriosa. La cueva tiene una sola entrada pero muchas salidas, y cada una de ellas lleva a un lugar diferente del universo. Poco a poco los niños van averiguando las maravillas del mundo en que vivimos, aunque un ser peludo, el Monstruo Ignorancia, pondrá a prueba sus conocimientos para que puedan regresar sanos y salvos.

Desde el nacimiento del cosmos a la evolución de la vida, del mundo de los dinosaurios a los principios del átomo, de la química al código genético, este libro introduce a los más pequeños en los conceptos esenciales de la ciencia actual, con una narración de aventuras llena de emociones. Un cuento plagado de sentido del humor y de alegría de vivir que ayudará a los niños a conocer las ideas científicas básicas mientras disfrutan de su lectura.
IdiomaEspañol
EditorialLid Editorial
Fecha de lanzamiento23 jun 2020
ISBN9788415943822
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    El origen del universo y otros secretos en la cueva de la ciencia - Jorge Bolívar

    PRIMERA PARTE:

    BUSCANDO AL DINOSAURIO

    El banco era tan alto que a todos les colgaban las piernas. Ni Pedro, ni Andrés, ni Fátima ni Elvira llegaban al suelo. Así que preferían balancear los pies como si fuera un columpio mientras esperaban entrar en el despacho de la directora.

    —¿Cuál creéis que será el premio? —preguntó Andrés, pensativo.

    —A lo mejor es un libro bien gordo con fotos chulas —propuso Elvira.

    —A lo mejor es un ordenador portátil para cada uno —dijo Pedro, soñando con los juegos a los que jugaría en ese ordenador.

    —No creo —razonó Fátima muy seria, como siempre—. Los portátiles son muy caros. ¡Al fin y al cabo, sólo hemos sacado buenas notas en un examen!

    —¡Sí, pero era el examen más difícil de todo el curso en Ciencias Naturales! —protestó Andrés, impaciente—. ¡Prometieron un premio sorpresa a quienes sacaran las mejores notas!

    —Buenooooo, tranquis, ¿eh? Nos lo dirán enseguida —pidió Elvira, que era la más paciente de los cuatro.

    Y ahí se quedaron, callados, con ganas de morderse las uñas de la curiosidad por saber cuál sería su premio. Los cuatro habían estudiado mucho y ahora esperaban su recompensa.

    Al cabo de un ratito, no muy largo pero que a todos les pareció eterno, el profesor de Ciencias Naturales asomó por la puerta su cabeza llena de pelos largos y blancos.

    —Podéis pasar, chicos y chicas —anunció sonriendo con los ojos muy abiertos.

    El profesor se llamaba Alberto y les caía muy bien a todos, porque aunque enseñaba cosas difíciles siempre estaba de buen humor y, de vez en cuando, sacaba la lengua o se paseaba en bici por el patio del colegio haciendo piruetas. Además explicaba las lecciones estupendamente.

    Saltaron del banco hasta el suelo y entraron en el despacho de la directora. ¡Por fin iban a saber cuál era su premio!

    —Hola —les saludó María, la directora del colegio, una mujer estricta, joven, casi siempre vestida de negro o de gris y que parecía muy estirada, aunque también, por suerte, era bastante cariñosa—. Enhorabuena a los cuatro. Habéis sacado las mejores notas en el examen más difícil del año. Y, como os prometimos, ahora os toca saber el premio.

    —¡Es un libro gordo lleno de fotos! —gritó de repente Elvira, casi aplaudiendo.

    —¡Es un ordenador portátil para cada uno! —le siguió Pedro, dando saltitos de entusiasmo.

    María, en su papel de directora, sonrió un poquito.

    —Pues no. Estáis muy lejos. Es…

    Redoble de tambores de emoción y ansiedad.

    —Una… —prosiguió la directora hablando muy lentamente.

    ¡Venga ya, qué nervios! ¡Que lo diga de una vez!

    —… ¡Excursión!

    ¿Una excursión? ¿El premio es una excusión? ¿En serioooooo? Los cuatro se miraron un poquito decepcionados. Andrés miró a Fátima, Fátima miró a Pedro, Pedro miró a Elvira y Elvira miró a Andrés. ¡Una excursión! Que tontería, ¿no?, parecían decirse unos a otros.

    Entonces Alberto exclamó, con su melena blanca moviéndose alborotada:

    —¡Pero no es una excursión normal! Veréis, vais a ir a un sitio donde nunca antes han dejado entrar a nadie.

    Eso pareció animarles a todos un poco. Empezaron a sentirse como exploradores aventureros rodeados de peligros y emociones.

    —¿Qué sitio? —preguntó Elvira, que era la más atrevida de los cuatro.

    —Una cueva —dijo la directora mientras le sonreía a Elvira—. Pero no es una cueva normal. Vamos a entrar en una cueva… mágica.

    Ahí sí que se quedaron todos sin palabras. Nunca habrían imaginado que el premio era visitar una cueva mágica a la que nunca había ido nadie.

    —¿Hay arañas? —quiso saber Andrés, a quien los bichos le daban bastante repelús.

    —¿Está muy oscura? —se preocupó Fátima, a quien la oscuridad no le gustaba nada de nada.

    —¿Llevaremos cuerdas para escalar? —preguntó Pedro, que siempre trepaba a los árboles como una ardilla medio loca.

    —Es una cueva maravillosa —les explicó Alberto—. Como en todas las cuevas, puede haber insectos o arañas y está oscura, pero no tengáis miedo. Llevaremos linternas y María y yo iremos con vosotros. Lo mejor de todo, que parece que no habéis oído, es que es una cueva mágica.

    —¿Qué tiene de mágica? —preguntó Elvira.

    Ahora respondió María, con su vestido negro y su media sonrisa.

    —La cueva donde iremos posee una sola entrada, pero tiene muchas salidas. Y cada una de esas salidas lleva a un sitio diferente del mundo. Sin apenas viajar podremos recorrer y ver con nuestros ojos cosas maravillosas. Por eso es mágica. Porque sus salidas llevan a todos los lugares a la vez. Sólo habrá que pronunciar una palabra especial cuando estemos frente a cada salida. Y para volver a la cueva hay que decir de nuevo la misma palabra.

    —¿Qué palabra? —preguntó Andrés.

    —Ya lo sabréis cuando estemos allí —le contestó Alberto, sacando la lengua un poco en plan de burla—. Que, por cierto, será mañana. Venga, todos a casa. Pedirle a vuestros padres que os preparen una buena mochila de excursión, dormid bien esta noche, y mañana a primera hora cogemos el autobús hasta la cueva. ¿De acuerdo?

    Todos asintieron moviendo la cabeza.

    —Eso sí, debo advertiros una cosa —señaló María. La directora parecía un poquito preocupada—. Nunca antes ha entrado nadie en la cueva porque hay quien dice que encierra un peligro extraño. Que un ser horripilante vive allí, saltando de un sitio a otro de la naturaleza sin ton ni son. Yo no creo que sea verdad, pero, por si acaso, deberemos ser valientes. ¿De acuerdo?

    Pedro, Andrés, Fátima y Elvira se miraron entre ellos, dudosos. Pero ¡a ver quién era el primero en pasar por cobardica! Así que todos hincharon el pecho y pusieron cara de héroes.

    —¡No os preocupéis! ¡Seguro que no hay ningún monstruo peludo! —gritó Alberto el profesor de ciencias—. ¡Mañana nos vemos y lo vamos a pasar genial!

    * * *

    La entrada de la cueva no parecía muy impresionante. Sólo un agujero en la ladera de una montaña pelada y sin árboles. El agujero era amplio y se podía pasar caminando tranquilamente.

    —¿Lo lleváis todo, verdad? —preguntó María, la directora—. ¿Agua, linternas, cuerdas, bocadillos, y las botas con los cordones fuertes?

    —¿Y pilas de recambio para las linternas? ¿Y un jersey gordo por si hace frío dentro? —añadió Alberto con su melena blanca ondeando al viento.

    Los dos niños y las dos niñas asintieron con la cabeza, un poco asustados pero al mismo tiempo muy emocionados por la aventura. Lo llevamos todo, dijeron a la vez.

    —Yo traigo también unas tijeras grandes por si hay que cortar una cuerda —recordó María.

    —Pues estamos super-preparados. ¡Venga, adentro! —ordenó Alberto.

    En el interior de la cueva olía a humedad y a musgo. Se iba haciendo más oscuro conforme avanzaban, y también las paredes eran más y más estrechas. El suelo resbalaba un poco y debían pisar con cuidado. En algunos puntos si alguien alzaba la mano casi podía tocar el techo. Al doblar una esquina la cueva se transformaba en un pasadizo. Allí sí que estaba oscuro del todo.

    —Encended las linternas —aconsejó Alberto.

    —Y que nadie se separe del grupo —pidió María.

    Todos obedecieron. Aquel pasillo daba un poco de miedo. Una especie de picos colgaban del techo y otros picos parecidos, pero puestos al revés, se levantaban del suelo.

    —Estos picos se llaman estalactitas y estalagmitas—explicó Alberto—. Las estalactitas son los picos que cuelgan del techo. Las estalagmitas son los picos que se levantan del suelo. Aunque os parezca increíble están formados por gotas de agua. Cada gota de agua lleva dentro un poquito de minerales o de roca disuelta, y cada vez que gotea deja parte de ese polvo minúsculo de roca pegado en el sitio de donde cae. Es muy poca cantidad, pero a lo largo de cientos de cientos de cientos de años han caído tantas gotas en el mismo sitio que el polvo de rocas se ha acumulado,

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