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La venida del Consolador
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Libro electrónico294 páginas5 horas

La venida del Consolador

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El tema relativo a la misión y la obra del Espíritu Santo ofrece un campo de estudio inagotable, porque trata de una Personalidad que trasciende todo tiempo y toda medida: la tercera Persona de la Deidad. Sus pasos augustos no se pueden medir, pero pueden reconocerse claramente; no se pueden explicar, pero pueden y deben ser personalmente aceptados y experimentados. Vivimos en un mundo que está cambiando rápidamente, un mundo que corre alborotado, dominado por nuevas fuerzas. Problemas nuevos y graves -que surgen de una actitud nueva y siniestra de la mente y del corazón hacia Dios y hacia la autoridad divina- nos confrontan y nos desafían. Las enormes ciudades del mundo, que van creciendo más y más con los años, nos desafían con una tarea abrumadora. Y, sin embargo, ellos deben oír el mensaje de Dios a los seres humanos. Estoy persuadido de que hay una sola solución para el problema al que hacemos frente, una sola provisión para nuestra necesidad: el poder del Espíritu Santo, el derramamiento de la lluvia tardía en nuestras vidas y en nuestro servicio. Esto es lo único que nos capacitará para hacer frente a esta estupenda tarea de terminar la obra que nos fue encomendada.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 mar 2021
ISBN9789877983661
La venida del Consolador

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    La venida del Consolador - LeRoy Edwin Froom

    editor.

    Dedicación

    Este volumen está dedicado, con oración, a los ministros evangélicos del Movimiento Adventista del Séptimo Día, quienes, por medio del poder habilitante del Espíritu Santo en la lluvia tardía, están destinados a ser los instrumentos para culminar la tarea de alcance mundial que nos fue encomendada.

    Puesto que este es el medio por el cual hemos de recibir poder, ¿por qué no tener más hambre y sed del don del Espíritu? ¿Por qué no hablamos de él, oramos por él y predicamos respecto de él? El Señor está más dispuesto a dar el Espíritu Santo a los que lo sirven, que los padres a dar buenas dádivas a sus hijos. Cada obrero debiera elevar su petición a Dios por el bautismo diario del Espíritu. Debieran reunirse grupos de obreros cristianos para solicitar ayuda especial y sabiduría celestial, para hacer planes y ejecutarlos sabiamente. Debieran orar especialmente porque Dios bautice a sus embajadores escogidos en los campos misioneros con una rica medida de su Espíritu. La presencia del Espíritu en los obreros de Dios dará a la proclamación de la verdad un poder que todo el honor y la gloria del mundo no podrían conferirle (Los hechos de los apóstoles, pp. 41, 42).

    A manera de Introducción

    Los estudios relativos al Espíritu Santo que componen este volumen fueron presentados en primera instancia a los delegados y los pastores que asistieron a las asambleas ministeriales cuadrienales realizadas en relación con congresos cuadrienales de Unión durante la primavera de 1928. La generosa presencia del Espíritu Santo, en esas reuniones y durante esas presentaciones, se recuerda con particular gratitud, con la intención de rendir reverente homenaje a nuestro Padre celestial.

    A pedido urgente de centenares de ministros que asistieron cuando estos temas fueron presentados oralmente, se confiere aquí a estos estudios un formato permanente y accesible para todos. Y, por pedido especial, las observaciones introductorias que preceden a las presentaciones se reproducen con tanta exactitud como la memoria lo permite, de manera que todo el contexto sea tan real como resulte posible.

    Un muy solemne sentido de responsabilidad descansa sobre mí, cuando contemplo las horas que habremos de pasar juntos en estudio fervoroso y diligente. Una grave conciencia de mi responsabilidad ante Dios impregna todas nuestras consideraciones. Francamente, yo no escogí esta línea de estudios. Durante meses, me ha dominado un sentido de urgencia, un gran apremio, una convicción que no podía desconocer, de que encabezara esta investigación. Estoy profundamente convencido de que Dios me ha inducido a sentir mi propia necesidad, y la necesidad de mis colaboradores. Esto ha determinado, en mi propia alma, un poderoso ruego de que el Señor nos conceda la única provisión adecuada para nuestras necesidades comunes. Y oro a Dios con el fin de que estos estudios puedan resultar en una genuina bendición y una ayuda, por defectuosa o inadecuadamente que sean presentados.

    No nos hemos reunido para escucharnos unos a otros predicar, por muy propio que esto sea. Ni estamos aquí con motivo de entretenemos con hábiles y originales giros del pensamiento ni para entregarnos a teorías especulativas. Antes bien, nos hemos convocado para un estudio profundo y serio, y para una búsqueda ferviente e intensiva de grandes verdades, extraordinarios principios y provisiones adecuadas a las exigencias de una obra como esta.

    Es fundamentalmente necesario que entendamos ciertos factores desde el mismo comienzo. Vivimos en un mundo que está cambiando rápidamente; un mundo que corre alborotado, dominado por nuevas fuerzas. Pasiones salvajes, puestas en libertad, que provienen del abismo, han producido una situación nueva durante esta época. La humanidad no entiende las influencias malignas que están desviando a la raza humana, de Dios, hacia la indiferencia, el desafío y la rebelión. Y la situación se está intensificando y complicando con cada año que pasa.

    Problemas nuevos y graves, que surgen de una actitud nueva y siniestra, de la mente y del corazón, hacia Dios y la autoridad divina, nos confrontan y nos desafían. Y estamos atravesando un período de transición: vamos del pensamiento serio y reverente a la diversión liviana, superficial y corruptora. Es mi convicción que los hombres y las mujeres son hoy más difíciles de alcanzar con nuestro mensaje del evangelio redentor que hace unos pocos años.

    Las enormes ciudades del mundo, que van creciendo más y más con los años, nos confrontan con una tarea abrumadora. Dentro de un radio de 200 kilómetros de Springfield, Massachusetts, donde se realizó la Asamblea Ministerial de la Unión del Atlántico, reside una población de más de 13 millones de habitantes; en tanto que dentro de un radio de 160 kilómetros del Palacio Municipal de la ciudad de Nueva York viven más de 20 millones de almas. Totales similares a estos podrían encontrarse dondequiera. Y apenas estamos tocando las ciudadelas de los hombres, las mujeres y los niños con la punta de los dedos. Y, sin embargo, ellos deben oír el mensaje de Dios a la humanidad.

    La batalla con las fuerzas del mal se hace cada vez más aguda y más siniestra. Estoy persuadido de que existe una sola solución para el problema al que hacemos frente, en forma individual y como iglesia; una sola provisión para nuestra necesidad: es el poder del Espíritu Santo, el derramamiento de la lluvia tardía en nuestras vidas y en nuestro servicio. Esta provisión prometida, que se derrama sobre los heraldos del último mensaje del cielo a la tierra, constituye nuestra suprema necesidad. Esto es lo único que nos capacitará para hacer frente a esta estupenda tarea de terminar la obra que nos fue encomendada. He creído esto por años, pero nunca antes se posesionó de mí una convicción tan intensa. Oro para que esta misma divina compulsión pueda dominar a cada obrero evangélico de la Iglesia Adventista.

    En preparación para estos estudios, después de un breve repaso de cada texto de la Biblia relativo al Espíritu Santo, he leído todas las referencias sobre esta temática en 23 volúmenes del Espíritu de Profecía, así como muchos artículos publicados en el pasado en las revistas de nuestra iglesia, escritos por la Sra. Elena G. de White, y muchos testimonios que todavía están en forma de manuscrito. De esta abarcadora plétora de material, se han extraído las declaraciones y los principios sobresalientes. (Aparecen distribuidos a través de los estudios.) Esas declaraciones fueron tomadas como la guía y la norma en el estudio de unos cincuenta volúmenes adicionales sobre el Espíritu Santo, que representan las gemas más escogidas escritas en los tiempos modernos. Se hojearon, también, muchas obras más, como lectura colateral. Así se formaron las divisiones de este tomo que tratan sobre la promesa, la venida y la unción plena del Espíritu.

    Antes de aproximarnos a los estudios, el lector hará bien en meditar cuidadosamente, y con oración, sobre las dos declaraciones que siguen:

    La promesa del Espíritu es algo en que se piensa poco; y el resultado es solo lo que puede esperarse: sequía espiritual, oscuridad espiritual, decadencia espiritual y muerte. Asuntos de menor importancia ocupan la atención, y el poder divino, necesario para el crecimiento y la prosperidad de la iglesia, y que traería todas las demás bendiciones en su estela, está ausente, aun cuando haya sido ofrecido en su infinita plenitud (Testimonies, t. 8, p. 21).

    "Precisamente antes de que Jesús dejara a sus discípulos para ir a las mansiones celestiales, los animó con la promesa del Espíritu Santo. Esta promesa nos pertenece tanto a nosotros como a ellos, y sin embargo, ¡cuán raramente se presenta ante el pueblo, o se habla de su recepción en la iglesia! Como consecuencia de este silencio con respecto a este importantísimo asunto, ¿acerca de qué promesa sabemos menos, por su cumplimiento práctico, que acerca de esta rica promesa del don del Espíritu Santo, por el cual ha de concederse eficiencia a toda nuestra labor espiritual? La promesa del Espíritu Santo es mencionada por casualidad en nuestros discursos, es tocada en forma incidental, y eso es todo. Las profecías han sido tratadas detenidamente, las doctrinas han sido expuestas; pero lo que es esencial para la iglesia a fin de que crezca en fortaleza y eficiencia espiritual, para que la predicación pueda llevar consigo convicción, y las almas sean convertidas a Dios, ha sido por mucho tiempo dejado fuera del esfuerzo ministerial. Este tema ha sido puesto a un lado, como si algún tiempo futuro haya de ser dedicado a su consideración. Otras bendiciones y privilegios han sido presentados ante el pueblo hasta que se ha despertado el deseo de la iglesia por conseguir la bendición prometida por Dios; pero, la impresión concerniente al Espíritu Santo ha sido que este don no es para la iglesia ahora, sino que en algún tiempo futuro sería necesario que la iglesia lo recibiera.

    Esta bendición prometida, reclamada por la fe, traería todas las demás bendiciones en su estela, y ha de ser dada liberalmente al pueblo de Dios. Por medio de los astutos artificios del enemigo las mentes del pueblo de Dios parecen ser incapaces de comprender las promesas divinas y de apropiarse de ellas. Parecen pensar que únicamente los más escasos chaparrones de la gracia han de caer sobre el alma sedienta. El pueblo de Dios se ha acostumbrado a pensar que debe confiar en sus propios esfuerzos, que poca ayuda ha de recibirse del cielo; y el resultado es que tiene poca luz para comunicar a otras almas que mueren en el error y la oscuridad. La iglesia por mucho tiempo se ha contentado con escasa medida de la bendición de Dios; no ha sentido la necesidad de alcanzar los exaltados privilegios comprados para sus miembros a un costo infinito. Su fuerza espiritual ha sido débil, su experiencia la de un carácter enano e inválido, y se hallan descalificados para la obra que el Señor quiere que hagan. No son capaces de presentar las grandes y valiosas verdades de la santa Palabra de Dios que convencerían y convertirían a las almas por el agente del Espíritu Santo. El poder de Dios espera que se lo pida y se lo reciba. Una cosecha de gozo será recogida por los que siembran la santa semilla de la verdad. ‘Irá andando y llorando el que lleva la preciosa simiente; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas’ (Testimonios para los ministros, pp. 174, 175).

    Y ahora, una palabra preliminar sobre la significación de los últimos cuatro capítulos, relativos a los símbolos del Espíritu. La incomparable provisión del ministerio del Espíritu Santo, con el fin de suplir las necesidades de la humanidad, es el último eslabón en la cadena del amor divino con la cual nuestro Dios en el cielo se ha vinculado a sí mismo con el hombre en la tierra. El Espíritu no solo fue el instrumento en la creación original del mundo y del género humano, sino también fue por medio del Espíritu eterno como nuestro precioso Redentor llegó a encarnarse en un cuerpo humano, y se ofreció a sí mismo para la completa reconciliación del hombre y su total salvación. Y es por medio del mismísimo Espíritu de Dios que el milagro de la regeneración de los corazones humanos se ha realizado a través de las edades, y también como el Cristo que vive en el corazón resulta una bendita posibilidad en estos, nuestros templos corporales. De esa manera es obvio que el Espíritu Santo es el vínculo de enlace divinamente señalado entre el cielo y la tierra.

    Bien podemos hacer una pausa y ponderar esta profunda verdad y esta gran provisión. La majestad de la persona del Espíritu Santo, la fuerza de su poder y el ámbito de su obra nunca serán plenamente entendidos o adecuadamente presentados. Pero, cuando se enfocan de nuevo las enseñanzas de la Palabra contemplando con reverencia nuevos ángulos respecto de la forma en que el Espíritu opera, captamos rayos adicionales de la gloriosa provisión divina, y nuestros corazones se conmueven en adoración reverente. ¡Alabanzas sean dadas al Padre, por este amor ilimitado y por esta infinita provisión para suplir cada una de nuestras necesidades!

    El tema relativo a la misión y a la obra del Espíritu Santo ofrece un campo de estudio inagotable, porque trata de una Personalidad que trasciende todo tiempo y toda medida: la tercera Persona de la Deidad. Sus augustos pasos no se pueden medir, pero pueden reconocerse claramente; no se pueden explicar, pero pueden y deben ser personalmente aceptados y experimentados. Más ricas que todas las joyas fabulosas de la tierra son estas gemas simbólicas del almacén del Cielo –presentadas bajo las figuras del viento, el agua, el fuego y el aceite–, las cuales, al considerarlas en toda su profundidad de significado, descubren un encanto y una belleza que apenas pueden discernirse en una fraseología no figurada. Que el incomparable Espíritu de verdad, a quien se dedican estos tributos, guíe nuestro pensamiento en el estudio, ilumine nuestra mente en la meditación y posea nuestras almas para la acción, en forma tan completa y exhaustiva que su sagrada obra, presentada bajo estas figuras iluminadoras elegidas por él mismo, se vea totalmente realizada en la vida. Así, bendito Espíritu, satisface tú la profunda necesidad de nuestra alma, colma el anhelo de nuestro corazón; prepáranos para el servicio sagrado, y entonces úsanos para la gloria del Padre y del Hijo y para la culminación de la tarea que nos fue encomendada. Sí, poséenos como enteramente tuyos, ahora y para siempre,

    L. E. F.

    Primera parte

    LA PROMESA DEL ESPÍRITU

    FUNDAMENTO BÍBLICO

    La promesa del Espíritu

    Hijitos, aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero como dije a los judíos, así os digo ahora a vosotros [...] Le dijo Simón Pedro: Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después (Juan 13:33, 36).

    No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino (Juan 14:1-4).

    Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras. De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre (vers. 8-12).

    Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros (vers. 16-20).

    Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió. Os he dicho estas cosas estando con vosotros (vers. 23-25).

    Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber (Juan 16:7-15).

    Capítulo 1

    LA PROMESA DEL ESPÍRITU

    Era de noche en Jerusalén; la noche más triste desde que el hombre se separara de Dios. La ciudad estaba atestada de peregrinos. El grupito de hombres que había seguido a su Señor durante los años de su ministerio público se había reunido con él alrededor de la mesa pascual, en el aposento alto. Se encontraban en un momento crucial. El símbolo y la realidad convergían. El Hijo de Dios, ciñéndose con una toalla como si fuese un siervo, se arrodilló delante de los hombres pecadores para lavarles los pies.

    El pan partido y el vino escanciado, símbolos de su pasión inminente, acababan de ser consumidos. Solo escasos minutos separaban las escenas del aposento alto de la lucha en el huerto; mediaban momentos apenas, comparativamente, entre la sangre sobre las sienes y la sangre sobre los dinteles. A pesar de que el pastor había estado con las ovejas poco tiempo solamente, pronto sería herido, y las ovejas serían esparcidas.

    Judas se había separado del grupo, y una profunda tristeza embargaba a los demás discípulos. Es innecesario analizar su aflicción. Mezclada con ella, había cierta medida de egoísmo, aunque la sombra de la separación inevitable había caído sobre ellos. Verdaderamente, era esta una hora crítica. ¡Cómo bebían los discípulos cada palabra de Jesús! Su declaración con respecto a que él iba a donde ellos no podrían seguirlo llevó mayor tristeza y dolor a sus corazones. Hasta ahora, no habían sentido la realidad de la separación que se acercaba. De pronto el Maestro procedió a consolar sus corazones. Les habló de unas mansiones que iría a prepararles. Pero esto no logró conformarlos, porque la presencia personal de su Señor viviente nunca podría ser reemplazada por mansiones.

    ¿Qué harían cuando se fuera? ¿A quién se volverían?

    Alguien dijo: Pintad un cielo sin estrellas. Cubrid las montañas de oscuridad. Colgad cortinas de negra sombra frente a cada playa. Oscureced el pasado, y que el futuro sea aún más incierto. Completad el cuadro con hombres pesarosos y rostros tristes. Tal era la condición de los discípulos, al verse confrontados con la partida del Señor.

    Jesús presenta a su Sucesor

    Luego, Jesús pasó a descubrir, ante ellos, la gloriosa provisión de otro Consolador. Esta declaración implica que Jesús era el primer Consolador. Un consolador es ayuda en tiempo de necesidad. Si eres huérfano, necesitas de un padre; si estás enfermo, un médico; si te hallas perplejo, un abogado; si vas a construir, un arquitecto; y si estás en dificultades, un amigo. Todo esto, e infinitamente más, es nuestro Consolador celestial.

    Los discípulos no quedarían huérfanos, privados de un Padre divino que los cuidara, protegiera y ayudara. En el momento más impresionable de sus vidas, Cristo les mostró la venida del Espíritu Santo como la culminación de su obra terrenal en favor de ellos y la continuación de su tarea.

    La recepción del Espíritu Santo constituía el privilegio supremo que pudieran tener, como también hoy lo tiene cada discípulo que espera el regreso corporal y visible de su Señor, para llevarlo a las mansiones celestiales. Notemos lo siguiente:

    En las enseñanzas de Cristo se hace prominente la doctrina del Espíritu Santo. ¡Qué vasto tema de meditación y ánimo es éste! ¡Qué tesoros de verdad añadió al conocimiento de sus discípulos con sus instrucciones relativas al Espíritu Santo, el Consolador! Se espació sobre este tema con el fin de consolar a sus discípulos en la gran prueba que pronto experimentarían, para que sintieran ánimo en su gran desilusión [...]. El Redentor del mundo se esforzó por llevar el consuelo más efectivo al corazón de los dolientes discípulos. Pero del amplio campo de asuntos que tenía a su disposición, escogió el tema del Espíritu Santo, el cual inspiraría y confortaría sus corazones. Sin embargo, a pesar de que Cristo dio tanta importancia al tema del Espíritu Santo, ¡cuán poco se considera en las iglesias! (Elena G. de White, Bible Echo, 15 de noviembre, 1893).

    Antes de abandonar su magisterio terrenal, Jesús presentó a su Sucesor en su discurso de despedida.

    Estorbado por la humanidad, Cristo no podía estar en todo lugar personalmente. Por lo tanto, convenía a sus discípulos que fuese al Padre y enviase el Espíritu como su sucesor en la tierra (El Deseado de todas las gentes, pp. 622, 623).

    Reveló, así, la formidable realidad de la dispensación del Espíritu. Y este aspecto dispensacional es imposible de sobrestimar. Se basa en la obra terrenal de Cristo, y su inauguración era imposible hasta cuando él acabara su tarea y ascendiera a los cielos. En Juan 14 y 16 Jesús desarrolló tres verdades colosales: 1) El prometido advenimiento del Espíritu Santo; 2) El carácter y la personalidad del Espíritu Santo; 3) La misión, u obra, del Espíritu Santo.

    La dispensación del Espíritu

    Al analizar estas verdades en el orden enunciado observamos, primeramente, la explícita declaración acerca de la venida del Espíritu Santo. Resulta impresionante notar que tan ciertamente como los profetas prenunciaron el advenimiento de Jesús, así él anunció la venida de Otro igual que él y sucesor suyo. Uno ascendía, mientras el otro descendía. El mismo

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