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Pinceladas del amor divino
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Libro electrónico756 páginas8 horas

Pinceladas del amor divino

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La mujer contemporánea vive agobiada con cientos de actividades, por lo que muchas veces se le dificulta prestar atención a la voz de Dios. De ahí que muchas damas crean que están solas ante los desafíos que la vida les depara. Pero es ahí donde hay que darse un tiempo para contemplar cada mañana las expresiones del afecto celestial. A lo largo de este año, vamos a contemplar cada mañana diversas pinceladas del amor divino a través de estas maravillosas lecturas devocionales.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 oct 2020
ISBN9789877982817
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    Pinceladas del amor divino - Erna Alvarado Poblete

    editor.

    Dedicatoria

    Con mi más profundo aprecio a todas las mujeres que buscan encontrar en el día a día inspiración y dirección divina para cumplir la misión encomendada por el Señor.

    1° de enero

    Estrenando tiempo

    El Señor mismo irá delante de ti, y estará contigo; no te abandonará ni te desamparará; por lo tanto, no tengas miedo ni te acobardes (Deut. 31:8).

    A la mayoría de las mujeres nos gusta estrenar. Nos encanta, por ejemplo, ponernos un vestido recién comprado; gozamos al usar por primera vez ese artículo novedoso para el hogar que vimos en la tienda y no pudimos resistir la tentación de adquirir; somos felices adornan­do la casa con nuevos objetos que realzan la belleza de nuestro espacio vital. En resumen: nos gusta lo nuevo.

    Pues bien, hoy precisamente, estamos estrenando algo: tiempo. Estamos iniciando un nuevo año, que llega envuelto en el hermoso papel de la vida; ¿aca­so no se ve precioso, así, envuelto en minutos, horas y días? Y viene con una tarjetita que dice: Disfrútalo sin prisa. Vívelo en el aquí y en el ahora. Míralo, tócalo, saboréalo, escúchalo. No lo desperdicies. Mañana quizá no haya más tiempo que estrenar.

    Dios, el dueño del tiempo y de la vida, es quien nos lo envía. Este tiempo nuevo es para ti, está hecho a tu medida; es exactamente lo que necesitas, ni más ni menos.

    No es mucho ni es poco; es suficiente.

    ¿Apresurarlo? Imposible.

    ¿Retrasarlo? Tampoco se puede.

    ¿Disfrutarlo? Sí, eso sí. Ese es un privilegio que nadie ni nada te puede quitar. Este año nuevo no lo medirá solo el reloj, ni el calendario que tienes colgado en la pared. Lo medirá la intensidad con la que descubras cada instante. Tú eres quien pone encanto a los días de la semana, pintándolos de colores a tu antojo. Podrás desechar lo negro de la amargura, pero quizá aceptarás el gris de la melancolía; brochazos de verde esperanza y pequeños puntos rojos de optimismo irán dando a tu existencia el placer de vivir cada momento; el mo­rado lo reservarás para las horas tristes y el rosa lucirá cuando recibas el abrazo de una amiga.

    El olor a pan recién horneado será un deleite a los sentidos; y la taza hu­meante que beberás junto a tus seres amados será el epílogo perfecto para una existencia enriquecida. ¿Qué te parece si le damos gracias a Dios?

    Propongámonos vivir este tiempo nuevo conscientes de su brevedad y sin perder la misión que a través de él hemos de cumplir. Feliz año; que lo estrenes con bien, siempre de la mano del Señor.

    2 de enero

    El tiempo es la materia de la que está hecha la vida

    Él, en el momento preciso, todo lo hizo hermoso; puso además en la mente humana la idea de lo infinito, aun cuando el hombre no alcanza a comprender en toda su amplitud lo que Dios ha hecho y lo que hará (Ecl. 3:11).

    Una de las frases más célebres de Shakespeare dice: Tan a tiempo llega el que va demasiado deprisa como el que se retrasa de­masiado. Esta referencia me lleva a pensar en la declaración del sa­bio Salomón: En este mundo todo tiene su hora; hay un momento para todo cuanto ocurre (Ecl. 3:1), quien después describe el quehacer humano a través del tiempo y de la vida.

    Hoy, 2 de enero, estamos en el amanecer de un año nuevo. Vivir es un pri­vilegio y el tiempo es la herramienta de la que disponemos para disfrutar de ese privilegio o, por el contrario, para desperdiciarlo. Los segundos, los minu­tos, las horas, los días, las semanas y los años llegarán y se irán inexorable­mente; es imposible retenerlos, revivirlos, ahorrarlos o guardarlos. Lo único que marca la diferencia es el uso que hagamos de ellos.

    El tiempo es semejante a un tranvía sin paradas: solo podremos viajar en él si somos perseverantes, emprendedoras, oportunas y eficaces; y, sobre todo, si tenemos una visión. Son muchos los que se quedan varados en los fraca­sos y las vicisitudes propias de la existencia; sin embargo, tomadas de la mano de Dios podemos correr y, a pesar del cansancio, tener alas como de águilas (ver Isa. 40:31). Tal es la promesa de Dios y él la cumplirá en nosotras si confiamos con humildad en su dirección.

    En este año que comienza, recuerda:

    Sé tú misma, pero que ese tú misma sea lo mejor de ti.

    Aprovecha al máximo cada hora, cada día y la etapa de la vida en la que estás.

    Busca lo bello en las cosas sencillas y serás feliz.

    Dondequiera que vayas, marca la diferencia en favor del bien y la integridad.

    Ama a los tuyos, pero más con hechos que con palabras.

    Agradece lo que otras personas hacen por ti.

    Toma decisiones sabias, para lo que es imperioso consultar a Dios.

    Recuerda que Dios te ayudará en todo lo que emprendas.

    Ora, ora y ora en todo tiempo, lugar y circunstancia.

    ¡Vive en plenitud!

    3 de enero

    Acuéstate con un sueño y despierta sin sueño

    Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza (Jer. 29:11).

    Hay quienes piensan que los sueños son solo quimeras, que nos elevan del suelo por un instante y lo único que consiguen es apar­tarnos de la realidad. Otros creen que los grandes logros de la vi da comienzan con un sueño que, con empeño y tenacidad, vamos labrando hasta que se hace realidad. Yo estoy convencida de que Dios nos creó para que alcancemos grandes metas. Creo que, por haber sido hechas a la seme­janza del Señor, nuestras posibilidades de crecimiento van incluso más allá de nuestra capacidad de soñar.

    El Señor dice, en el Evangelio de Juan, capítulo 14, versículo 12: El que cree en mí hará también las obras que yo hago; y hará otras todavía más gran­des. Si basamos nuestro quehacer diario en esta promesa, podemos tener la garantía de que nuestros sueños se podrán ver convertidos en hermosas realidades.

    Un año está iniciando y, para nosotras, es tiempo de renovar propósitos y concretar sueños. Lo único que a veces nos falta es poner en el comienzo y el final de ellos a Dios. Es tiempo de soñar con Dios y para Dios. Ahora te hago una pregunta: Tus sueños de mujer, ¿le gustan al Señor? Si es así, emociónate entonces, cumpliendo con lo que te toca hacer en tu ámbito; sé tenaz y desarrolla es­trategias realistas para avanzar hacia lo que anhelas, puesto que sabes que tiene la aprobación del Cielo. Para alcanzar esos sueños hay que estar despierta, alerta y centrada.

    Muchas de nosotras invertimos parte de nuestra vida en hacer realidad los sueños de otros, descuidando así los propios, tal vez porque nos sentimos incapaces de llevarlos a cabo. Pero esa incapacidad no es real. Aleja de ti a tus enemigos: la pereza, la negligencia, el desánimo, la falta de fe, las palabras de quienes te dicen que nunca lo lograrás... No postergues los planes de Dios para tu vida.

    Si no has comenzado aún a perseguir esos sueños, este es el momento. Ya seas madre, esposa, abuela, hermana, tía, hija... Te muevas en tu casa, en la ofi­cina, la universidad, la empresa... Estés casada, soltera, viuda o divorciada... No hay límites para tu desarrollo, si Cristo es tu compañero de viaje cada minuto, hora, día, semana y mes del nuevo año. El camino está trazado por aquel que cumplió en ti su mejor sueño: salvarte.

    4 de enero

    Los dones de Dios

    Dios nos ha dado diferentes dones, según lo que él quiso dar a cada uno (Rom. 12:6).

    Ayer hablamos de los planes maravillosos que Dios tie­ne para cada una de nosotras. Me llena de emoción saber que, para el cumplimiento de sus planes, no nos ha dejado desprovistas. Su pro­visión es extraordinaria y está al alcance de todas, sin excepciones.

    Si quieres caminar hacia el cumplimiento de tus sueños, aprópiate de los dones de Dios para ti. Cuando los tengas visualizados, avanza y atrévete a ser y a hacer. La naturaleza femenina posee rasgos que la hace singular; por otro lado, aun siendo todas las mujeres poseedoras de la misma naturaleza, cada una tiene un sello distintivo. Esta individualidad nos permite ser y hacer en el mundo de una forma peculiar, distintiva y única. Lo que no seas ni hagas tú, nadie más lo podrá ser ni hacer. ¿Acaso no dejaría eso un gran vacío?

    Nuestra parte consiste en descubrir y desarrollar esas habilidades que Dios está dispuesto a transformar en dones, si las pones al servicio de tu desarrollo personal y en beneficio del prójimo. Este nuevo año es tiempo de apropiarnos en forma realista de los recursos personales que poseemos y ponerlos en ac­ción. Cuando lo hagas, te darás cuenta de que hay cosas que nos son fáciles de realizar y otras que, aunque te parezcan imposibles, con esfuerzo personal, dedicación, entrega, práctica y confianza en Dios, podrás llevarlas al plano de lo posible.

    Ten el coraje de convertirte en tu mejor opción; es decir, cree en ti, recono­ce tus capacidades y no las escondas, porque el Señor no te las ha dado para que las dejes a un lado, sino para que les des buen uso. Atrévete a poner tu se­llo personal en todo lo que hagas. La marca personal es como el ADN, es algo que nos hace únicos, que nos diferencia del resto, que nos convierte en seres singulares e irrepetibles. Es como nuestra huella digital, algo que nos permite ser reconocidos entre millones de seres parecidos (Andrés Pérez Ortega).

    Comienza hoy haciendo inventario de tus dones intelectuales, emocionales, espirituales y materiales; sé capaz de desafiar un reto llevándolo adelante. Nin­gún camino se hace largo si, al transitarlo, vas descubriendo, creando, aprendien­do y sirviendo. Tienes un año por delante y, justo a tu lado, a un Dios amante que se dispone a ser tu guía, consejero y amigo incondicional.

    5 de enero

    Y ahora... manos a la obra

    Ahora pues, dentro de sus posibilidades, terminen lo que han comenzado con la misma buena disposición que mostraron al principio, cuando decidieron hacerlo (2 Cor. 8:11).

    Viktor Frankl, el creador de la logoterapia, dice en uno de sus libros que podemos descubrir el sentido de la vida en función de tres con­diciones: 1) acogiéndonos a los dones de Dios; 2) moviéndonos a la acción; y 3) a través del sufrimiento.

    Ayer hablamos del primer aspecto: recibir los dones de Dios y ponerlos en uso. Hoy te invito a reflexionar en la segunda condición, para encontrar el sentido de la vida: la acción. Movernos a la acción quizá sea el paso más com­plicado cuando nos enfrentamos a diversas dificultades; sin embargo, al ha­cerlo, entramos en un proceso de mejora permanente, lo que nos abre puertas a una infinidad de posibilidades.

    Acción, movimiento, son cosas que parecen simples; sin embargo, frente a una gran dificultad, muchas de nosotras nos quedamos petrificadas, total­mente paralizadas. Para que hagamos algo en esas circunstancias, es necesa­rio que ejerzamos voluntad y pongamos un empeño consciente. Y, aunado a esto, debemos levantar la vista a Dios con fe.

    Décadas atrás, las mujeres estábamos en una posición de meras especta­doras de lo que ocurría en el mundo. Hoy, sin embargo, la vida nos ha llevado aun protagonismo (para muchas, tal vez, no deseado). Algunas lo experimen­tan desde la trinchera de sus hogares, como madres y esposas; otras, desde su ámbito laboral o al frente de un negocio.

    Si eres ama de casa, debes saber que no solo arreglas camas y haces la co­mida; en la crianza de los hijos estás sentando las bases que definirán el des­tino de la sociedad, que hoy por hoy se encuentra en crisis. Si trabajas fuera de casa, tienes también un desafío que solo será superado si te mueves a la acción.

    El obstáculo que con mayor frecuencia nos impide movernos a la acción es el miedo. Sentimos miedo a lo nuevo porque conlleva cambios, ajustes, apren­dizajes, esfuerzo… y eso significa salir de nuestra zona de confort.

    Dios, que está dispuesto a ir al frente de tus miedos, te hará comprender que es del temor que nace el valor para alcanzar la excelencia. Intentar ha­cer cosas por ti misma sin contar con la dirección de Dios es arrogancia, pero asirse de la mano del Señor y seguir sus indicaciones revestida de hu­mildad es el camino del éxito.

    6 de enero

    Para qué sirve el sufrimiento

    Jesús soportó la cruz, sin hacer caso de lo vergonzoso de esa muerte, porque sabía que después del sufrimiento tendría gozo y alegría; y se sentó a la derecha del trono de Dios (Heb. 12:2).

    Soportar dificultades, perder para ganar, sacrificar deseos, enfren­tarse a situaciones inesperadas como la enfermedad o la muerte son algunas de las cosas a las que estamos expuestas, e indudablemente traen consigo una dosis alta de sufrimiento.

    Muchas personas dudan del carácter de Dios sobre el argumento de que un Dios amante no permitiría el sufrimiento humano. Sin embargo, en su plan maestro en nuestro favor, el sufrimiento, que es resultado de la desobediencia, puede llegar a ser un acicate para alcanzar nuestra perfección en Cristo Jesús.

    En realidad, sufrir es inevitable; lo importante es la actitud que tomamos ante el sufrimiento y ante la circunstancia que nos lo genera. Toda mujer cris­tiana madura reconoce que aceptar el plan de Dios para nuestra vida y movi­lizarnos para llevarlo a cabo muchas veces implica sufrir.

    En una sociedad que tiene como aspiraciones máximas sentir placer y no experimentar dolor, ¿cuál es la razón de ser del sufrimiento en la vida del cris­tiano? ¿Qué provee el sufrimiento que ninguna otra circunstancia puede dar? Lo primero que nos aporta es que nos abre los ojos a nuestra necesidad de Dios: sufrir nos pone en una situación de vulnerabilidad, la que nos lleva a buscar apoyo y sustento en Cristo, reconociendo que, por nosotras, mismas somos incapaces.

    Aunque parezca una paradoja, el sufrimiento con sentido puede llegar a ser una fuente de gozo, porque podemos ver que nos conduce a una madurez espiritual que no hubiera sido posible sin ese dolor. Es en medio de la adver­sidad como nos damos cuenta de nuestras limitaciones y como obtenemos compasión hacia el que sufre.

    Para llegar a cumplir los planes divinos para tu vida, aprovecha los dones de Dios; y muévete a la acción, aunque esto conlleve, quizá, una dosis de su­frimiento. Este año traerá para ti desafíos que te empujarán a tomar decisio­nes y a actuar, y quizá al hacerlo también tengas que sufrir. Sin embargo, la promesa de Dios es eterna, y nos asegura: No temas, que yo te he libertado; yo te llamé por tu nombre, tú eres mío (Isa. 43:1).

    Vive este día con la certeza del cuidado de Dios, e impúlsate hacia lo que está adelante con la actitud de una mujer que ha puesto su vida al resguardo del Eterno.

    7 de enero

    Cambia tu lente

    Te aconsejo que de mí compres oro refinado en el fuego, para que seas realmente rico; y que de mí compres ropa blanca para vestirte y cubrir tu vergonzosa desnudez, y una medicina para que te la pongas en los ojos y veas (Apoc. 3:18).

    Hace unos días asistí a mi cita periódica con el oftalmólogo, aten­diendo a su recomendación. Me dijo que, cada dos años como máxi­mo, los lentes deben ser revisados para cambiar su graduación. Me sentía bien con mis lentes; yo creía que me ofrecían una visión clara y nítida, y pensé que era innecesaria la revisión. Sin embargo, ya en el consultorio y tras haber hecho las pruebas pertinentes, me di cuenta de que me hacía falta un cambio de lentes. No vemos lo que no podemos ver.

    De repente, todo parecía tener una nueva luz, un nuevo brillo; ahora veía los pequeños detalles de los objetos que me habían pasado desapercibidos sin darme cuenta. Al mirarme al espejo descubrí rasgos en mi rostro que no sabía que tenía: unas cuantas arrugas que yo no había visto, pero que sí, allí estaban; y me descubrí lanzando una exclamación de sorpresa. Indudablemente, era necesario el cambio. Mi conclusión fue: Las cosas no son como yo las veía.

    Apliquemos esta experiencia al ámbito espiritual. A veces pasamos la vida con una visión borrosa de la realidad. Juzgamos en función de lo que vemos, y así mismo opinamos. Incluso amamos a través del filtro de nuestra propia lente, sin preguntarnos si realmente lo que vemos es lo que es. Nuestra visión debe ser renovada, ahora lo comprendo claramente. Para ello tenemos que acudir a la consulta del oftalmólogo celestial, nuestro Dios. En su sabiduría, perfeccionará nuestra visión, y veremos con los ojos del discernimiento es­piritual lo que no sabemos ver por nosotras mismas, con nuestra mirada car­nal. Nuestra mirada será entonces más empática. Veremos a los demás como Dios los ve. Y descubriremos arrugas emocionales y espirituales en noso­tras mismas que nos devolverán la humildad. Esa humildad que es la clave de la vida cristiana.

    Si tu visión está empañada por un pasado de vergüenza, traumas, desilu­siones y fracasos, y estos no te dejan vivir el presente ni mirar con optimismo el futuro, no repartas culpas ni te escondas tras excusas. Ve al consultorio del divino médico, clama por restitución y toma responsabilidad de tu vida. La mirada corregida por el poder de Dios te hará sensible, misericordiosa y equi­librada; podrás trabajar en ti misma y dejar atrás la arrogancia.

    8 de enero

    Estén siempre alegres

    Llénenme de alegría viviendo todos en armonía, unidos por un mismo amor, por un mismo espíritu y por un mismo propósito (Fil. 2:2).

    Te propongo iniciar hoy una serie de cinco reflexiones basadas en 1 Tesalonicenses 5:16 al 22, que dice así: 1) Estén siempre alegres, 2) oren sin cesar, 3) den gracias a Dios en toda situación, […] 4) somé­tanlo todo a prueba, […] 5) eviten toda clase de mal. Empecemos por la primera parte: Estén siempre alegres (NVI).

    Estar siempre alegres parece imposible. Sin embargo, es un pedido de Dios, y él nunca nos pediría nada que no esté a nuestro alcance. Lo que lo hace pa­recer imposible es nuestro concepto de la alegría. Entendida como una emo­ción basada en el placer, claro que es un pedido inalcanzable. Sin embargo, la alegría va más allá de eso.

    La alegría a la que se refiere Dios es el estado que alcanzamos cuando vi­vimos en armonía con él, con nosotras mismas y con el prójimo, y es ajena a las circunstancias que nos rodean. La alegría se asemeja a una planta que se cultiva día a día con cuidado y voluntad; es una decisión firme de restar lo ne­gativo y sumar lo positivo; es pasar del ego al altruismo. El terreno para cultivar la alegría somos tú y yo, así como las relaciones con la familia, los amigos, y las personas que llegan y se van de nuestra vida en el trajín cotidiano.

    Comienza estando alegre contigo, con lo que eres, lo que haces y tienes. Si alguno de estos aspectos de tu vida se puede mejorar, atrévete a intentarlo: sue­ña con lo que es posible y muévete a la acción. Por otro lado, la alegría no se vive a solas; al experimentarla, te encontrarás con personas que vienen, otras que se van y muchas tantas que se quedan. Tal vez tú esperas que los que se quedan, se vayan, y que los que se van, se queden. Al aceptar que no ocurre así, abres la puerta a la flexibilidad mental, que es un principio básico para lo­grar estar alegres de una manera permanente. Entonces te será posible hacer tuyo el pedido del apóstol: Alégrense siempre en el Señor. Repito: ¡Alégren­se! (Fil. 4:4).

    Cultiva tu alegría cooperando con la voluntad de Dios; entusiásmate frente a los desafíos; ve lo bueno que hay en ti y en los demás; desarrolla el buen humor; ponle sabor a lo desabrido; sé precavida pero no miedosa. El mundo está lleno de alegrías; el arte consiste en saber distinguirlas.

    9 de enero

    Oren sin cesar

    Manténganse constantes en la oración, siempre alerta y dando gracias a Dios (Col. 4:2).

    Se me ocurrió buscar en el diccionario la definición de la pa­labra oración, y me refirió al siguiente concepto: Enunciado que tie­ne un verbo como núcleo del predicado. En realidad, no era este tipo de oración el que yo buscaba, pero sentada frente a esta definición, reflexio­né en ella y la apliqué al concepto de la oración como plegaria.

    Cuando oramos, necesitamos que el núcleo sea el Verbo; recordemos quién es el Verbo: En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios (Juan 1:1, RVR 95). El verbo es quien nos mueve a nosotras, que so­mos el sujeto. En otras palabras: cuando oramos nos ponemos en sintonía con Dios para que su Espíritu nos mueva a conocer, aceptar y cumplir la volun­tad del Padre.

    La oración es una fuente inagotable de bendiciones. La mujer que ora, en­cuentra sabiduría y discernimiento para hacer frente a sus retos; su fortaleza será renovada cuando el cansancio y la fatiga tomen como presa su cuerpo y su mente. En las Sagradas Escrituras leemos: Dejen todas sus preocupa­ciones a Dios, porque él se interesa por ustedes (1 Ped. 5:7).

    Cuando oramos, se ve nuestra naturaleza humana: buscando respuesta a una petición, somos insistentes y nuestras súplicas no cesan. Pudieras llegar a pensar que cansas a Dios; sin embargo, ten la certeza de que te escucha con profunda compasión, y su corazón empático se conmueve. No hay ningún aspecto de tu vida que quede fuera de su atención. La niña, la joven, la espo­sa, la madre, la abuela siempre encontrarán sustento cuando acudan reveren­temente ante Dios suplicando ayuda.

    Tomen tiempo para orar, y al hacerlo, crean que Dios los oye. Mezclen fe con sus oraciones. Puede ser que no todas las veces reciban una respues­ta inmediata, pero entonces es cuando la fe se pone a prueba (Testimonios para la iglesia, t. 1, p. 156). La oración de fe sencilla bendice, restaura, sana, une y, además, renueva tu mente, de tal modo que agudiza tu capacidad de dis­cernir, lo que te lleva a gozar de libertad para tomar decisiones responsables.

    Hoy, antes de iniciar tu jornada, inclínate ante Dios con humildad. Que tu oración sea: Señor, gracias por este nuevo día. Me regocijo en ti. Gracias por todo lo que sentiré y haré hoy, pues confío en que serás mi ayudador, mi amigo, mi consejero y mi sustentador. Amén.

    10 de enero

    Den gracias a Dios en toda situación

    Y todo lo que hagan o digan, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él (Col. 3:17).

    Los expertos aseguran que la gratitud es un sentimiento que pue­de traer mayor bienestar y sentido de plenitud al ser humano. Afirman que la gratitud puede eliminar la negatividad y el desgano aun frente a las circunstancias más adversas. Un hecho tan simple como decir gracias no es tan fácil como pudiéramos creer; hay quienes no perciben en su entorno na­da por lo que agradecer.

    El pedido del Eterno es: Den gracias a Dios por todo (1 Tes. 5:18). ¿Es posible hacerlo cuando llega la muerte, la enfermedad, la ruina financiera o el fracaso de una relación? ¿O será más bien este un pedido de un Dios que es­tá sentado en las alturas de los cielos, ajeno a las necesidades de sus criaturas?

    Algunos libros de autoayuda intentan demostrar que, al ser agradecidos, generamos una energía positiva que atrae a personas y circunstancias que nos llenan de bienestar. Yo no creo que la gratitud sea una energía que noso­tras podemos generar, sino un don de Dios que debemos pedir en oración con el compromiso de transformarlo en hábito.

    Enfocar la mente en el Dios dador de la vida es el principio de la gratitud. Hoy hubo amanecer, y con él la vida inició su jornada; lo saben las aves y lo proclaman con sus cantos al aire. ¿Ya lo hiciste tú? Al atardecer, cuando la na­turaleza se despida del día con el canto de los grillos, ¿irás a disfrutar del des­canso sin imitar su ejemplo?

    Las quejas, los resentimientos y las críticas nos llevan a dar la espalda a Dios; comencemos a hacer de la gratitud una manera de vivir. Los siguientes ejercicios diarios podrán ayudarte a lograrlo:

    Arrodíllate y dile a Dios gracias; experimentarás una sensación de bienestar.

    Escribe al menos tres cosas, situaciones o personas por las que das gracias.

    Agradece a Dios por algo que siempre has tenido, pero por lo cual no has agradecido.

    Agradece por lo que tienes y por lo que tendrás.

    Agradece por lo que no tienes y no necesitas.

    Agradece por las personas que se fueron de tu vida, por las que están ahí y por las que llegarán.

    Decide ser agradecida.

    11 de enero

    Sométanlo todo a prueba

    Sométanlo todo a prueba y retengan lo bueno (1 Tes. 5:21).

    Las expertas amas de casa saben que los mejores alimentos se con­siguen en los mercados, donde los productos llegan directamente del campo. He tenido varias aventuras en algunos de estos lugares tan tí­picos de los países latinoamericanos. La mezcla extraordinaria de colores, sa­bores y texturas me hace volver una y otra vez a repetir la experiencia. Los vendedores que con su mano extendida te ofrecen probar del producto son los que más ayudan a decidir qué llevar a casa. Sin probar no se compra.

    Pensando en este asunto, viene a mi mente el consejo del apóstol: So­métanlo todo a prueba (1 Tes. 5:21). Si sometemos a prueba el alimento físico que llevamos a la mesa antes de comprarlo, ¿no debemos hacer lo mismo con el alimento para el espíritu y el intelecto? Someter a prueba todo aquello que entra a la casa y a la mente, a veces imperceptiblemente, nos libra­rá de culpas, de hábitos que corrompen y de filosofías que opacan nuestra visión de la eternidad.

    Así como haces con los alimentos, somete a prueba lo que entra a tu casa a través de la pantalla, la música y las ideas aparentemente innovadoras que cautivan los sentidos, apartándote de la serena conexión con el Eterno. Son tiempos para estar alerta.

    La vida es, a veces, como un mercado: vende ideas, filosofías, conceptos y estilos de conducta que pueden corromper el templo del Espíritu Santo, que somos nosotros. La amonestación del Señor es: Examinaos a vosotros mis­mos, para ver si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos? (2 Cor. 13:5, RVR 95).

    Si después de leer esta reflexión te dispones a salir al mercado a buscar alimentos para tu familia, disfruta de los colores, aromas y sabores, y alaba a Dios por su generosidad al permitirnos hacer del comer un deleite. Cuando salgas al mercado de la vida, aplica la misma fórmula: examina, prueba y eli­ge; para que elijas bien. No todo lo que parece bueno, lo es; pon a prueba lo que escuchas, lo que ves, lo que lees, lo que tocas... De ello depende tu bienes­tar y el de las personas que están en tu círculo de acción. En esta tarea no estás sola; Dios está contigo.

    12 de enero

    Apártense de toda clase de mal

    Apártense de toda clase de mal (1 Tes. 5:22).

    Es curioso que el apóstol escribiera apártense de toda clase de mal y no sencillamente apártense del mal, sin más; infiero enton­ces que hay varias categorías en lo que al mal respecta. ¿Pueden incluir­se aquí asuntos que a nuestros ojos parecen inofensivos, pero que en el fondo son tan malos como lo peor?

    Si eres de esas personas que a menudo se confrontan a sí mismas argu­yendo ¿qué tiene de malo esto?, o soy bastante madura como para hacer ciertas cosas sin que me afecten, o no le estoy haciendo daño a nadie, en­tonces te estás poniendo en una situación de vulnerabilidad que será aprove­chada por Satanás. Nuestro criterio es demasiado frágil como para apoyarnos en él; nuestros pasos solo son seguros cuando afirmamos nuestro caminar por la vida en un así dice Jehová.

    En la Biblia, leemos: Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica (1 Cor. 10:23, RVR 95). He ahí la clave para actuar con responsabilidad ante Dios y ante nosotras mismas: todo aquello que es­torba el crecimiento espiritual y nutre tu naturaleza carnal debe ser evitado. No debes ponerte en la línea de fuego del diablo pensando que eres lo su­ficientemente lista como para no ser derrotada. Lo que lees, lo que miras en la pantalla, tus conversaciones y ciertos pensamientos obsesivos esclavizan tu día a día con cadenas sutiles de perversión.

    Cuando Eva se acercó al hermoso árbol que Dios le había prohibido tocar, quizá pensó que no estaba haciendo nada malo, pero le dio a Satanás su primera ventaja. El resto era cuestión de tiempo. El maligno esperó pa­cientemente hasta que Eva sucumbió a su deseo de poseer el fruto. Un gran conocedor de la naturaleza femenina no se empeña en grandes trampas; es sutil, cauteloso y astuto.

    Frente a la tentación, ten la certeza de que Dios es poderoso para librarte de ti misma y de tus tendencias a lo malo, lo impuro y lo profano. No tengas vergüenza de declarar tus debilidades a Dios. El eterno y compasivo Señor está a tu alcance cuando lo malo intenta jugarte una mala pasada disfrazán­dose de bueno. Cuando nos asalten las tentaciones y las pruebas, acudamos a Dios para luchar con él en oración. Él no dejará que volvamos vacíos, sino que nos dará fortaleza y gracia para vencer y quebrantar el poderío del ene­migo (La oración, p. 52).

    13 de enero

    Soy mujer: soy amada

    Que Cristo viva en sus corazones por la fe, y que el amor sea la raíz y el fundamento de sus vidas. Y que así puedan comprender con todo el pueblo santo cuán ancho, largo, alto y profundo es el amor de Cristo (Efe. 3:17, 18).

    He conocido a algunas mujeres que se sienten incómodas en su calidad de mujer; por crianza o por cultura, creen que lo femeni­no es inferior a lo masculino. Viven en una constante lucha contra ellas mismas, con un sentimiento de indignidad que las lleva a una existencia opacada. Les cuesta descubrir todo lo bello que implica ser mujer y, por en de, vivir lo femenino. Simplifican su existencia a pura sobrevivencia, sin reconocer todo el amor que Dios manifestó en ellas al crearlas con género femenino.

    Si ese es tu caso, querida amiga, recuerda: nada en tu naturaleza es un error. Bajo esta premisa puedes mirar con fe y confianza tus posibilidades, moverte hacia tus objetivos y cumplir los planes de Dios para ti. Es hora de que apor­tes tu granito de arena hacia el logro de un mundo mejor; puedes hacerlo des­de tu esencia de mujer. Tu valía personal debe estar sustentada en el amor de Dios, no en la aprobación de los demás; sentirte amada por él es la clave cuan­do tu entorno quiera hacerte creer que no vales nada.

    Amarte a ti misma es amar la creación de Dios; menospreciarte, es menos­preciar los dones que te otorgó. Disfrutar a la mujer que eres es disfrutar a Dios en tu vida. Cuando tu amor propio se traduce en gratitud al Señor, no es egolatría ni vanagloria, es sencillamente reconocerte como su hija. Nuestra creación no tuvo más razón de ser que el amor de Dios; entender esto es un principio de salud, no solo espiritual, también emocional y relacional.

    Ámate a través del amor de Dios; eso te hará ser humilde y cálida; te ca­pacitará para amar a los demás. Como dice Patrice Baker: Primero aprende a amarte y a aceptarte incondicionalmente. Luego podrás amar y aceptar ver­daderamente a otra persona. Cuando te sientas insegura, recuerda:

    El amor de Dios es eterno.

    Su amor por ti va más allá de tu entendimiento.

    Él siempre te amará incondicionalmente.

    Solo experimentando su amor podrás amar a tu prójimo.

    Afiánzate en su promesa: Porque te aprecio, eres de gran valor y yo te amo (Isa. 43:4).

    14 de enero

    Soy mujer: soy perdonada

    Aunque sus pecados sean como el rojo más vivo, yo los dejaré blancos como la nieve; aunque sean como tela teñida de púrpura, yo los dejaré blancos como la lana (Isa. 1:18).

    Uno de los eslabones más débiles de la cadena de la conmise­ración humana es nuestra incapacidad de perdonarnos a nosotros mismos y de reconocer y aceptar el perdón de Dios. Esto nos ata a sentimientos de culpa que pueden llegar a ser obsesivos y esclavizadores. La culpa es como un repiqueteo constante a la conciencia que paraliza, debilita y enferma. Centrarnos en los errores cometidos y usarlos como un látigo para infligirnos autocastigo es poner en duda el amor de Dios.

    El remordimiento es otro peso inútil que cargamos; es simplemente mor­dernos vez tras vez y herirnos, considerándonos indignas de gozar la vida. El remordimiento pone en peligro nuestra salud; muchas enfermedades físi­cas y psíquicas son causadas por ese remordimiento que se sustenta en la inca­pacidad de perdonar.

    Recuerdo a aquella mujer que, agobiada por la culpa, se atribuía la muerte de uno de sus hijos. Era triste verla sumida en un dolor sin tregua; las discu­siones más intensas las tenía con ella misma y con Dios. No había nada ni nadie que pudiera hacerla salir de la cárcel donde habitaba voluntariamente.

    Muchas decisiones erróneas del pasado pueden hacernos sentir que no me recemos el perdón de Dios. Sin embargo, es bueno recordar que somos perdonadas por los méritos y la gracia de Cristo. El Señor nos enseña: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no hay verdad en nosotros; pero si confesamos nuestros pecados, podemos confiar en que Dios, que es justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad (1 Juan 1:8, 9).

    No permitas que el remordimiento y la culpa por errores pasados sean tu zona de confort, donde alimentas tu ego regodeándote en tu miseria, tal vez con la esperanza de obtener lástima. Dios desea que seas libre. Rompe las cadenas con las que voluntariamente te atas. Cree que él pagó el precio de tu pecado y de tu culpa. Cree que él te ha salvado y te ha limpiado. Cree que él satisfará cualquier necesidad generada por tu pasado (T.D. Jakes, Mujer, ¡eres libre!, p. 219).

    Mírate a través de los ojos del Salvador. Él te dice: Si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas (2 Cor. 5:17, RVR 95).

    15 de enero

    Soy mujer: soy libre

    Cristo nos dio libertad para que seamos libres. Por lo tanto, manténganse ustedes firmes en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud (Gál. 5:1).

    El tema de la libertad se debate en diversos foros; hablan de ella los eruditos en la materia, y también las personas comunes como tú y yo. Jóvenes y ancianos, desde diferentes escenarios, levantan la voz exigiendo libertad. Lo cierto es que la libertad fue un regalo de Dios a sus criaturas, al cual renunciamos voluntariamente cada vez que decidimos dejar de depender del Señor. No nos damos cuenta de que, al hacerlo, nos encade­namos a un poder que nos somete, llevándonos a perder ese valiosísimo te­soro llamado libertad.

    Esta es una razón por la que muchas mujeres vivimos en las cárceles psi­cológicas del miedo, la ansiedad y la amargura. Intentando ser libres de una manera independiente a Dios, construimos muros infranqueables que no solo nos separan de Dios, sino también de los demás. Limitamos así nuestra actuación a un escenario pobre, miserable y estrecho donde solo sobrevivi­mos, sin disfrutar la emoción de vivir una vida plena en Cristo Jesús. Alguien dijo: Hay muchas personas que sueñan con la libertad pero siguen enamo­radas de sus cadenas. ¡Qué acertado!

    La libertad que Dios nos ofrece no es el libertinaje irresponsable de quie­nes desean hacer lo que les venga en gana, sean cuales fueren las consecuencias. La mujer libre en Cristo tiene frente a ella un escenario de enormes oportu­nidades de crecimiento personal. La libertad en Dios nos permite llegar a ser lo que él quiere que seamos, sin intentar parecernos a nadie.

    La mujer que escoge ser libre:

    Sueña sus sueños con Dios.

    Ama sin ataduras de dolor.

    Pone límites para preservar su integridad y dignidad.

    Ejerce su autonomía.

    Expresa sus emociones, sin lastimar a nadie.

    Es auténtica y original.

    No permite que la empujen a hacer lo que va en contra de sus principios.

    Busca el bien en ella y en los demás.

    Comienza y termina su día agradeciendo las bendiciones recibidas.

    Amiga, escoge ser libre, con esa libertad que rompe cadenas, pero que a la vez pone límites saludables para asegurar su permanencia en Dios.

    16 de enero

    Soy mujer: soy feliz

    Alégrense siempre en el Señor. Repito: ¡Alégrense! (Fil. 4:4).

    Algunos aseguran que la felicidad es un arte que se puede cul­tivar; otros afirman que es un estado emocional que desarrollamos como un hábito; también hay quienes aseguran que es parte de la di­cotomía de la vida; es decir que, para ser feliz, es necesario conocer la tristeza. No importa de qué lado nos pongamos, lo cierto es que el pedido de Dios al respecto es: Estad siempre gozosos (1 Tes. 5:16, RVR 95). Pero ¿cómo lograr­lo, siendo que vivimos en un mundo de dolor y sufrimiento? ¿Es acaso un pe­dido imposible? Por supuesto que los pedidos de Dios no son imposibles.

    Por naturaleza, los seres humanos tenemos tendencia a evitar el dolor y el sufrimiento. La máxima de la vida es encontrar la felicidad, y los caminos para encontrarla son inimaginables. La felicidad del mundo, basada en el princi­pio del placer, genera un desgaste emocional y físico, en ocasiones, con gra­ves consecuencias. Sin embargo, el gozo que Dios nos ofrece es mucho más sencillo. Es de dentro hacia fuera, y no está sujeto a nada de lo que ocurre a nuestro alrededor.

    Las mujeres que creemos en Dios tenemos razones más que suficientes para ser felices, aun en medio de las vicisitudes de la vida. La felicidad no de­pende de un instante; la felicidad es una cadena formada por muchos eslabones de gratitud, fe, confianza, amor, misericordia y sensibilidad. Si así no fuera, ¿cómo entenderíamos el hecho de que personas que viven en medio de caren­cias de todo tipo puedan verse gozosas y radiantes?

    Parece ser que existe una estrecha relación entre utilidad y felicidad; de he­cho, sentirse útiles abre la puerta a la verdadera alegría. Pienso ahora mismo en la misión de Jesús, que no vino para ser servido, sino para servir (Mat. 20:28, RVR 95).

    Amiga, ¿por qué no empezar hoy? Considera en tu bitácora del día un acto de servicio. No solo ayudarás a alguien, sino que también te ayudarás a ti mis­ma. La satisfacción de realizar un acto generoso en favor de otro es un detonante efectivo para sentir satisfacción personal, que indudablemente producirá gozo. Como dijo Teresa de Calcuta: El servicio más grande que podemos hacer a alguien es conducirlo para que conozca a Jesús, para que lo escuche y lo siga; porque solo Jesús puede satisfacer la sed de felicidad del corazón humano, para la que hemos sido creados.

    17 de enero

    Siempre hay esperanza

    Fíjense cómo crecen los lirios: no trabajan ni hilan. Sin embargo, les digo que ni siquiera el rey Salomón, con todo su lujo, se vestía como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, ¡cuánto más habrá de vestirlos a ustedes (Luc. 12:27, 28).

    Hace tiempo, un viaje por carretera me llevó al corazón de uno de los desiertos más inhóspitos del planeta. Por primera vez pude ver el sol caer a plomo sobre la tierra agrietada. Cuando una florecita logra vencer esa adversidad y brotar, es un acontecimiento asombroso.

    Las plantas del desierto son ingeniosas. Durante las horas de calor cierran sus hojas y se inclinan a tierra; cuando atardece y la temperatura baja, abren sus hojas y miran al cielo para recibir el rocío y almacenar agua para la jornada que vendrá. Por las noches, el frío es tan intenso, que no parecen dar señales de vida. Sin embargo, al amanecer continúan fieles a su misión: florecer. ¡Cuán grande es el amor de Dios por sus criaturas! Si él cuida de las flores, cuidará también de ti.

    ¡Hay tantas mujeres semejantes a las flores del desierto, rodeadas de con­diciones adversas! Nacen y viven en situaciones de abandono; inmersas en relaciones áridas incluso con las personas que deberían amarlas. Algunas son despre­ciadas por su origen. Las circunstancias parecen no darles tregua. Los días son largos y las oportunidades cortas. Viven en un desierto. ¿Qué hacer para sobrevivir? ¿Cómo enfrentar el día a día ahogadas en llanto, sin un pa­ñuelo que lo enjugue? ¿Cómo encontrarle sentido a la vida? Saber que Dios está cerca es el único consuelo.

    El Señor está cerca, para salvar a los que tienen el corazón hecho peda­zos y han perdido la esperanza (Sal. 34:18). Esta es una oferta de vida que podemos aceptar, con la seguridad de que nunca fallará. En el desierto hay vida a pesar de las circunstancias; en tu desierto, también hay vida. Tu entorno parece imposible de cambiar, pero sí puede cambiar tu forma de entenderlo.

    Las tribulaciones son permitidas por Dios para algún propósito.

    El que comenzó en ti la buena obra, la concluirá (ver Fil. 1:6).

    Aprovecha tu libertad interior para tomar decisiones correctas.

    Haz que tu sufrimiento valga la pena.

    Yo, el Señor tu Dios, te he tomado de la mano; yo te he dicho: No ten­gas miedo, yo te ayudo (Isa. 41:13).

    18 de enero

    ¿Sexy o femenina?

    Los encantos son una mentira, la belleza no es más que ilusión, pero la mujer que honra al Señor es digna de alabanza. ¡Alábenla ante todo el pueblo! ¡Denle crédito por todo lo que ha hecho! (Prov. 31:30, 31).

    Mientras esperaba en una tienda, me topé con el título de un li­bro que llamó mi atención: Cómo ser una mujer sexy. Me adentré un tanto en la lectura: La mujer sexy es aquella con originalidad erótica, que explota sus puntos físicos fuertes e invita al ‘amor’ con sutileza femeni­na. Entonces, la mujer sexy es la que anda por doquier invitando al amor erótico usando sus atributos físicos. El autor me quedó debiendo mucho.

    ¿Y lo demás? La inteligencia, la delicadeza, el discernimiento, la ternura, los valores, el cuidado personal, la discreción…, ¿dónde dejamos todo eso? ¿Acaso no está en el rango de lo femenino? O, yéndonos al otro extremo, ¿será que la mujer femenina no debe preocuparse por el peinado, el vestido, el calzado, el cabello ni los perfumes? ¿Dónde está el equilibrio?

    Somos poseedoras de lo femenino por creación, como un don de Dios. Lo femenino es lo que nos hace diferentes, nos da identidad; debemos apreciar­lo y resaltarlo en nuestra personalidad. Eso incluye el cuidado del cuerpo, de las emociones y del intelecto. Creer que solo la exaltación de los rasgos físi­cos nos da valor nos convierte en mujeres banales y superfluas, y a la larga nos dejará un gran vacío.

    Ser mujer es un arte que todas podemos cultivar, y un don que debemos desarrollar con responsabilidad. Hemos sido equipadas por Dios para eso. Somos poseedoras de una naturaleza exquisita, de habilidades sociales, es­pirituales y emocionales muy interesantes; si las ejercemos con prudencia y humildad, seremos tratadas con respeto y recibiremos la bendición de Dios.

    Comprometámonos ante Dios y con las siguientes generaciones a mode­lar con dignidad lo que es ser mujer. Hoy, cuando lo femenino es despreciado por muchas y distorsionado por otras tantas, nosotras, las mujeres cristianas, somos instrumentos de Dios para rescatar la verdadera femineidad.

    Antes de iniciar las actividades de este día, mírate en el espejo. Péinate con gracia, vístete con sentido común, resalta la belleza de tu figura cuidando lo que comes pero, por sobre todas las cosas, mírate como una hija de Dios y alá­balo por la forma como te hizo. Que tu reflexión sea: Me observo animada ante un espejo, que me ilumina con un hermoso reflejo. Veo salir de mi alma brotes de amor, semillas sembradas por el Señor (Consuelo Sánchez).

    19 de enero

    Tienes poder cuando eres tú

    Pido al Padre que de su gloriosa riqueza les dé a ustedes, interiormente, poder y fuerza por medio del Espíritu de Dios, que Cristo viva en sus corazones por la fe, y que el amor sea la raíz y el fundamento de sus vidas (Efe. 3:16, 17).

    Por todos lados escucho hablar del poder de la mujer. Las mujeres están empujando para entrar al mundo de los negocios, la política y muchos otros ámbitos que algunas décadas atrás eran exclusivos de los varones. Buscan sentirse poderosas, y me pregunto si también debemos buscarlo nosotras, quienes no aparecemos en las portadas de las revistas, las que simplemente somos mujeres.

    ¿Es legítima la búsqueda de poder? ¿Necesitamos poder para criar hijos, para consolar a los tristes, para llevar la administración del hogar? Por

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