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El Tarot: 78 puertas para avanzar por la vida
El Tarot: 78 puertas para avanzar por la vida
El Tarot: 78 puertas para avanzar por la vida
Libro electrónico453 páginas6 horas

El Tarot: 78 puertas para avanzar por la vida

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El Tarot es un libro de sabiduría que está al servicio de las personas, de la misma manera que una carta de navegación sirve al capitán de una nave. Con el sustento del pasado, se analiza el presente para iluminar los mejores caminos hacia el futuro. Pero la persona siempre puede decidir con su libertad. “Nadie está obligado a ejercer su derecho de ser feliz”, nos dice Jaime Hales. El autor de este libro nos muestra los significados de las cartas del Tarot y el modo de leerlo, enmarcado en el rigor de su formación académica, la información adquirida en años de estudios y la intuición desarrollada en años de trabajo interior. Organizado en forma muy didáctica y escrito en un lenguaje profundo y sencillo a la vez, es un libro que abre puertas al neófito y propone miradas nuevas al iniciado en estas disciplinas que el escritor denomina “holísticas”, porque ven al ser humano como un todo armónico de mente, espíritu, emoción y cuerpo.

En los inicios del nuevo siglo, este oráculo milenario recupera su vigencia y propone posibilidades hasta ahora ocultas en el desarrollo personal. Para expandir la potencia divina que reside en cada uno de nosotros, el camino parece ser conocerse a sí mismo y fortalecer la enorme confianza en la trascendencia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 sept 2016
ISBN9789563241839
El Tarot: 78 puertas para avanzar por la vida

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    El Tarot - Jaime Hales

    Notas

    Presentación

    Hace algunos años publiqué un libro sobre los Arcanos Mayores. En esa ocasión pensaba en mis alumnos.

    Hoy pienso en los que no son mis alumnos y que quizás nunca lo serán: aquellos que no tienen la decisión de estudiar y aquellos que ya saben algo de tarot.

    Entonces escribí en un doble nivel: pues este libro tiene un estilo didáctico para los que nada saben y tiene contenidos y enfoques novedosos para los que ya han conocido el oráculo.

    Mi objetivo central es abrir puertas para convocar a todos quienes están dispuestos a transitar por espacios que yo he conocido desde mi interioridad.

    La obra que presento es el resultado de mis experiencias: reflexión, estudio, contactos personales, clases y el curso de la vida misma. Tal vez hay en estas páginas algo testimonial y afectivo también, recogiendo el profundo amor que ha ido despertando en mí al haber hecho la opción de preferir este espacio a otros que podrían gratificar más desde el punto de vista del poder o de la formalidad.

    Durante años recorrí muchos caminos y poco a poco fui tomando la ruta actual. Los que me conocen saben que desde la política, la abogacía y la docencia universitaria pasé a esta búsqueda no sin dificultades. Tentaciones para regresar han habido. Pero ahora avanzo en el rumbo que siempre debí seguir.

    El tarot es un oráculo occidental y en ese sentido me siento parte de una cultura en la cual las religiones son muy determinantes en la vida social. Es probable que los lectores perciban un esfuerzo de mi parte en mostrar que hay una esencial compatibilidad entre la fe en la trascendencia y el estudio y uso del Tarot para la vida personal. Es así, pues más que debatir o convencer, pretendo invitar a compartir un espacio holístico, que es espiritual, intelectual, emocional y físico de una misma vez. 

    Como siempre, dedico esta obra a mis hijos Pablo, Mariana y Sofía; a mis nietos Micaela, Alejandro y Amparo; a Ana María, que es la madre de mis hijos y a Carola, madre de dos de mis nietos. Y a mi madre.

    También la dedico a mi querida Patricia Verdugo, quien durante su vida me dio aliento y fuerzas para asumir los desafíos de los derechos humanos, de la literatura y del mundo holístico. Y hoy su recuerdo me sigue inspirando. 

    Muchas personas se me vienen a la memoria y a mi corazón: alumnas y alumnos, compañeros de ruta, mis colegas, mis amigos y amigas de toda la vida, mis profesores. Para todos ellos mi agradecimiento. 

    He tomado la posibilidad de escribir y publicar con sincera humildad. No soy maestro ni sabio: sólo un estudioso. No soy leñador ni superhombre, como dije en un poema, sino sólo un hombre empedernido que quiere entregar lo que aprendió. 

    Valoro la confianza de la editorial para incursionar en temas que le son nuevos.

    Para todos –incluido el lector– este libro deberá ser un éxito.

    Jaime Hales

    Santiago de Chile, 2008

    Primera parte 

    Introducción al estudio del Tarot

    Una primera reflexión 

    Después de varios años de haber presentado al público la primera edición de Senderos de Sabiduría, relativo sólo a los Arcanos Mayores del Tarot, me siento a trabajar la nueva versión de la obra, incorporando lo que desde ese momento aprendí de mis alumnos, de la experiencia profesional, de la reflexión y del estudio. Completo el texto con la presentación de los Arcanos Menores. Éstos, aunque distintos, son de la misma entidad esotérica que los Mayores. De hecho, una buena lectura es la que se hace con todas las cartas sobre la mesa.

    Como pasa siempre en las obras no literarias –también en algunas literarias, al decir de poetas– el texto ya publicado está abierto para ir siendo enriquecido en versiones posteriores, en la medida que el autor avance por el sendero de la sabiduría y descubra nuevos antecedentes para el lector interesado en progresar en el conocimiento, en este caso del Tarot.

    Desde que iniciamos el Diplomado en Estudios Holísticos de Syncronía¹ (1995), los apuntes de clases y los materiales de trabajo que he escrito han ido tomando cuerpo y enriqueciéndose con nuevas informaciones. En tal sentido, valoro y reconozco públicamente el aporte de mis alumnos y de los demás profesores de Syncronía, quienes han ido agregando información y luces sobre el conocimiento y la comprensión del Tarot como libro de sabiduría. En mi experiencia no está sólo mi punto de vista, sino también el de ellos, que con sus preguntas y acotaciones han desafiado mi búsqueda.

    Al iniciar esta nueva versión, quiero reiterar aspectos de mi planteamiento inicial. El lector que conozca el primer libro, encontrará ideas e informaciones ya sabidas, pero que no pueden ser soslayadas, pues se trata de un proceso de completación de una obra y en estos procesos formativos nada se puede dar por sabido. Si no me refiriera a estos tópicos generales, el nuevo lector podría tener la sensación de caer desde el vacío a un conocimiento que no es autónomo ni aislado. 

    En todo caso, como he dicho, lo que ya escribí una vez y que reescribo hoy, no es lo mismo ni para quien lo hace ni para quien lo lee, aunque muchas palabras parezcan iguales, pues uno de los más hermosos misterios de la vida es que aun cuando nada cambia en la eternidad, a cada instante somos distintos.

    Escribo en forma personal. No es una obra simplemente teórica ni una reflexión intelectual. De cierta manera es un testimonio del camino que estoy recorriendo y que, aunque no me ha sido fácil, se ha llenado de satisfacciones.

    Si Tatiana Vega, que dirigió por años la revista Uno Mismo en Chile, no me hubiera convocado a escribir una serie de fascículos sobre Tarot, tal vez estos libros no se hubieran escrito. Seis cuadernillos publicados a partir del número 100 de la revista fueron el primer impulso y otros seis publicados en el año 2003 me ayudaron a sistematizar la información y a expresarme en un lenguaje más breve y menos retórico.

    Durante años recorrí muchos caminos y poco a poco fui tomando la ruta actual. Los que me conocen saben que desde la política, la abogacía y la docencia universitaria pasé a esta búsqueda no sin dificultades. Tentaciones para regresar al pasado he tenido. Pero ahora ya camino en el rumbo que siempre debí seguir.

    Contaba en la primera edición que mi amiga Eliana Jiménez de la Jara me llamó un día desde las Rocas de San Andrés. Allí, frente al mar, desde un celular, me dijo: "Creo que debo aceptar que puedes tener razón. Esta mañana al hacer mi diaria lectura de la Biblia me encontré con el Capítulo VII del Libro de Sabiduría. Léelo". Y lo leí.

    Por eso yo he rogado y me fue concedida la prudencia; oré y vino a mí el espíritu de la sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos y en su comparación tuve en nada a la riqueza. Porque El me dio el verdadero conocimiento de las cosas, para conocer la constitución del universo y las propiedades de los elementos. El principio, el fin y el medio de los tiempos, los cambios de los solsticios y la sucesión de las estaciones. Los ciclos del año y las posiciones de los astros. La naturaleza de los animales y los instintos de las fieras, la fuerza de los vientos y los razonamientos de los hombres, las variedades de las plantas y las virtudes de las raíces. Y conocí cuantas cosas hay ocultas o manifiestas porque me lo enseñó la sabiduría, artífice de todas ellas.²

    Cada día estoy más convencido de la inmensidad del universo. Nuestra vida terrenal nada dura en comparación con el tiempo de existencia probable del universo conocido y nuestro cuerpo parece insignificante en comparación con su dimensión. En esa inmensidad, me asiste el convencimiento de que cada uno de nosotros es indispensable y sin nuestras energías, nada sería igual. Ello fortalece mi fe en Dios y en la trascendencia de las personas.

    Escribir este libro ha sido para mí una rica experiencia. No es una obra que pretenda ser autosuficiente en el proceso de aprendizaje. Por bueno que sea un libro, siempre es necesario desarrollar otras actividades formativas y de ejercitación.

    Para aprender bien a leer el Tarot, lo mejor es tomar cursos. Me atrevo a aconsejar otras conductas complementarias:

    a) Mirar las cartas. La observación atenta de las cartas, en forma ordenada y sistemática, favorece el aprendizaje. A mis alumnos del diplomado les digo: Ustedes estarán en condiciones de leer el Tarot a terceros cuando, además de lo que saben de las cartas, ellas les hablen desde el corazón. Una de las más aventajadas, María Luisa, dijo: No seré capaz. Terminados los dos años del diplomado, en el examen sintió por primera vez que las cartas hablaban desde su interior. Es posible.

    b) Conversar con otras personas interesadas e intercambiar experiencias. Esta es una de las conductas menos frecuentes y más necesarias. En ese intercambio se da una riqueza enorme, que nos hace aprender mucho y revisar constantemente nuestros propios conocimientos y experiencias.

    c) Leer, no necesariamente libros sobre Tarot. Es necesario familiarizarse con la cultura judeo-cristiana: leer la Biblia, especialmente el Génesis, Éxodo, los Profetas, el Evangelio de Juan, el Evangelio de Mateo, Apocalipsis, San Pablo. Es necesario leer textos sobre Egipto y la India; conocer a Platón, Pitágoras y Aristóteles; leer poesía épica y lírica, especialmente la del Renacimiento; familiarizarse con la literatura contemporánea, sobre todo la chilena y la latinoamericana; conocer a los clásicos modernos como Cervantes y Shakespeare; adentrarse en la historia occidental. Eso nos abre la mirada y nos permite comprender mucho más. 

    He iniciado un camino, estoy en los primeros pasos y me he propuesto abrir las puertas para los demás. 

    Hay aún mucho que escribir, que aprender, que enseñar. He tomado esta posibilidad con humildad. No soy maestro ni sabio: sólo un estudioso. No soy leñador ni superhombre, dije en un poema³, sino sólo un hombre empedernido que quiere entregar lo que sabe. 

    He querido hacer este trabajo con el mismo rigor profesional que pongo en todos mis asuntos. He escrito con amor y con esperanzas. Es un paso más en la tarea de seguir contribuyendo al desarrollo integral de las personas que lleguen a mis escritos, a mis clases y a mi consulta.

    Las primeras preguntas

    Desde el año 2000 –cuando aparece Senderos de Sabiduría por primera vez– he leído y he releído mucho. Dije entonces que esa obra estaba en el tránsito de siglo y, sin duda, es parte del protagonismo acuariano en el cual se mueve el mundo en los tiempos del cambio de era. La humanidad de este primer decenio del siglo XXI tiene experiencias profundas que nos hacen más evidentes la fragilidad de nuestra instalación terrestre y más enorme la magnitud del universo.

    Los astrónomos y los físicos, exploran las fronteras y permanentemente descubren que los límites son más lejanos de lo que se pensaba. Los investigadores médicos y biólogos, los químicos, arqueólogos, abren puertas inimaginables para nosotros hace unos pocos años. Las últimas noticias de temas científicos nos hablan de detalles de la genética; de la posibilidad de que hayan existido explosiones del tipo Big Bang en otros lugares de universo y en otros momentos; de que los hoyos negros al parecer tienen luz; que, como dicen las tradiciones esotéricas, los otros planetas del sistema son diez, para completar doce con el Sol y la Luna.

    Astrónomos de Chile –mi país– y científicos de diversos lugares de la Tierra, han afirmado que en nuestra galaxia existen miles de planetas que pueden tener formas de vida iguales a la Tierra, y que existen muchas otras galaxias.⁵ Cada día recibimos noticias que nos hablan de más descubrimientos sobre el espacio exterior y de las posibilidades de vida extraterrestre. 

    Teorías más integradoras (holísticas, decimos con los físicos y los matemáticos) pretenden no comprometerse, como antaño, con interpretaciones muy rígidas sobre los orígenes y el destino del universo. La ciencia y la tecnología avanzan a una velocidad increíble y, de cierta manera, ello ha traído inestabilidad, falta de certeza y fragilidad a los seres humanos; paralelamente con un incremento de la soberbia en los que toman decisiones, quienes acuñan frases para el bronce como ya nada es imposible para el esfuerzo humano, pronunciada después de que se reveló la estructura del genoma humano. No puedo dejar de pensar en la Torre de Babel⁶ cuando escucho esas afirmaciones.

    Esto se profundiza con los cambios políticos, sociales, económicos y psicológicos que el mundo experimenta, en relación con procesos, fenómenos y descubrimientos tan impensados hace algunas décadas como Internet; los avances en la investigación médica y sus procedimientos; la velocidad en los transportes; y el desarrollo del terrorismo político e ideológico. El ataque a las torres gemelas del Centro Mundial de Comercio de Nueva York⁷, alzadas a similitud de la ya mentada Torre de Babel para mostrar el poderío humano y exhibir el corazón y cerebro de las grandes empresas de un mundo irrealmente unipolar, estableció una nueva realidad para los habitantes del planeta, tanto en lo relativo a la seguridad como en las proyecciones de la vida singular de cada uno, la fragilidad de los proyectos y la necesidad de vivir, día a día, inmersos en una perspectiva de trascendencia.

    Guerras, invasiones, agresiones, el establecimiento de una especie de aumentativo de la ley del talión que proclama un ojo mío, vale cien tuyos, llevan a estudiosos, analistas y dirigentes políticos a perder las esperanzas. Tal vez en el plazo brevísimo tienen razón, pero eso es mirar sin sentido de la historia y de la trascendencia. La vida humana en promedio es el equivalente a un grado de retrogradación del zodíaco.⁸ Hay que observar con más amplitud. Estoy convencido de que en 300 o 400 años más identificaremos este período de la historia como una época de transición que duró casi doscientos años, desde los inicios del siglo XX, hasta fines del XXI.

    El ser humano está cada vez más entregado a circunstancias que escapan de su control individual. Esta mirada insinúa optimismo en el desarrollo histórico de la especie humana, con el convencimiento de que podemos lograr grandes cosas pues estamos llamados a eso. Pero así como hemos avanzado en lo constructivo, también hemos desarrollado armamentos, drogas destructivas y formas de vivir que atentan contra la felicidad. Ambas son facetas de una realidad, que nos deben mantener en estado de alerta. Es decir, la victoria de la humanidad no siempre es la victoria de todos los seres humanos que la integran.

    Para el año 1999 se anunciaron las peores calamidades. Pudimos haber vivido experiencias de destrucción. Todos recordaron a Nostradamus y una de sus cuartetas que directamente se refiere a ese año. Cuando se produce el ataque a las torres de Nueva York, se vuelve a recordar al vidente francés.

    Pero, los seres humanos hemos podido seguir avanzando sin que el mundo sea enteramente destruido y la especie desaparezca. Hemos aprendido parte de nuestras lecciones y comenzamos la transformación del mundo a nuestro cargo. Sin olvidar que mientras más avanzamos, más fuertes se hacen las resistencias a la nueva realidad social y personal que viviremos. Es decir, en palabras de un astrólogo, la entrada de Urano activa la resistencia de Saturno. La violencia del terrorismo y de los ejecutores de la guerra, es la resistencia al cambio de los que se apegan a la era antigua. El tiempo acuariano hace su entrada y los poderosos de la era del dolor, del sacrificio, de la resignación, del martirologio, de la muerte, se resisten a dejar sus posiciones. 

    Este será un tema que ocupará a los habitantes del planeta por décadas, aunque lo más agudo es lo que estamos viviendo en este período, que se inició hace poco más de 50 años (al terminar la guerra mundial en 1945) y que probablemente habrá de culminar en el 2012 de esta era común, fecha que coincide con el final de un ciclo pronosticado por el pueblo maya.

    Ya dijimos que nuestra vida terrenal se percibe efímera en comparación con el tiempo de existencia probable del universo conocido y nuestro cuerpo parece insignificante en comparación con su dimensión. Estos valores cambian incesantemente. La última afirmación que leí al respecto es que el universo tendría más de 18 mil millones de años y la tierra más de tres mil millones.

    Los invito a ubicar al ser humano en la inmensidad del tiempo y el espacio.

    Supongamos que la línea anterior mide un kilómetro y equivale a tres mil millones de años. Dividida en 10 partes iguales, cada una medirá 100 metros y corresponderá a 300 millones de años. Un décimo de esa parte, es decir, 10 metros, corresponderá a 30 millones de años. Un décimo de este nuevo décimo, medirá a un metro y corresponderá a tres millones de años. Es decir, poniendo la historia del planeta en mil metros, recién cuando se inicia el último metro aparece, de acuerdo con la antropología arqueológica contemporánea, la primera presencia de un homínido. En ese esquema gráfico, el Rey Salomón, hace tres mil años, aparece al iniciarse el último milímetro. El comienzo del siglo XX no alcanza a ser dibujado en una lámina de mil metros de largo. 

    Si miramos la inmensidad del espacio, sólo digamos que el Sol es una estrella de tercera categoría de las cuatro reconocidas por los expertos, con una ubicación lateral en el plano del universo. Si todo lo existente equivaliera a una cancha de fútbol, no existiría un lápiz tan pequeño como para poder dibujar el planeta Tierra, que en todo caso estaría cerca del banderín de una esquina.

    Reitero que estoy convencido de que en el mundo no hay personas sobrantes, que todos somos indispensables para que el universo sea lo que es.

    Si acaso usted lector o yo que escribo, no existiéramos, no cabe duda que el mundo no sería el mismo. Habría otra energía, yo tendría un lector menos, la gente de su entorno no sabría lo que yo pienso. Y si yo no existiera, usted tendría otra información y no conocería algunas cosas que le estoy entregando. 

    Afirmé que se fortalece mi fe en la trascendencia. Si llegan a fallar la tecnología y los otros recursos¹⁰, lo que finalmente queda es el ser humano, cuerpo y alma, entendiéndose con otros seres humanos. Y ese entendimiento se logra con los lenguajes creados o recibidos desde tiempos inmemoriales, que van plasmando en nuestras existencias y nuestras culturas los mensajes más valiosos para cumplir con la hermosa tarea de vivir, ser felices y amar. En este planeta. Concretamente. Aunque haya miles de otros lugares en el universo.

    La persona humana, creada libre y con una convocatoria cósmica a la felicidad, es la clave. Por ello debemos trabajar hacia el interior de cada uno, y usar el conocimiento acumulado, en lenguajes, símbolos e información.

    Las cartas del Tarot son instrumentos misteriosos que nos conducen hacia las profundidades y los laberintos de nuestro propio yo en conexión con el universo trascendente. El proceso de aprendizaje que iniciamos cuando tomamos un curso de Tarot o leemos un libro en busca de información, tiene como meta inmediata transitar por un camino diferente que nos irá acercando paulatinamente a una distinta conciencia de nosotros mismos. La meta final será acceder de verdad a nuestro interior y a una mejor forma de vivir. Al caminar los senderos del Tarot, avanzamos una búsqueda mágica, trascendente y absolutamente concreta a la vez.

    Nuestro objetivo, en este libro, será compartir información acerca de los Arcanos Mayores y Menores del Tarot, y, por sobre todo, facilitar a cada lector el proceso de descubrir a través de ellos más información sobre sí mismo. Tal información reside en el subconsciente y en el inconsciente colectivo. Accedemos a ella en la medida de nuestra propia evolución y conocimiento interior. 

    Hemos dicho con reiteración y casi majadería en todos nuestros cursos, talleres y escritos, que las cartas del Tarot –Mayores y Menores– son herramientas eficaces, aunque no únicas ni excluyentes, para acceder a esa información que está latente en nuestro ser desde el momento de nacer. De cierta manera, venimos con ella y nuestra tarea en cuanto humanos, es desarrollarla, hacerla patente y usarla en beneficio de las tareas específicas a las que cada uno está llamado.

    No perdamos de vista esta idea –y por ello la reiteraré cuantas veces sea necesario–: Cuando un lector de Tarot lee este libro misterioso a un consultante, lo hace desde sí mismo, f iltrado por su cultura y su manera de ver la realidad. Debe saber que las cartas también le están diciendo algo importante a él. Es decir, hay un mensaje que es válido para el consultante, pero también para el experto consultado.

    La pregunta se repite en muchos textos, conversaciones y conferencias: ¿Son acaso estas cartas el reflejo del interior de cada ser humano, o son el mensaje inconsciente de fuerzas que vienen de otras dimensiones? 

    Cualquiera que sea nuestra opción, en definitiva, las cartas del Tarot, son herederas de un conocimiento milenario y manifiestan arquetipos del tránsito humano por la vida. Tanto los Arcanos Menores como los Arcanos Mayores son una síntesis cultural acumulada en miles de años y son reflejo de oráculos diversos integrados en un solo cuerpo de sabidurías.

    La otra pregunta que se repite constantemente es si acaso son verdad o no. En la práctica, más allá de esa pregunta, lo que importa es que son eficaces para acceder, en una mirada profunda y con precisión, a los secretos que ponen frenos al desarrollo de la persona. 

    Desde este punto de vista, el Tarot es un colaborador eficaz del psicólogo, del terapeuta, del comunicador y, en general, de los profesionales que trabajan con personas. Durante mi actividad docente, he realizado numerosos seminarios y cursos dirigidos a estos equipos profesionales, con resultados que me han dejado muy contento, pues he visto no sólo una disposición diferente en el ánimo de los profesionales, sino un cambio positivo en el enfoque de tratamientos, terapias u otros procesos vinculados a su quehacer laboral. Eso mismo me ha permitido interactuar profesionalmente con psicólogos y psiquiatras que me han enviado a sus pacientes para evaluarlos (tener una mirada en profundidad) o que han recibido en sus consultas a personas que luego de atenderlas estimé que necesitaban de su ayuda profesional.

    A muchos de nosotros las cartas del Tarot nos han permitido impulsar nuestro desarrollo, superar impedimentos y asumir de verdad nuestras limitaciones y posibilidades de expansión y crecimiento personal en el más amplio sentido de la palabra.

    La verdadera sabiduría, se ha dicho, consiste no sólo en saber que hay realidades que podemos cambiar y otras que debemos asumir tal cual son, sino en reconocer cuáles son unas y otras. El Tarot, este misterioso instrumento, nos ayuda a ello.

    Asumimos, con muchas religiones y filosofías, que somos hijos predilectos de Dios, criaturas inspiradas o seres que llevamos el germen de la divinidad.¹¹ Si ello es así, estamos destinados a la felicidad.

    Esta perspectiva nos obliga a ser conscientes de nosotros mismos, viviendo el tránsito diario, en el tiempo y en el espacio, como parte de un proceso que es dinámico y eterno. Cualquiera de estas definiciones es una responsabilidad de alta envergadura.

    Sin embargo, es probable que haya quienes inicien la lectura de estas páginas negando la existencia de esa trascendencia o la dimensión divina de la ta-rea humana. En tal caso, si sólo creemos ser entes transitorios y limitados, breves en el tiempo y circunscritos en el espacio, también nuestra tarea será la de obtener de esta vida la mayor felicidad posible. Es decir, debemos sacar de nosotros mismos lo mejor en esta existencia concreta. De lo contrario, la vida no tendría sentido. 

    Mi labor no es convencer a otros para que compartan mi fe. Sólo doy testimonio: me he encontrado con muchas personas que se acercan a este camino motivadas por la pérdida de la fe o crisis con las instituciones eclesiásticas. Luego de un tiempo, ellas han redescubierto su fe en la trascendencia y, en algunos casos, incluso sus compromisos con las comunidades de su credo anterior u otro. Pero hay otros que se mantienen en el escepticismo. Son los menos. Los respeto y oro por ellos.

    El Tarot es un libro misterioso, que intentaremos comprender, sin por ello suponer que es posible acceder a toda la infinita sabiduría contenida en él.

    Es conocida aquella anécdota de San Agustín sobre la inmensidad de la sabiduría. Estaba él en la playa, cavilando sobre la inmensidad divina y trataba de comprenderla filosóficamente. En ese momento vio a un niño que jugaba. Corría desde la arena, cerca de Agustín, hasta el mar. Recogía agua en un balde y lo depositaba en un hoyo hecho en el suelo, una y otra vez. El obispo de Hipona le preguntó: ¿Qué haces? Y el niño dijo: Lo mismo que tú, quiero que quepa todo el mar en este pequeño espacio que yo puedo controlar. Probablemente de ahí viene esa frase del santo: Por grande que sea el cauce de un río, jamás contendrá al Océano.

    Queremos dar a conocer el Tarot y ayudar a descubrir cómo usarlo. A partir de él, pretendemos que cada uno consiga creer más en sí mismo y, si es posible, en la inmensidad de la trascendencia. 

    No pretendo discutir cuestiones científicas ni históricas. Hay otros tiempos y espacios para eso. El Tarot existe, es misterioso, mágico y traspasa los límites de la racionalidad formal oficializada en los últimos trescientos años, y sirve a las personas que recurren a él.

    Muchas preguntas deberemos formularnos: ¿Qué es el Tarot? ¿Cómo funciona? ¿Qué sabemos de él? ¿Cuáles son las mejoras formas de usarlo? Es lo que vemos en los capítulos siguientes.

    Los símbolos: el lenguaje del Tarot.

    El Tarot es un libro escrito en lenguaje simbólico. 

    El Tarot no es un juego de adivinación, sino un instrumento eficaz para llevar adelante el profundo y necesario proceso de conocimiento de sí mismo, como parte del acceso a la sabiduría esotérica y a la trascendencia.

    Incursionar en el Tarot adquiere sentido cuando la comprensión que conseguimos nos sirve para ser personas integradas y tener mejor contacto con los demás.

    Cada carta del Tarot es en sí misma un camino para incursionar hacia los más recónditos secretos del alma, suficiente para iniciar una meditación individual y una posterior revisión interior que impulse el desarrollo de las potencialidades y de los mejores atributos de cada uno. La más profunda sabiduría y la verdad trascendente están en el mismo sendero que el conocimiento personal.

    Se nos ha dicho: La verdad no ha venido desnuda a este mundo, sino envuelta en símbolos e imágenes, y éste no podrá recibirla de otra manera. Hay una regeneración y una imagen de regeneración.¹²

    ¿Podemos imaginar toda la luz entrando en la habitación, sin que nos haga enceguecer? ¿Podemos imaginar toda la ener-gía haciéndose presente en un solo instante, sin destruir lo que está en ese lu-gar y en ese momento? ¿Podemos ima-gi-nar toda la verdad en-tregada de una sola vez, sin que nos volvamos locos de inmediato?

    La verdad nos es entregada mediante símbolos, para que se nos revele en el ritmo y en la medida que podamos comprenderla. Jesús, en los Evangelios aceptados por las iglesias cristianas, nos dirá siempre: El que tenga oídos que oiga, lo que quiere decir que la Palabra está dicha para el que pueda entender. Y el que no puede comprender hoy, podrá mañana, pero a todos les llega su hora en la medida que les corresponde. Por eso, para toda su enseñanza, se vale de parábolas, es decir de relatos llenos de símbolos e imágenes, que entregan su mensaje al que es capaz de asumirlo.

    Cada una de las cartas de los Arcanos Mayores del Tarot nos ofrece una puerta de acceso hacia la profundidad del ser humano, en los distintos niveles que la psicología contemporánea acepta. Los Arcanos Menores aportan la mirada en detalle, tamizada, para que la luz no nos agobie ni nos enceguezca. 

    Como dice Sallie Nichols¹³ refiriéndose a los Arcanos Mayores: Parece ser que estas viejas cartas estaban inspiradas en la profundidad de la experiencia humana y en el nivel más profundo de la psique. Sus números y sus imágenes no son fruto del azar y aunque no podamos precisar con certeza su origen y su desarrollo: las innumerables hipótesis, visiones y revisiones no hacen otra cosa que confirmar una vez más su inmenso poder para activar la imaginación humana.¹⁴

    Lo mismo sucede con los Arcanos Menores, cuyos números, diseños e imágenes son fruto de un desarrollo cultural y espiritual que reúne la sabiduría de muchos pueblos.

    Como es posible apreciar a simple vista, el lenguaje del Tarot nos vincula con otros conocimientos o disciplinas, ya sean estos también de carácter esotérico –como la astrología– o de aquellos que la sociedad contemporánea ha ido paulatinamente aceptando –como la psicología–. Esto es visto por muchos autores, incluida la propia Nichols, como una dificultad, en la medida que la incorporación de símbolos extraños, prestados de otros sistemas, obliga a buscar correspondencias que no siempre existen o respecto de las que hay opiniones encontradas.

    Por ejemplo, no hay consenso respecto a qué letras del alfabeto hebreo corresponden a cada Arcano Mayor; o qué planetas, signos, casas o posiciones astrológicas se vinculan con determinadas cartas. En este libro, sin ir más lejos, los lectores encontrarán la mención a una determinada configuración astrológica de cada carta.¹⁵

    Quien quiere leer bien el Tarot no puede declararse satisfecho sólo con el contacto con las cartas y algún manual explicativo, sino que debe conocer los aspectos principales de las otras disciplinas. 

    Cuando se establecen vinculaciones con otros sistemas de oráculos o de conocimiento, se hace posible desarrollar creativamente algunas tiradas o procedimientos para acceder mejor a las profundidades de la mente humana. Ahora bien, muchas de esas vinculaciones las podemos comprender gracias a la existencia de los signos y de los símbolos.

    David Fontana nos dice: Los símbolos son expresiones profundas de la naturaleza humana. Han estado presentes en todas las culturas y en todos los tiempos.¹⁶

    Desde los primeros tiempos, los símbolos han acompañado el desarrollo de la civilización. Empero, los símbolos son algo más que meros artilugios culturales: en su contexto correcto, siguen teniendo para nosotros un fuerte poder evocador, ya que se dirigen simultáneamente a nuestro intelecto, a nuestras emociones y a nuestro espíritu. Su estudio es el estudio de la humanidad misma.¹⁷ No de la historia de la humanidad, sino de ella en su conjunto y contexto.

    Como ha sido muy ampliamente tratado en numerosos textos que versan sobre la comunicación humana, ella se realiza, en una buena medida, mediante signos. Y cuando no es así directamente, lo es al menos oblicuamente o de algún modo que establecerá siempre estrecha relación. Tales signos pueden ser las palabras –escritas o habladas– los gestos, las imágenes. Estos signos son meras representaciones de la realidad: ecos conscientemente emitidos e inmediatamente reconocibles de objetos, acciones y conceptos del mundo que nos rodea. Están concebidos para ser precisos en su significado: los mapas, las señales de tráfico, las palabras de los libros de texto y los sonidos que producimos para dar instrucciones, están todos ellos diseñados para transmitir información sucinta e inequívoca.¹⁸

    No es lo mismo un signo, especialmente así entendido, que un símbolo. 

    Al respecto, Fontana dice: Pero, hay otro aspecto del simbolismo que es igualmente importante aunque menos explícito: el aspecto relacionado con nuestro mundo interior, psicológico y espiritual. En ese mundo interior, un símbolo puede representar algún profundo deber intuitivo que escapa a la expresión directa.¹⁹

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