El Rey y Las Siete Rosas
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El rey y las siete rosas narra la historia de un rey que a pesar de ser bendecido con sabiduria y riquezas, se pierde por muchos años en una vida infructuosa desperdiciando su juventud y su vitalidad. Desgastado por el paso del tiempo y cansado de llevar una conducta desenfrenada por los placeres del mundo, se da cuenta de la absurdidad que representa su vida en la banalidad de sus días y de la superficialidad de todo lo que le rodea.
Es así como inicia un viaje de encuentros y desencuentros, de tribulaciones y alegrías, de perdón, reconciliación, de amor y odios añejos, para sanar y refundar no sólo la existencia propia sino de todos aquellos que le circundan, convirtiendo así su reino en un escenario de mutación colectiva donde todos y todas abren paso al “SER” renovado que yace en lo profundo de cada uno de los corazones.
Mary Jeanne Sanchez Viloria
Mary Jeanne Sanchez Viloria es técnico superior en administración. Habla italiano, español y alemán. Actualmente reside en Alemania.
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El Rey y Las Siete Rosas - Mary Jeanne Sanchez Viloria
El Rey Cansado y Arrepentido
-Era una noche fria donde el silencio y una fuerte brisa abrazaban mi cuerpo. En aquel inmenso salón de techos altos, donde la decoración de las paredes coincidia con mi triste semblante. Mi mirada se posó sobre aquel horizonte iluminado por la luna, cuyo cielo poblado de estrellas, apenas se podía distinguir a través de la niebla.
Aquél escenario me hizo reflexionar sobre mi tonta vida, después de 69 años me siento arrepentido de mis acciones insensatas, siento el peso de mis culpas ¡todo es vanidad!
Allí estaba sentado aquel viejo sabio, gobernante de un rico imperio. Lo tuvo todo porque Dios se lo había obsequiado. Sin embargo, olvido de donde provenian aquellas bendiciones y se abandono al derroche, los bajos instintos, las frenéticas pasiones depertadas por diversas mujeres que pasaron a lo largo de su vida, movido por la fama y el poder, se volvió un hombre frivolo. Así transcurría su vida en aquel majestuoso reino sin saber, o quizá sabiendo, que por sus acciones sería juzgado, tanto sobre aquello que hizo bien, como aquello que hizo mal.
«Y acordémonos que hará Dios dar cuenta en su juicio de todas las faltas y de todo el bien y el mal que se habrá hecho.» (Eclesiastés 12,14)
Estaba absorto en sus reflexiones cuando cayó al suelo. Una fuerte voz eclipsó sus sentidos y aquella exhortación traspasaba como una espada su corazón.
Te he dado el mejor reino y riquezas en abundancia. Me has amado y me has olvidado, pero aun así te sigo amando. Te he ungido como Rey, pero con mi diestra no has gobernado. Te he dado sabiduría, te he engalanado con los mejores vestidos y cuando pasas todos se inclinan ante ti.
En esta noche te vengo a visitar y me confiesas que estás cansado. Sí, has hecho cosas muy buenas y también cosas muy malas. Me pides que te juzgue o que te mande la muerte: ¡Oh Rey!, ¡levántate! Todavía tenemos que trabajar.
Allí están tus siete doncellas, tus hermosas hijas; a quienes debes educar para darle continuidad a tu majestuoso reino. De ti dependerá su destino, sus éxitos y fracasos. Con tus enseñanzas les mostrarás el camino y las prepararás para el gran combate que se llama vida.
En cada una verás reflejado todo lo que hiciste en tu vida, por lo cual te autoevaluarás, sentirás vergüenza y eso te ayudará a corregirlas, de manera que comprendan que solo bajo mi amparo pueden gobernar.
Prepararás a cada una para el matrimonio, pues ellas tomaran por esposo y compañero a un principe de cada uno de los siete continentes para construir un mundo perfecto.
Hoy no vine a juzgarte; hoy vine a enseñarte; así que ¡levántate y continúa!».
Después de aquél episodio atónito y al mismo tiempo maravillado, por cuanto le habia sucedido apenas unos breves instantes, se levantó rápidamente y comenzo a gritar clamando la presencia de sus siervos inmediatamente.
— Hoy cenaremos en la gran mesa. Todos son mis invitados y comerán en mi vajilla de lujo y mis cubiertos de oro. Quiero que se sientan todos dueños de este reino que Dios me ha obsequiado, a mí, que no soy nada, que porto una sabiduría que no es mía, y que todo lo que tengo y lo que soy, se lo debo a Él. ¡Vengan todos que mi Dios me ha hablado!
Todos asombrados se miraban mutuamente y se preguntaban que le había ocurrido al Rey, y por qué hablaba de esa manera. Otros exclamaban que parecía un hombre nuevo. La noticia de su transformación corrió por toda la provincia, pues sabian que de humildad poco conocía y a veces era implacable, prepotente e intransigente.
«Revístanse del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad.» (Efesios 4,24)
Capítulo 2
La Reflexión del Rey
Después de la cena con sus colaboradores y sirvientes en el gran salón, se hizo evidente en el rostro de los concurrentes el brillo de una recien nacida felicidad. Ninguno podía creer lo que le había pasado al Rey, pero de igual manera celebraban su nueva personalidad. Estaban contentos de trabajar para él y para la prosperidad del Reino.
Se retiró el Rey a su habitación, despidiéndose de cada uno de sus siervos, estrechando sus manos y mirándoles a los ojos. Sabía que le faltaba tiempo y que tenía una gran responsabilidad por delante luego de aquella orden recibida desde lo alto.
La noche se le pasó muy lentamente, daba vueltas en su cama y se preguntaba ¿cómo podría hacer para instruir a sus bellas hijas y transmitirles su sabiduría? ¿Cómo prepararlas para los conflictos por venir?, ¿Cómo prepararlas para sus respectivos matrimonios con los príncipes de cada continente? Sobretodo se preguntaba qué debía hacer para lograr junto a ellas lo que Dios le habia pedido: Crear un mundo perfecto
Estas preguntas hacían eco en su mente, y recordó la época en la que decidió tener varias mujeres. Siete de ellas quedaron embarazadas y con ninguna quiso casarse ni reconocer el fruto de su vientre. Despachó a cada madre a su casa donde cada una tuvo que criar a sus hijas sin la ayuda del Rey y llenas de vergüenza cuando se corrió la voz por toda la región de que habían quedado embarazadas. Era la época en que vivía obsesionado por el lujo y el placer, y su fama se extendía desde el oriente hasta el poniente. Recordando aquello se quedó dormido.
Cuando sus sirvientes vieron que se había dormido, cada uno salió en silencio, apagando las velas que alumbraban el gran salón y caminando cuidadosamente para no despertarle, como si fuesen ángeles guardianes cerraron la puerta de su habitación. Entre ellos estaba también Joel, su fiel servidor. Se despidió con un silencioso hasta mañana, mi señor
, mostrando así el gran respeto que le tenía.
«La capacidad de un líder no se mide por el carácter dictatorial que imponga a sus subordinados. Un buen líder inteligentemente lleva a cabo su trabajo, y su simpatía y humildad resaltan logrando que los demás se integren. Crea una verdadera cooperación unificando al equipo, de manera que todos puedan llegar a la meta. Eso es sabiduría.» (Mary Jeanne Sánchez Viloria)
Capítulo 3 La Decisión
A la mañana siguiente llegó Joel con el desayuno del Rey, y antes de que pudiese decir nada, el Rey exclamó:
¡Debes ir a buscar a mis hijas!
¿Sus hijas? Respondió Joel.
¡Sí, mis siete hijas!
¿Y qué quiere ahora mi Rey con sus hijas?, ¡si usted nunca las reconoció y ni siquiera las tomó en cuenta! Sus madres creyeron que si le daban un hijo se posicionarían mejor en su reino, pero no fue así. Siguieron siendo las mismas de siempre, y además mi Rey, ni siquiera sabe cómo es cada una de sus hijas, ¡no conoce su carácter!, si son buenas o malas, si son feas o hermosas. Aunque eso no lo dudaría, porque cada madre tiene una belleza inigualable.
Para mujeres, mi Rey, ¡usted tiene un buen ojo! suspiró de forma pícara Joel mientras sonreía.
Pero ante la mirada firme del Rey, Joel no tuvo que esperar a escuchar nuevamente la orden y salió en busca de las siete hijas.
Las palabras de Joel, sin embargo, le causaron remordimiento. Se dirigió a su salón, se detuvo frente al gran espejo colgado en el inmaculado muro y mirándose fijamente comenzó a decirse:
¡Oh Rey vagabundo!, ¡por cada mujer que tuviste y que dejaste embarazada esperaste solo que naciera la criatura, y al ver que eran hembras las rechazaste! ¡Porque tu machismo enfermizo no te permitió aceptar que no fuiste capaz de engendrar un varón, sino solo mujeres! ¡Por eso las abandonaste y fuiste indiferente sin que te importara el dolor que causabas a cada madre, su vergüenza y su derrota!
Y luego de escupir su cara reflejada en el espejo, se retiró a refugiarse en sus de actividades diarias.
Joel emprendió el viaje en busca de las siete hijas. Estaba emocionado, le parecía inverosímil que después de tanto tiempo el Rey enviara a buscar a sus hijas. Nunca imaginó que quisiese conocerlas y encargarse de ellas. Para Joel era una espléndida noticia y estaba gozoso de poder anunciarla a sus madres. Aquellas olvidadas jovencitas sabían que el Rey era su padre, pero también que las había abandonado, sin interesarse ni por ellas ni por sus madres.
Joel astutamente dejó correr la noticia por el pueblo logrando así que llegara rápidamente a las susodichas madres e hijas. Las madres, que durante el abandono se habían apoyado mutuamente, habían forjado una gran amistad al igual que sus hijas, que desde pequeñas conocían todo lo que había pasado. Seis de las madres vivían juntas en una pequeña casa con sus respectivas hijas.
Cuando por fin llegó Joel a esta casa, ya estaban enteradas porque la noticia había corrido como pólvora por todo el pueblo. Una de las madres lo interrumpió y le dijo:
Joel, ya sabemos que el Rey te ha pedido buscar a sus hijas, las princesas, así que ya nos estamos preparando para llevarlas mañana a primera hora.
Una de ellas sin embargo le llamó aparte y agregó:
Debes decirle al Rey que se olvide de la hija de Elizabeth, la pastora de sus ovejas, porque la joven no sabe que el Rey es su padre, ya que, desde pequeña Mateo, el esposo de su madre, la ha considerado como su propia hija y ella a su vez le ha visto como su padre biológico. Decirle la verdad sería provocar un gran dolor a la joven, porque ella le adora y está muy orgullosa de él.
Pero Joel, sin tomar en cuenta aquel comentario, continuó su camino a la casa de Elizabeth.
Mientras tanto Elizabeth esperaba a Joel en compañía de su esposo, con intención de explicarle que su hija