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Creo aunque sea absurdo, o quizá por eso
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Creo aunque sea absurdo, o quizá por eso
Libro electrónico108 páginas1 hora

Creo aunque sea absurdo, o quizá por eso

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Este libro pretende recordar que uno de nuestros principales anhelos sigue siendo —todavía en el siglo XXI— el afán de trascendencia: sentir que somos algo más grande que un simple animal mortal. Antonio Fornés, Doctor en Filosofía, reflexiona sobre por qué creer es una decisión tan fundamentada racionalmente como la de no creer, hoy en boga. La búsqueda de Dios, escribe, forma parte de nuestro deseo de infinitud, que nace del corazón y no queda colmado por las expectativas racionales que nos condenan a una vida gris, carente de poesía y grandeza. Estamos ante un libro valiente en el que su autor toma partido desde el propio título. Un libro que dará nuevos argumentos a quienes creen, los auténticos inconformistas de nuestro tiempo.
IdiomaEspañol
EditorialDiëresis
Fecha de lanzamiento27 jun 2016
ISBN9788494362767
Creo aunque sea absurdo, o quizá por eso

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    Creo aunque sea absurdo, o quizá por eso - Antonio Fornés

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    De filisteos y ruiseñores

    Fueron los románticos alemanes del XIX quienes acuñaron esta expresión de ruiseñores y filisteos para catalogar a la gente de su tiempo. Una clasificación sencilla y breve pero que resulta no sólo perfectamente utilizable hoy día, sino que probablemente es aún más actual y apropiada de lo que lo era hace doscientos años.

    ¿Quiénes serían los filisteos? Pues las personas que anteponen, por encima de todo, la utilidad. La gente prosaicamente práctica, carente de auténtica fantasía, que valora lo que le rodea en atención del mayor o menor uso que puede hacer de ello, de lo bien o mal que se adapta a sus necesidades. Siempre preocupados por su trabajo y su cuenta corriente, independientemente de que ésta tenga muchos ceros o casi ninguno. Personas que se encuentran a gusto en entornos jerarquizados y rutinarios, individuos que se muestran indiferentes ante lo sublime, faltos de cualquier sensibilidad artística, que reducen su mundo a lo puramente material, que se conforman, sin aspirar a más, con su pequeña vida y sus pequeños placeres, gentes que no ansían lo mágico en su existencia, lo nuevo y sorprendente. En definitiva, un hombre vulgar en el peor sentido del término, que no sólo carece de un mínimo conocimiento humanístico, sino, y eso es lo más grave, no tiene ningún interés en poseerlo, porque en el fondo lo desprecia, pues ¿para qué sirve? Le aburre la lectura, sólo escucha la música de consumo que infecta a todas horas las emisoras comerciales, cree que pensar es cambiar la frasecita de su perfil de whatsapp y cualquier acción suya que se aleje de lo útil, es pura pose sin autenticidad ni

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