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La equidad y la educación
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Libro electrónico239 páginas4 horas

La equidad y la educación

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¿Quién no defiende la equidad en educación? Aunque todos estamos de acuerdo, la polémica es inevitable cuando se intenta concretar qué quiere decir “equidad”. Hay acuerdo, aunque poco aporta cuando hay tantos conceptos de equidad, que implican visiones diferentes de qué es más justo. ¿Mejorar el rendimiento educativo del alumnado con más desventaja social?, ¿que haya pocas diferencias educativas entre las personas de más alto y más bajo nivel social?, ¿prohibir o permitir el hijab en las aulas?... Entender por qué hay tantas formas de aproximarse a la equidad es uno de los objetivos de este libro. Pero no se queda en lo abstracto, sino que también diagnostica el estado de la equidad en nuestro sistema educativo. Para ello, el autor realiza un esfuerzo por clarificar la confusión que reina en el debate sobre la educación en España. Mediante el rigor analítico y el análisis de las principales fuentes de datos, presenta una explicación de la falta de equidad y realiza propuestas de mejora. Además, dedica especial atención a la paradoja de que, a pesar de la gravedad de la crisis, los principales indicadores educativos permanecen estables o mejoran. Así, el libro adquiere un carácter didáctico que ofrece al lector no especializado las claves para posicionarse en el debate y para valorar las diversas políticas educativas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 ene 2018
ISBN9788490973882
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    La equidad y la educación - José Saturnino Martínez García

    JOSÉ SATURNINO MARTÍNEZ GARCÍA

    Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología (Universidad Complutense de Madrid), máster en Economía de la Educación y del Trabajo (Universidad Carlos III) y doctor en Sociología (Universidad autónoma de Madrid). Ha sido becario en el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), en la UCM y en la Universidad de Salamanca y ha realizado estancias de investigación en las universidades de Wisconsin (Madison), de Buenos Aires, de Santiago de Chile y en varias universidades españolas. Ha sido profesor en la Universidad de Salamanca y en el CIS. Entre 2007 y 2011 fue vocal asesor en el gabinete del presidente Rodríguez Zapatero. Sus investigaciones han sido publicadas en diversas revistas académicas de prestigio; actualmente es profesor de Sociología en la Universidad de La Laguna y colabora regularmente con los periódicos Eldiario.es y Escuela y de forma esporádica con distintos medios como El País, Le Monde Diplomatique o El Viejo Topo. Es autor de Estructura social y desigualdad en España. En Twitter es @mandarrian.

    José Saturnino Martínez García

    La equidad y la educación

    SERIE DILEMAS DE LA SOCIALDEMOCRACIA

    DIRIGIDA POR IGNACIO URQUIZU

    este libro ha sido editado para ser distribuido. La intención de los editores es que sea utilizado lo más ampliamente posible, que sean adquiridos originales para permitir la edición de otros nuevos y que, de reproducir partes, se haga constar el título y la autoría.

    © José Saturnino Martínez García, 2017

    © Los libros de la Catarata, 2017

    Fuencarral, 70

    28004 Madrid

    Tel. 91 532 20 77

    Fax. 91 532 43 34

    www.catarata.org

    La equidad y la educación

    ISBN: 978-84-9097-362-2

    E-ISBN: 978-84-9097-388-2

    DEPÓSITO LEGAL: M-23.567-2017

    IBIC: J/JN

    Este libro ha sido elaborado en el contexto de la red INCASI, un proyecto europeo que ha recibido fondos de investigación de Horizonte 2020 de la Unión Europea Marie Skłodowska-Curie GA nº 691004, coordinado por Dr. Pedro López-Roldán.

    A Pepa Rosa

    Introducción

    La principal motivación que me ha llevado a escribir este libro es presentar una mirada lo más limpia posible sobre el debate de la equidad educativa. Uno de los grandes problemas de este debate es que está muy distorsionado. Por un lado, con motivo, pues resulta sumamente complejo definir qué es la equidad. En este punto, el libro resume de forma divulgativa los principales debates académicos en torno al concepto de equidad, con la mirada puesta en algunos problemas educativos. Por otro lado, abunda la confusión sobre ideas aparentemente sencillas, como qué es la educación superior (que incluye los actuales ciclos superiores de formación profesional, pero también la antigua FP II), qué es el abandono educativo temprano (situación en la que puede estar gente que haya acabado la ESO, pero no quienes no la han terminado) o qué miden realmente pruebas como PISA. A estas cuestiones dedicamos los capítulos 4 y 5. En el capítulo 6 se resume cómo se mide la equidad educativa y se relacionan algunos indicadores con aquellas propuestas de equidad que discuten sobre la cuestión de la distribución de recursos. Además, explicaremos que la falta de equidad obedece a una serie de lógicas sociales, basadas en la desigualdad social, especialmente en la existencia de clases sociales.

    Este libro no da diagnósticos simples a nuestros problemas educativos (el problema es la calidad del profesorado, la falta de mercado, la descentralización autonómica, los recortes presupuestarios, la escuela concertada…) y parte de las soluciones que propone no son fáciles ni funcionan a corto plazo. En este sentido, el libro se aparta de la moda intelectual de proponer teorías novedosas, con conceptos rimbombantes, diciendo que todo es fácil de comprender y que, con voluntad y optimismo, resulta fácil de arreglar. Y es que, como veremos, algunos problemas educativos actuales tienen más de 2.000 años de antigüedad, por lo que no es razonable esperar que se solucionen en un lustro. Algunas de las ideas fundamentales para entender nuestros de­­sajustes educativos las podemos encontrar en pensadores que llevan más de un siglo fallecidos. No les dio tiempo a ver el advenimiento de Internet, pero sí del capitalismo, y con eso nos vale. En otras ocasiones iremos a la literatura más reciente sobre cuestiones educativas, ya sea en sociología, economía, pedagogía o psicología, para entender aspectos concretos y comparados de nuestro sistema educativo. Veremos que el peso de la inercia es compatible con posibilidades de mejora. Hay que detectar dónde son fáciles las posibilidades de reforma y dónde más difíciles.

    Una vez advertido el lector, para introducir el problema de la equidad, podemos empezar por una fábula. En una habitación hay un grupo de personas y una tarta. Ana propone que lo mejor es repartirla en partes iguales; y para garantizar que así sea, propone que quien corte las porciones, sea el último en elegir. Por la cuenta que le trae, procurará que ninguna porción sea demasiado desi­­gual, pues quien corta se quedaría con la más pequeña. Bernardo ha hecho la tarta, y por ello propone ser él quien decida el reparto. Carla considera que la decisión debe estar en su mano, pues ha sido ella quien la ha comprado. Pero Daniel lleva todo el día sin comer y reclama un trozo más grande del pastel. Fernanda es la abuela de todos ellos, así que quiere ser ella la que reparta la tarta, pues sabe lo que le conviene a cada cual: quiénes prefieren menos nata y quienes más chocolate, quiénes las guindas y quiénes no, quiénes son más golosos y quiénes menos. Su sabiduría y conocimiento profundo llevará a una distribución más acertada. Gerardo dice que para qué tanto discutir: estamos en un cumpleaños y la tradición en este pueblo es que quien cumple años se queda sin trozo de tarta, pero es el que rompe la piñata, y el resto se reparte a partes iguales. A todo el mundo esto siempre le ha parecido muy divertido. Ante tanto desacuerdo, Manuel propone una asamblea en la que se discuta cómo repartir la tarta y luego se vote.

    Helena se burla de todos ellos, pues considera que las buenas razones que aducen no son las auténticas razones que les mueven a proponer el reparto. A Ana le encanta dárselas de lista, por eso promueve un método abstracto, para restregarnos lo intelectual que es. Bernardo presume de trabajar, pero calla que cuando pudo entrar en el negocio de la repostería, no quiso arriesgarse. Carla es la más rica de la familia, no desaprovecha la ocasión para hacérselo saber al resto. Daniel es un gorrón gandul, y aprovecha siempre que puede para ponerse morado en todo sitio al que le invitan. La abuela y su sabio reparto suele primar a algunos primos a costa de otros, por lo que es una sabiduría un tanto sesgada. Ge­­rardo es un soso sin personalidad, dice que le encantan las tradiciones porque no se atreve a tomar decisiones por su cuenta. Manuel es un manipulador, que con su labia y su encanto personal siempre consigue arrimar el ascua a su sardina, decir que quiere una asamblea es casi asegurarse el reparto que le interesa. Según Helena, lo mejor es que reveladas las intenciones reales, se hable con sinceridad sobre el reparto, que fluyan las auténticas razones. En todo esto llegan unos ladrones y a punta de pistola se llevan la tarta.

    Si complejo es discutir sobre el reparto equitativo de una tarta, imagine lo complejo que va a ser discutir sobre la equidad en educación. Cada uno de los personajes del relato encarna un discurso sobre la equidad, incluso los ladrones. A lo que debemos añadir la complejidad de definir qué es la educación (cuestión a la que se dedican dos capítulos). Lo más difícil, desde el punto de la escritura, no ha sido escribir, sino decidir todo aquello que se queda fuera del libro, buscando que su lectura sea lo más accesible posible, pero sin simplificar ni obviar en exceso. Ese ha sido el reto, pero serán las personas que lean el libro quienes evalúen si ha sido logrado.

    La escritura aparenta ser un trabajo solitario e individual, pero no lo es. Para escribir, hay que leer y conversar, procesos en los cuales incorporamos ideas de los demás, o mejoramos las nuestras gracias a sus estímulos. Nuestra tradición de autoría me hace responsable de lo que a continuación sigue, pero no sé cuánto hay mío y cuánto de la red de personas y escritos que me rodean. Sí sé que todo este trabajo no sería posible sin Julio Carabaña. Llevamos un cuarto de siglo discutiendo con vehemencia sobre muchos de los temas que siguen, por lo que muchas de las ideas surgen de ese debate que nunca somos capaces de acabar y en el que casi siempre estamos en desacuerdo. A Rosa Marrero le agradezco el haber soportado con gran paciencia mi proceso agónico de reflexión y escritura, y que haya contribuido a pulir muchos de los argumentos. A Domingo Fernández Agis le debo un agradecimiento doble, por haber leído con detenimiento partes del libro, y porque hace muchos, muchos años me imbuyó la pasión por la filosofía (y por el cine). Braulio Dorta contribuyó a mejorar la claridad de parte del texto. Los hermanos Roberto y Jorge Rodríguez Guerra también contribuyeron con observaciones sobre parte de los borradores iniciales. A Rosa Clemente le agradezco la claridad con la que me expuso la diferencia entre la equidad basada en el contrato y la basada en el cuidado. Partes del libro han sido publicadas y/o presentadas en diversos medios, reuniones académicas y en el Congreso de los Diputados, en la Comisión de Educación. En todo ese proceso se ha generado un debate en el que es difícil repartir los agradecimientos, pero que ha sido muy necesario para llegar a este libro. Al personal de Los Libros de la Catarata, especialmente a Fernanda Febres-Cordero, agradezco la paciencia con la que han esperado las entregas, así como el cuidado con el que han revisado el texto. Por último, pero no menos importante, debo agradecer a las diversas promociones de alumnado de tercero del Grado de Pedagogía de la Universidad de La Laguna el haber participado en debates de muchas de las cuestiones que aquí aparecen. No han participado muchos alumnos (más bien alumnas), pero por suerte, quienes lo hacen, lo hacen muy bien.

    CAPÍTULO 1

    La justicia distributiva

    La reflexión sobre la equidad debe partir de la constatación de que la diferencia es un hecho natural, pues las características de cada ser humano son únicas e irrepetibles. Puede parecer obvio, pero conviene aclararlo para diferenciarla de la desigualdad, que se refiere al acceso desigual a los recursos materiales y simbólicos de una sociedad que se vinculan al reconocimiento de una persona como miembro de pleno derecho de dicha sociedad. Así, la equidad consiste en la interpretación de esas de­­sigualdades como justas, a partir de algún criterio o combinación de criterios. Por tanto, cuando en este libro hablamos de justicia no nos referimos a la justicia positiva, esto es, entendida como decisiones de los jueces que sancionan el incumplimiento de las leyes (derecho positivo). El concepto de justicia que estudiamos es el de qué desigualdades pueden ser justas según diferentes tradiciones de la filosofía política, para evitar el lecho de Procusto¹. En esta línea, resulta incuestionable que la educación debe tender a la equidad, en el sentido de que el apoyo al alumnado variará en función de sus características, dando, por ejemplo, más recursos y oportunidades a las personas con más dificultades, en vez de a la igualdad (Bolívar, 2005). Sin embargo, el debate está servido cuando se intenta de­­terminar cómo esta se concreta, ya que la evaluación de la equidad de una política educativa estará condicionada por una perspectiva de filosofía política.

    En las siguientes páginas exponemos brevemente las principales ideas que subyacen a algunas de las diferentes escuelas de pensamiento político, que se han articulado desde los años setenta en torno a la obra de John Rawls, que es uno de los filósofos políticos más influyentes del siglo XX, y cuyo trabajo ha sido central en el debate sobre la justicia distributiva desde que se publicó su libro seminal Teoría de la justicia en 1971. Para esta exposición seguiremos de cerca el trabajo de Gargarella (2004) y Swift (2006). En este primer capítulo presentamos teorías que tienen en común un sustrato universalista en su comprensión de la equidad, pues fundamentan sus indagaciones en la búsqueda de elementos que compartimos las personas, como son la naturaleza (intuicionismo), el egoísmo y racionalidad (utilitaristas y liberales) o el animal político que llevamos dentro (republicanos).

    Intuicionismo

    El intuicionismo sostiene que los juicios morales se basan en intuiciones, que pueden tener un fundamento filogenético (es decir, basadas en la evolución de la especie humana) o derivarse del contexto social en el que nos desarrollamos. La argumentación racional estaría al servicio de estas intuiciones, en la tradición de Hume, y por tanto no podría dedicarse a la búsqueda de fundamentos sobre los que sostener la moralidad (Haidt, 2001), en contra de lo propuesto por la corriente de pensamiento racionalista. Fuera del campo filosófico, hay investigaciones que muestran que las especies animales que cooperan con individuos con los cuales no mantienen lazos de parentesco protestan cuando reciben una recompensa menor que otros congéneres por realizar la misma tarea (Brosnan y De Waal, 2014). Por ello cabe pensar que la presión evolutiva por premiar la cooperación social ha producido una aversión a la desigualdad innata en varias especies animales entre las que podría estar el ser humano. Por ejemplo, cuando el premio por realizar la misma tarea es diferente, ciertos animales, como monos, perros o cuervos, se indignan (reaccionan violentamente) e incluso pueden llegar a rechazar por completo el menor pago recibido, lo cual es contrario a su propio bienestar (mejor una recompensa pequeña que ninguna recompensa). Esta indignación primaria apunta que es necesario respetar ciertas reglas de equidad para que los grupos se mantengan cohesionados. De Waal (2014) señala que además de esta aversión a la desigualdad, en el mundo animal encontramos otros fundamentos morales, como la empatía. Dicha evidencia le lleva a rechazar la idea muy extendida de que la selección natural favorece los comportamientos de tipo egoísta, y una lucha de todos contra todos. La etología muestra que la preocupación por la desigualdad, la empatía o el altruismo son tan naturales como el egoísmo, y que en la especie humana son los contextos sociales los que pueden favorecer un tipo de sentimientos frente a otros. Pone el ejemplo de las sociedades de cazadores y recolectores, en las que se potencia el sentimiento de igualdad, frente al capitalismo, que fomenta el egoísmo. Para este autor, la posible relación entre la presión evolutiva que lleva a que existan ciertos fundamentos morales no debe llevar a caer en la falacia naturalista de confundir el ser con el deber ser, y por lo tanto, la ciencia, que nos habla de lo que es, no puede sustituir al debate moral, que nos habla de lo que debe ser. Pero el debate moral tampoco puede obviar estos hallazgos sobre la naturaleza humana.

    El intuicionismo no limita todos los juicios morales a la justificación de las intuiciones, pero considera que las reflexiones sobre la búsqueda racional del fundamento moral se producen en condiciones particulares (como en un debate de filósofos), pero no en muchas situaciones cotidianas. Podemos considerar que la crítica de Rawls (2006) al intuicionismo parte realmente de esta posibilidad de razonar sobre los fundamentos morales. Según Rawls, por un lado, hay una pluralidad de valores morales, pero, por otro, es posible un debate racional que permita jerarquizar dichos valores para diseñar las instituciones de una sociedad justa, como veremos. El intuicionismo, al no proporcionar criterios para jerarquizar, por ejemplo, entre libertad, eficiencia y equidad, no es una buena guía para buscar los fundamentos de una sociedad justa.

    Utilitarismo

    Los utilitaristas consideran que los seres humanos están movidos por la búsqueda del placer y el bienestar, mientras que rehúyen el dolor y otras sensaciones desagradables. Consideran que las opciones vitales de cada persona son igualmente válidas, pues nadie tiene una capacidad de juicio superior a la de otras personas. Desde este punto de vista, una medida política será más justa que otra si consigue que el bienestar que genera en el conjunto de la población en el largo plazo sea mayor que el malestar que produce. Una forma sencilla de evaluar si una política es más adecuada que otra consiste en buscar un indicador de bienestar, como por ejemplo la renta, y evaluar si su media aumenta gracias a la medida política. Otro tipo de consideraciones son secundarias. Utilitaristas, como John Stuart Mill, defienden las libertades individuales, las políticas sociales y la democracia bajo el argumento de que las sociedades con estas instituciones consiguen mayor bienestar para sus miembros a largo plazo (por ejemplo, los países más ricos tienden a ser democracias), más allá de que sean instituciones justas en sí mismas. Los utilitaristas evalúan si una decisión es más

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