Breve historia de la literatura costarricense
Por Álvaro Quesada
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En esta obra corta, el autor presenta a manera de ensayo, no un catálogo o listado de autores y textos costarricenses, sino un análisis historiográfico de la literatura de este país, contextualizado con datos y apreciaciones del entorno político, social y cultural de las distintas épocas.
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Breve historia de la literatura costarricense - Álvaro Quesada
Presentación
Amalia Chaverri
Gastón Gaínza
Centro de investigación en identidad y cultura latinoamericanas
CIICLA
Cuando salió a la luz este libro, Álvaro Quesada Soto expresó que quedaba pendiente el último capítulo. Pasó el tiempo y partió para siempre, no sin antes haber cumplido su promesa: dejar listo ese Capítulo VI, titulado Globalización y Posmodernidad
que ahora se incluye en esta nueva edición.
Entre tanto, algunos de sus contenidos aparecieron en otros espacios de publicación, a saber: en Tópicos del Humanismo (UNA, 2000) y en la Revista Letras Nº 32 (UNA, 2000).
Este Capítulo VI se publica con algunos ajustes de orden estrictamente tipográfico y práctico: a) se unificó y actualizó la norma intituladora y b) se incluyó el nombre del escritor en los casos en que aparecía únicamente el apellido; esto último, en beneficio de nuevos lectores y del carácter didáctico del texto, dirigido a un amplio público.
En relación con la totalidad de esta nueva edición de Breve historia de la literatura costarricense, se incluye un aparato de citas que no aparece en la primera versión, porque Álvaro decidió prescindir de las referencias bibliográficas en beneficio de una lectura más atractiva y fluida
, como afirma en la Introducción
de esa versión que, pese a la contradicción explícita, hemos decidido mantener para ser fieles al texto original.
Se incluye igualmente, en el Capítulo V, el título Libro Brujo (1998) de Gerardo César Hurtado. Hubo que agregar, también, una Bibliografía adicional
para dar cuenta tanto de los autores y textos usados como referentes en las notas que se incluyeron en esta nueva edición –según se explicó anteriormente–, como de aquellos que supuso la incorporación del sexto capítulo.
Al respecto, cabe hacer notar que en la Introducción
de la primera versión del libro, Álvaro afirma que en él solo se incluye a los autores nacidos antes de 1950 y que comenzaron a publicar antes de 1980
. Con toda seguridad, en la segunda edición que Álvaro tenía en mente antes de morir, habría reescrito la Introducción
para actualizarla en cuanto a sus nuevos contenidos.
Sirva esta nueva edición como homenaje a la memoria de Álvaro Quesada Soto, quien dedicó su vida –con innegable pasión– al estudio de nuestras letras y quien dejó una impronta imborrable en la reescritura de la historia literaria de Costa Rica.
Introducción
Todo ensayo que, como el presente, aspire a ofrecer una visión resumida y sintética de un amplio período de historia literaria, conlleva ciertas dificultades y limitaciones: implica un arduo trabajo de compresión, selección y poda. Sin embargo, un resumen o exposición abreviada no implica necesariamente la repetición adocenada y simplona de verdades consabidas o viejos lugares comunes; ni una exposición fragmentaria y deshilvanada; ni un simple catálogo descontextualizado e inconexo de nombres de autores, títulos de obras, fechas de publicaciones, nacimientos o defunciones. En este ensayo se ha procurado conciliar con cierto rigor académico, la incorporación de los datos provenientes de los estudios especializados más recientes y novedosos, con un lenguaje comprensible y una exposición amena y fluida, atractiva para cualquier lector no especializado. Por otra parte, se ha procurado también, dentro de los límites de un trabajo de este tipo, ubicar la historia de la literatura costarricense en el ámbito de la historia social y cultural del país donde se produjo.
Como toda historia literaria, este ensayo enfrentó también la necesidad de escoger ciertos criterios de agrupación o división que permitieran organizar y clasificar autores y textos individuales en períodos y promociones literarias: cortes y clasificaciones que siempre tienen algo de arbitrario al establecer división y orden donde solo existe una serie de textos. Para cumplir con ese requisito, tan arbitrario como imprescindible, aquí se ha tratado de combinar diversos criterios: para la agrupación y división de autores en diversas promociones, se ha procurado combinar las fechas de nacimiento de los autores, las fechas de publicación de sus obras y su filiación estético-ideológica; para la apreciación de los diversos períodos literarios se ha procurado combinar la visión panorámica de conjunto con la referencia a figuras y textos individuales. Es obvio que las apreciaciones referentes a autores contemporáneos, por su cercanía en el tiempo o por el hecho de que aún están en plena producción se hacen más tentativas y provisionales; por esa razón se ha preferido establecer un límite cronológico a este ensayo: solo se incluye a los autores nacidos antes de 1950 y que comenzaron a publicar antes de 1980. Al lector corresponde juzgar en qué medida esos propósitos eran los más pertinentes y en qué medida se lograron.
Finalmente, por la índole de este ensayo, dirigido a un público general, se ha preferido suprimir del texto todas las referencias bibliográficas para hacer su lectura más atractiva y fluida. Sin embargo, se incluye al final del volumen una Bibliografía comentada que ofrece una somera referencia a las principales fuentes de información general; en esos trabajos podrá encontrar el lector interesado mayores datos sobre autores, obras o temas específicos.
Capítulo I
El Olimpo: La forja de una identidad
Durante la colonia y casi todo el siglo XIX, la producción literaria en el territorio de lo que hoy es la República de Costa Rica fue poco importante. La primera imprenta apenas ingresó al país en 1830 y la publicación de libros se redujo mayoritariamente a textos didácticos, políticos o religiosos. Las primeras producciones literarias empiezan a imprimirse, de manera esporádica y limitada, en los periódicos que se publican hacia mediados del siglo XIX, pero el único género que tiene algún desarrollo consistente antes de finales de siglo es el cuadro de costumbres, concebido a imitación de Mariano José de Larra y del costumbrismo español e hispanoamericano, como descripción o comentario humorístico, pintoresco o satírico, de las costumbres sociales y políticas.
Solo a finales del siglo XIX se aprecia ya una preocupación y un esfuerzo sistemático por producir una literatura nacional costarricense: esa preocupación está íntimamente ligada al esfuerzo por construir una identidad nacional, proyecto colateral a la construcción de la Nación y del Estado liberal en las últimas décadas del siglo pasado. El proyecto de convertir a Costa Rica en una Nación independiente de Centroamérica se consolida en 1848 con la declaración de la República. Ese proyecto solo fue viable gracias a los nuevos recursos y posibilidades de crecimiento que generaba el negocio de la siembra y exportación del café que se consolida hacia mediados de siglo, al mismo tiempo que se proclamaba la independencia de Costa Rica. La exportación de café a Inglaterra inicia una paulatina pero inexorable transformación económica, política y cultural del país. Con la inserción en el mercado internacional ingresa el progreso capitalista y la modernidad europea, aunque no todos los sectores de la población tuvieron igual acceso al control del Estado o a las bondades del mercado, el progreso y la modernidad.
Durante las últimas décadas del siglo XIX una oligarquía cafetalera, que había logrado consolidar su posición hegemónica en el interior de la joven república mediante el control del financiamiento, beneficio y exportación del grano de oro
, procura consolidar también un Estado Nacional con sus correspondientes aparatos ideológicos uniformados bajo el signo del liberalismo político y del positivismo filosófico. Pero el dominio oligárquico en el interior del país es, a su vez, solo un reflejo del poder de las metrópolis industriales que dominan el mercado internacional: con respecto a ellas la oligarquía criolla aparece como un grupo subordinado, y la flamante nación se delinea como un pequeño país agrícola, dependiente y periférico con respecto a las relaciones de poder mundial.
Así, el proyecto de elaboración de un discurso nacional oligárquico, se gesta en medio de múltiples resistencias y contradicciones. En primer lugar, hay una tensión entre el proyecto civilizador de la oligarquía liberal y su modelo de cultura y realidad nacionales, frente a los choques y resistencias de los grupos subordinados cuyas culturas y formas de vida ese modelo tendía a reprimir, marginar o excluir. En segundo lugar, hay también una tensión en el propio proyecto nacional oligárquico, que oscila entre la identificación y la asimilación con los modelos metropolitanos –europeos al principio o estadounidenses más tarde– y el esfuerzo por consolidar la autoimagen de nación independiente y autónoma, con identidad y cultura propias e inalienables. De todo lo anterior se desprende una contradicción en los discursos y prácticas del liberalismo oligárquico, incapaz de conciliar su apego a la tradición
heredada –que le garantiza la conservación de importantes privilegios– con las exigencias de modernidad y progreso capitalistas, que exigen el sacrificio de valores y costumbres tradicionales para insertarse con éxito en el mercado internacional. En este sentido la oligarquía se concibe como la abanderada de un proyecto civilizador, que aboga por la educación, el progreso y el liberalismo, enfrentada a lo que percibe como lastres tradicionales: los privilegios y dogmatismos eclesiásticos, o la ignorancia y las supersticiones populares. Estos hechos, sin embargo, tienden a generar también una relación compleja y conflictiva entre una cultura popular y campesina y la cultura de la elite urbana; entre una cultura en gran medida oral, tradicional y religiosa, por un lado; y una cultura de hombres letrados, ligada a las representaciones occidentales modernas de civilización y progreso burgueses, en la oligarquía o los grupos educados urbanos.
Al finalizar el siglo, la modernidad muestra una nueva faceta amenazante. Las crisis provocadas por el descenso de los precios del café en el mercado internacional; las repetidas intervenciones políticas y militares de los Estados Unidos en Latinoamérica, especialmente a partir de 1898; la consolidación en Costa Rica de un enclave bananero-ferrocarrilero más poderoso que el propio Estado nacional; llevan a sospechar que el progreso carga en su seno el germen de la enajenación: la sujeción del proyecto nacional a las demandas del proyecto globalizador de las metrópolis.
Las transformaciones provocadas por el proceso de consolidación del Estado nacional y la construcción de la Nación abarcaron todos los ámbitos. Las leyes, los códigos, la educación, la vida cotidiana, el imaginario colectivo, hasta el aspecto físico de la ciudad capital, cambiaban radicalmente. En las dos últimas décadas del siglo XIX se consolida la producción de héroes y gestas, himnos patrióticos, monumentos e instituciones; de una historia, una mitología, una cultura y una literatura nacionales. Se inauguran los monumentos –importados de Francia– que enaltecen la memoria del héroe y la gesta nacionales: la estatua de Juan Santamaría, erigida en Alajuela en 1891; el Monumento Nacional en conmemoración de la guerra de 1856, erigido en el Parque Nacional –hasta entonces Plaza de la Estación– en 1895. Se fundan también las instituciones encargadas de fomentar o conservar la cultura y el patrimonio nacionales: el Archivo Nacional (1881), el Museo Nacional (1887), la Biblioteca Nacional (1888), el Teatro Nacional (1897).
Paralelamente