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gon y Wally. 21 y 17 años. Artista y musa. Amantes. Se conocieron en 1911, en Krumau, actual Cesky Krumlov, República Checa. Egon ha ido hasta el bosque cargado con lienzo, caballete y pinturas. Ha elegido un sitio idóneo para retratar la naturaleza al más puro estilo expresionista. Pintando árboles, ríos y cielos. Aplica las primeras pinceladas al lienzo. Concentrado, intenta utilizar las últimas técnicas que su maestro, Gustave, le ha enseñado. Maestro y alumno se habían conocido en una exposición en Viena cuatro años atrás. Gustave ya era un pintor consagrado, y había decidido dar clases a Egon. Había visto algo nuevo en el joven artista. Su intensidad. Su mirada. Y sobre todo su estilo particular al retratar personas. Cuerpos huesudos. Piel verdosa. Posturas irrealizables. Sus personajes mostraban una apariencia enfermiza y, en ocasiones, semejaban muñecos de trapo. Sus dibujos parecían inacabados, con color solo en las partes del cuerpo que Egon quería destacar. Y en muchas ocasiones las extremidades sin terminar de pintar. Su temática era atrevida. Mujeres masturbándose. Parejas relajadas después del sexo. Helena Pereña, en el libro de la editorial Taschen dedicado al artista escribe: «Al contemplarlos, el espectador se siente perturbado. Representaciones corporales desnudas, fragmentadas e incluso deformadas que vuelan en el recuerdo. Los cuadros de Schiele abordan directamente al observador y lo desafían. Es difícil escapar de este remolino». En una ocasión, cuando Gustave y Egon se hallaban en el estudio, Egon dudó si había nacido para el oficio. Levantó la cabeza y preguntó al maestro si tenía talento para el arte. «¿Talento?,