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Con mayor o menor presencia de lo exótico, de lo raro o de lo misterioso en sus estantes, mesas y vitrinas, las eclécticas colecciones de estos gabinetes renacentistas pretendían ser un reflejo del mundo, un microcosmos del saber en el que cristalizaba el deseo de entender y maravillar a través de la acumulación y la exhibición de lo extraordinario. A veces, también, de contar con un poder adicional a través de lo mágico o bien propiciar una mayor proximidad a la divinidad.
Tal y como los conocemos, los gabinetes de las maravillas surgen en un periodo de redescubrimiento del conocimiento clásico y de un creciente interés por la ciencia, la exploración y el arte. Los monarcas, nobles, y pudientes académicos comenzaron a coleccionar, además de todo tipo de libros y manuscritos, artefactos que combinaban la naturaleza y el arte, lo científico y lo místico, como parte de un movimiento que atraía a sus cortes y dominios a personajes de toda condición. Ya fuesen verdaderos eruditos o bien hábiles farsantes, unos y otros orbitaban alrededor de los poderosos, llegando a ser patrocinados por estos bajo la promesa o esperanza de conseguir más poder, conocimiento, salud, inagotables recursos económicos o, incluso, la vida eterna. No obstante, y aunque con razón ubicamos estas colecciones de maravillas en salas especialmente diseñadas dentro de palacios, castillos o