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Jacobo Estuardo, hijo de María, reina de Escocia (aquella desdichada conjurada a la que mandó decapitar su prima Isabel de Inglaterra) y de Lord Darnley, nació en Edimburgo en 1566 y durante sus primeros años de vida tuvieron lugar escabrosos sucesos que eran propicios para inculcar en su mente una misoginia habitual en los cazadores de brujas. Tenía un año cuando su padre fue asesinado en conocimiento de su madre, precisamente en un complot pergeñado por el cabecilla del amante de la reina católica, el conde de Bothwell, con quien esta se casaría poco después.
Ante tamaño crimen Escocia se sublevó y tras una cruenta guerra civil en la que triunfó el bando protestante, María se vio obligada a abdicar la corona en su hijo y a refugiarse en la corte de su prima Isabel I, en Londres, quien la mantuvo prisionera sabedora de que presumía desde hacía años de ser la legítima reina de Inglaterra. Sin saberlo, se había metido en la boca del lobo. María desheredó a su hijo y nombró como heredero de la Corona de Escocia a Felipe II, que anhelaba también la Corona inglesa, pero en un habilidoso juego de fichas Isabel, que no dejaba herederos, llegó a un pacto con un adolescente Jacobo. Lo reconoció como rey de Escocia y como heredero del trono inglés. Pocos meses después, tras conocerse la llamada conspiración de Ridolfi, Isabel mandó decapitar a su