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año tras año, sin importar las variaciones anuales del clima”. Sobre esa filosofía, rupturista entonces, Joseph Krug fundó la Krug en 1843. No se trataba de embotellar el resultado de cada cosecha, sino de ensamblar cuantos vinos fueran necesarios –respetando, eso sí, como un mandato irrenunciable la individualidad de cada parcela–, del año en curso Seis generaciones después, esta visión sigue inspirando el trabajo de la una de las más distinguidas en una región, Champagne, en la que se elaboran más de 300 millones de botellas al año. 600.000 son Krug; de ellas, en torno al medio millón, Grande Cuvée, el nombre con el que se bautizó ese ensamblaje anual que en la casa, tan históricamente vinculada a la música, comparan con una composición musical construida a base de sabores y aromas como si de notas se tratara.