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lgunos se empeñan en ponernos cada vez más difícil no indignarnos ante las farsas de este mundo en que vivimos. Y mira por dónde creo que el premio en esa materia de la farsa se lo voy a dar este mes a Taika Waititi, el hombre que reconoció que no se había leído un puñetero cómic de Thor antes de ahogar el personaje con chistes en sus dos películas sobre este, tomándose a coña limonera incluso el Ragnarok en la primera, Vamos, lo que comúnmente se conoce como despejar balones fuera. Igual si le hubiera interesado el personaje más allá de los ceros en el cheque, o si hubiera entendido algo de lo que había hecho Kenneth Branagh en la primera película, o los hermanos Russo en las películas de Vengadores, en lugar de secuestrar al rubiales asgardiano para fabricarse una comedia loca sin gracia en modo hipertrofiado, no tendría que decir nada de los efectos especiales. Después de pulirse un presupuesto de 250 millones de dólares en una longaniza inconexa de gracietas tontorronas de escuela primaria, eso sí, oportunamente aplaudidas y carcajeadas por los pesebreros de turno, y a pesar de que al final encima lo más divertido no era de su cosecha, sino del cachondo de Russell Crowe parodiando a Zeus y moviendo la faldita en el Olimpo, Waititi se ríe de los efectos de y culpa a los artistas de efectos especiales mal pagados. Hay que tenerlos cuadrados y la cara maquillada con cemento armado.