Treinta años de carrera permitieron a Victor Fleming firmar algunos de los títulos más significativos y definitorios del estilo del cine en el Hollywood dorado y le llevaron a progresar desde la posición de artesano trabajando por encargo al servicio de los grandes estudios hasta el desarrollo de sus propios códigos de autoría con estilo propio que impregna algunas de sus mejores películas, por mucho que algunos críticos y comentaristas de cine de algunas épocas le hayan negado esta segunda naturaleza en su desarrollo y evolución como profesional de la narración en imágenes.
En esa segunda identidad como autor hay que apuntarle también a Fleming haber sido uno de los forjadores del propio lenguaje cinematográfico en calidad de pionero del cine mudo, etapa en la–, en la que rodó veinte títulos, a las películas habladas, en las que completó otros 20 trabajos. Queda así dividida su filmografía casi con escuadra y cartabón entre el cine sin y con palabras, aunque forzoso es reconocer que incluso en la segunda etapa de su carrera dedicada al cine “sonoro” siguió imperando en su propuesta el poder de las imágenes sobre la palabra a través de la composición elegante y al mismo tiempo práctica del plano y la coreografía de posición y movimiento de los actores en relación con la posición y el movimiento de la cámara, erigidos como fundamentos de su estrategia narrativa dominante y heredados del cine “mudo”.