La Antigüedad devolvió al presente una enorme sorpresa cuando Grecia se embarcó en un conflicto civil al cabo de la Segunda Guerra Mundial. Unos beligerantes se encontraron, estupefactos, delante de restos de una exquisita estela de tiempos remotos. Fue al cavar trincheras en la cima de un inmenso montículo situado entre los túmulos funerarios de la moderna Vergina. Allí había florecido, siglos antes, Egas, la pequeña pero venerable capital fundacional y ceremonial de Macedonia.
Esa colina, con toda la apariencia de ser artificial, ya había intrigado al arqueólogo francés Léon Heuzey en el último tercio del siglo xix, mientras desenterraba el cercano Palacio Real. Sin embargo, impedimentos presupuestarios lo privaron de excavar la elevación. Tampoco se la perforó tras la guerra civil helena. No obstante, un joven miembro del Servicio Arqueológico Griego y profesor de Arqueología Clásica en la Universidad Aristóteles de Tesalónica