Cada mañana, de lunes a viernes, a las 8:30 am en punto, Maeve* se sienta en la pequeña mesa de su sala de estar, el silencio opresivo del departamento aumenta mientras abre su laptop y espera a que una tarea de su jefe llegue a su bandeja de entrada. Una vez que la ha completado, algunas tardan horas, otras solo 30 minutos, pero ella espera de nuevo. Algunos días, otra tarea nunca llega, así que se desliza por LinkedIn buscando vacantes adecuadas. Habiendo sido alguna vez una trabajadora consciente, Maeve ahora, en sus propias palabras, se da “por vencida”.
A principios de este año, la gerente de agencia de 28 años consiguió su trabajo soñado. Para Maeve, los primeros meses fueron emocionantes y desafiantes. “Estaba creando contenido, enviando boletines a más de 300,000 personas, haciendo entrevistas y creando campañas para algunas de las marcas más grandes, fue genial”, dice. Luego, un nuevo miembro del personal se unió a la empresa y asumió la mayoría de las responsabilidades de Maeve, dejándola con tareas más básicas.
A pesar de tener más de ocho años de experiencia y trabajar duro para escalar en la empresa, Maeve afirma que ahora no es más que una asistente glorificada. “No