El periodo papal de Rodrigo Borgia, más conocido como Alejandro VI, fue envuelto en controversia. Si bien las conductas de Borgia no eran ajenas a los estándares de la época, varias situaciones misteriosas, como la muerte del duque de Gandía y de Alfonso de Aragón, generaron críticas y difamaciones por parte de sus oponentes. Tras el fallecimiento de Alejandro VI y la desilusión con la familia Borgia, los rumores se convirtieron en una leyenda negra que marcó su legado. Su sucesor, Julio II, continuó gran parte de su política, adoptando la estrategia de consolidar los Estados Pontificios como una potencia militar, marcando un fin despiadado para la familia Borgia y perpetuando la mancha en la imagen de Alejandro VI.
DISTINTA VARA DE MEDIR
Aquí es donde se ve con más claridad la injusticia histórica con Alejandro VI. Julio II, Giuliano della Rovere, fue un papa guerrero y cruel que escandalizó a Lutero cuando este visitó su libertina Roma en 1510, y cuyos gastos exagerados llevaron a la venta de bulas que provocaría la Reforma protestante y las guerras de religión que ensangrentarían Europa durante dos siglos. Sin embargo, ha pasado a la historia como el gran mecenas que encargó el diseño de la nueva Basílica del Vaticano (la idea original fue del papa Borgia) y a Miguel Ángel la Capilla Sixtina.
Y no solo eso: siendo cardenal, se permitió el lujo de definir a Alejandro VI como «un catalán, marrano y circunciso» (era como llamarle judío). Hay que aclarar que, a finales del siglo xv, ‘catalán’ se empleaba en Italia como un insulto vinculado a la maldad y la avaricia —se les odiaba por su protagonismo militar y comercial durante la expansión de la Corona de