“UNA PELÍCULA ES COMO UNA MISIÓN SUICIDA. EL DIRECTOR ES EL SARGENTO Y COGE A LOS MEJORES”
No soy un apasionado del cine de animación, pero ver Robot Dreams me ha cambiado la cabeza y el corazón. Es cine, es poesía, es magia. Los que aún no la habéis visto, sentiréis cuando lo hagáis que os permite vivir una película diferente que conduce a las personas que han sido parte de vuestras vidas pero ya no están. Hoy charlo con el arquitecto de esta joya, con el director de cine Pablo Berger (Bilbao, 1963). Además, tengo la suerte de hacerlo tras haber sido galardonado con dos Goya, a mejor película de animación y a mejor guion adaptado. Saltó a la fama en España con Torremolinos 73 (2003) y cruzó fronteras con Blancanieves (2012). Berger repasa para Esquire su vida, su experiencia en Nueva York y los secretos de Robot Dreams, nominada para el Oscar.
“La ambición de los directores románticos es llegar al mayor número de espectadores”
ESQUIRE: Pablo, gracias por esta película y enhorabuena por los Goya. ¿Cómo estás, además de feliz?
PABLO BERGER: Sí, feliz por mí y por todos los que han trabajado conmigo en este proyecto tan complicado y ambicioso.
ESQ:¿Cuándo y por qué decidiste ser director de cine?
Soy de Bilbao y allí la climatología es adversa. El cine era el. Me marcó. Verla el día de su estreno en una sala de las que conocemos como ‘catedrales del cine’, con más de mil butacas, supuso una experiencia muy intensa. El miedo y la emoción hacían que yo sintiera que iba en aquel barco. En los títulos de crédito leí el nombre de Steven Spielberg. Ya sabía quién era, pero sentí que ahí había alguien que había orquestado aquella historia que me había hecho tan feliz. Ese es el momento en el que descubro la existencia de un director. Un segundo momento tiene que ver con mi tío Julio, que tenía un equipo de Super-8 y era consciente de mi afición. Un día me lo regaló: su cámara, su trípode, sus luces y su montadora. De esta forma hice mi primer Super-8, con 18 años. Ahí empecé a hacer cine.