JOAN CRAWFORD
Elegante y sofi sticada, fue una fi era sobre el escenario y una desgraciada en el amor. Estuvo tan centrada en su carrera que nunca construyó relaciones familiares auténticas. En la imagen, en 1935.
Me gustaría ser un gorila anciano. He oído que cuando saben que están llegando a su fin, se alejan para estar solos y sencillamente desaparecer. Es una gran idea. De hecho no sé cuándo moriré, pero sí dónde: en mi casa, en mi habitación”, le dijo a una de sus biógrafas Joan Crawford (San Antonio, Texas, 23 de marzo de 1903–Nueva York, 10 de mayo de 1977). Y así fue, porque Joan, a pesar de ser una de las más grandes actrices de Hollywood, falleció en su apartamento de Manhattan cuando ya llevaba años retirada del mundanal ruido. Había tomado la decisión cuando el teléfono dejó de sonar para ofrecerle trabajo –su última película fue (1970), una de terror bastante (1932), de(1934), de (1936), de (1937), de (1939), de (1945) –premio Oscar–, de (1947) –segunda nominación a la estatuilla–, de (1952) –tercera–, de (1954), de(1962). Ella era la gran dama de la escena, la estrella de belleza exótica, cejas altivas, carácter visceral e ideas perversas a la que nadie podía toser. Por eso no iba a permitir que hubiera pruebas de su decrepitud.