El estrecho tamaño de las chimeneas de la época y el bajo coste de la mano de obra infantil, en su mayoría huérfanos o de familias pobres, destinaba a estos pequeños a un oficio peligroso y a una vida de miseria, maltrato e insalubridad a la que pocos pequeños sobrevivían.
Al calor del auge de las chimeneas de carbón en los países industriales del siglo XVII, XVIII y XIX proliferó también la profesión de deshollinador. Un trabajo que consistía en limpiar por dentro la negrura de los conductos de las chimeneas de las casas, al tiempo que más negro se volvía el presente y el futuro de quiénes lo ejercían: los niños.
Gran parte de estos casos tuvieron lugar en la era victoriana de Inglaterra, pero también se desarrollaron en países como Irlanda, Francia, Bélgica, Suiza o Países Bajos, entre otros. Infantes, con edades entre los 3-4 años y la pubertad, que en su mayoría eran huérfanos o habían sido vendidos por unos padres en situación de pobreza, a los que unía un mismo destino cruel.
A todos les aguardaban largas horas de trabajo en condiciones infrahumanas y peligrosas para su salud física y mental, malos tratos y una vida de miseria a la que una gran parte de ellos, la amplia mayoría, no lograba sobrevivir.
CHIMENEAS ESTRECHAS Y MANO DE OBRA BARATA
El uso de estos pequeños para el oficio de deshollinador convergía en la confluencia de dos realidades de la época: el tamaño de las chimeneas y