Como sentenció George Orwell en 1944, la historia la escriben los vencedores; una verdad universal que acostumbra a revelarse mediante la abominación del vencido y la aniquilación de sus restos. Solo escapan de ese destino fatal los vestigios ignorados y la herencia cultural invisible que cribada por los siglos llega hasta el presente.
Así sucede con la civilización púnica, sepultada por el relato de una Roma triunfante que negó cualquier virtud a su secular antagonista por el dominio del Mediterráneo. Como resumía Catón el Viejo en el epílogo de sus discursos: «Cartago debe ser destruida». Y vaya si lo fue. Sirvan estas líneas para descubrir una civilización única que habita entre nosotros mucho más de lo que cabe suponer.
DE LA CULTURA FENICIA A LA CARTAGINESA
Todo comenzó entre los siglos ix y viii a. C., cuando un grupo de fenicios llegados de Tiro establecieron una nueva colonia costera muy cerca de la actual capital de Túnez a la que llamaron Qart Hadasht o «ciudad nueva».
La incipiente urbe se localizó en un emplazamiento estratégico y en el seno de un territorio mayoritariamente desconocido que habitaban pueblos mucho menos