Amedida que el sol comenzaba a ocultarse tras las montañas, el Taki Runa preparó su espacio de curación con sumo cuidado. Las antorchas iluminaban suavemente el lugar, mientras los inciensos de palo santo purificaban el aire. Con una mano, sostenía su cuchillo de obsidiana, afilado y esterilizado en las llamas sagradas, y con la otra, acariciaba el cuenco de cerámica que contenía las hierbas medicinales que ayudarían a aliviar el dolor del guerrero.
Aquella cirugía craneal, una práctica antigua y refinada a lo largo de generaciones, se desarrolló a lo largo de la noche estrellada, mientras los espíritus de los ancestros y los dioses andinos presenciaban el acto de curación. El Taki Runa realizaba cortes circulares en el cráneo del paciente, y luego, con gran habilidad y precisión, retiraba pequeñas porciones de hueso mediante un proceso de raspado conocido como «ranurado». Este método permitía al Taki Runa evitar perforar la duramadre, la membrana protectora del cerebro, minimizando el riesgo de infección.
A través del proceso conocido como «ranurado» se retiraban pequeñas porciones de hueso del cráneo
Una vez completada la trepanación, el Taki Runa limpiaba y desinfectaba la herida con infusiones de hierbas y aplicaba un ungüento medicinal.
Aunque no se tienen registros escritos de cómo eran las cirugías craneales durante el Imperio Inca, es muy probable que se parecieran a lo anteriormente escrito. E imaginarse por