La última vez que Henrique Cymerman lloró fue hace unas semanas, durante una visita junto a otros periodistas a unos kibutz cercanos a la Franja de Gaza atacados el pasado 7 de octubre. Entre las cenizas de la modesta casa de Carmela y su nieta, una niña autista –ambas víctimas de un asedio que acabó en llamas–, un juguete llamó su atención: era una muñeca con los brazos, las piernas y el pelo quemados. «Estaba en directo, pero me dio igual. Pasaron unos segundos hasta que me recuperé y seguí hablando», confiesa emocionado.
Cymerman, de 64 años, reconocido periodista de