El 3 de agosto de 1941, hacía casi dos meses que el ejército alemán (Wehrmacht) había desencadenado la invasión de la URSS. Las unidades que operaban cerca de Mogilev (Bielorrusia) se vieron sorprendidas por un mensaje del otro lado del frente: la totalidad del 436.º Regimiento soviético solicitaba rendirse (unos cinco mil hombres).
No era la primera vez que las tropas del Ejército Rojo capitulaban en masa; lo sorprendente de este caso fue que en el mensaje también se incluía una oferta para combatir al lado de la Wehrmacht. Asimismo, era chocante que todo el regimiento estaba integrado por cosacos. ¿Por qué estos hombres con fama de feroces guerreros no habían querido disparar ni un solo tiro contra los alemanes?
Los cosacos habían servido a los gobernantes de Rusia desde el siglo xvi. Combatían en los ejércitos de los zares –principalmente, como caballería ligera–, ayudando a conquistar nuevas tierras o a sofocar revueltas. A cambio, gozaban de una amplia autonomía en los territorios que habitaban, donde, para gobernarse, aplicaban formas democráticas en las asambleas con que se regían.
Su ferocidad en el