Era tan entusiasta con Alejandro que usaba ciertas armas y copas que pensaba que habían pertenecido a él”. Así resume el historiador Dion Casio la obsesión que el emperador Caracalla sentía por imitar al conquistador macedonio. Y no fue un caso aislado entre los prohombres de Roma: muchos de ellos se compararon con el miembro más célebre de la dinastía argéada. Siglos después de su muerte, el recuerdo de Alejandro Magno aún resonaba por todos los rincones del mundo antiguo. Esclavos y reyes quedaron fascinados por sus hazañas como gobernante y conquistador. Ni siquiera Roma, que derrotó uno tras otro a los reinos helenísticos surgidos del gran Imperio macedonio, pudo resistirse a la épica de su leyenda.
Esta fascinación comenzó ya en tiempos de la República. Publio Cornelio Escipión fue uno de los primeros en querer equipararse a Alejandro Magno. En su famosa conversación con Aníbal en Éfeso, tras su duelo en la batalla de Zama –punto culminante de la segunda guerra púnica–, el romano y el cartaginés debatieron sobre cuál de los dos era mejor general, y