Hazte más fuerte que los romanos u obedécelos!”. Con esta lapidaria sentencia, Cayo Mario, uno de los hombres fuertes de la República romana, aplacó las ambiciones de Mitrídates VI, rey del Ponto (132-63 a. C.), un estado de Asia Menor que ansiaba anexionarse Capadocia. Era el año 98 a. C., y la ciudad del Tíber, primera potencia del Mediterráneo, no iba a consentir semejante desafío a su poder por parte de ese joven monarca. Mitrídates VI se marchó del encuentro con Mario con el rabo entre las piernas, aunque por poco tiempo. El rey se había precipitado, pero no tardaría en convertir en consejo la bravuconada del prohombre romano: reuniría fuerzas para desafiar con garantías a la urbe.
Las ansias de Mitrídates por combatir a Roma respondían a su voluntad de emular a Alejandro Magno. El rey del Ponto aseguraba descender del conquistador macedonio y de Ciro el Grande, fundador del Imperio aqueménida. Los cronistas del Ponto “forzaron” su árbol genealógico para conseguir cuadrar el parentesco con tan ilustres personajes. Vincular su linaje a esos dos prestigiosos ancestros no era solo una cuestión de