“SOY EL GUARDIÁN DEL GLA CIAR” afirma Andrea Carretta. No es presunción, sino un simple reconocimiento por su servicio. El guardabosques de 46 años se inclina despacio hasta arrodillarse. En voz baja le pide permiso al glaciar para conducirnos por el hielo recóndito.
Estamos en el acceso al glaciar Exploradores, ubicado en el Parque Nacional Laguna San Rafael, en el sur de Chile. Comienza septiembre, una temporada con poca lluvia y pocos turistas. El cielo gris se alza imponente y el bosque denso se va esfumando. Nos amarramos crampones en las botas para alpinismo y avanzamos, haciendo crujir el suelo, por un terreno resbaladizo de sedimento de morrena que de repente desciende en cascada y nos regala un paisaje vertiginoso de macizos de hielo y lagos glaciares con tonos de menta. La autoridad primigenia de Exploradores exige respeto, incluso de alguien como Carretta, quien visita el glaciar todos los días a pie y con frecuencia pernocta en sus faldas, en una cabaña de una habitación que calienta con una chimenea y donde cena comida enlatada. Como visitante primerizo, el glaciar