Si bien hubo antecedentes a la renuncia al papado en una fecha tan temprana como el siglo III, la de Celestino V en el siglo XIII fue sin duda la más sonada y estuvo envuelta en enigmas respecto a las circunstancias del fallecimiento del pontífice, probablemente debido a un asesinato. Humilde ermitaño, Celestino fue elegido Papa y ocupó brevemente el trono de san Pedro antes de abdicar por considerar inapropiada la función papal con la dedicación a una vida santa y evangélica. Se trata, sin lugar a dudas, del acontecimiento más singular en toda la historia del papado.
En la quinta sesión del Segundo Concilio de Lyon en 1274, el papa Gregorio X estableció por vez primera en su constitución Ubi Periculum, en el marco de la elección del pontífice, el cónclave (que significa «lugar cerrado con llave», pero también, por extensión, «asamblea de los cardenales reunidos para elegir al Papa»). De hecho, fue con este papa que dicho término aparece por vez primera en las instituciones de la Iglesia católica. No obstante, la singularidad histórica de este nuevo estatus «electivo» no se debe a las instancias eclesiásticas como cabe esperar, sino sorprendentemente a la «acción popular», exasperada por la excesiva demora de la elección de aquel Papa (Gregorio X).
ORÍGEN HISTÓRICO DE LOS CÓNCLAVES
La demostración de fuerza e indignación del pueblo sentó las bases, más allá de unas circunstancias inauditas, de un nuevo respecto al mecanismo de la elección papal. Veamos brevemente