Una rápida mirada basta para reconocerlo. Se nos presenta desnudo, en posición erguida y con alas en la espalda. Su rostro fiero exhibe caninos afilados y una mueca agresiva como de bestia que se apresta a morder. Es él, el rey de los lilû, las hordas de vientos malignos. Es Pazuzu, la entidad que, en el último medio siglo, ha acabado por convertirse en el demonio más famoso de la Mesopotamia antigua. Lo hemos visto ilustrando las portadas de discos de heavy y death metal, protagonizando la historieta El demonio de la torre Eiffel de Jacques Tardi y, sobre todo, aterrorizando a generaciones enteras de espectadores gracias a la película El exorcista.
Y, sin embargo, para la historia y la asiriología, Pazuzu sigue rodeado de incógnitas. Esta criatura monstruosa irrumpió en el panorama cultural mesopotámico en el primer milenio a. C., en una época más bien tardía, cuando el territorio entre los ríos Éufrates y Tigris ya contaba con 2.000 años de historia escrita. ¿Por qué se popularizó Pazuzu en ese momento y no en otro? ¿De dónde procedía? La aparición súbita de Pazuzu en el contexto del Próximo Oriente sigue siendo una de las cuestiones más debatidas por los expertos en asiriología.
Algunas hipótesis apuntan que podría tratarse de una creación ex novo hecha para hacer frente a una nueva necesidad, a una insólita situación de naturaleza terapéutica, quizás, que requería una intervención divina poderosa capaz de redimir en lo posible la fragilidad de la existencia. El asiriólogo holandés F.A.M. Wiggermann, de hecho, sostiene que quizás la inclusión teológica de Lamaštu, la feroz hija del dios Anu, dentro de la familia de los vientos lilû, hizo necesario recurrir a la intervención de un viento todavía más poderoso para expulsarla y alejarla de las casas: así habría nacido Pazuzu.
Una de las