RECUERDO LA ÚLTIMA VEZ QUE ME MONTÉ en un Audi TT Coupé. Era la versión quattro Sport, el canto del cis-ne de la primera generación de es-te modelo, que se conoce como 8N. Corría el año 2006 y, claro, yo no sabía que a la larga ya no iba a vol-ver a conducirlo, o que tampoco iba a volver a escribir de él.
Pero sí recuerdo ese momento: se presentaba a una comparativa en la que sus rivales eran el Mazda RX-8 y el Alfa Romeo Brera. La idea era la de encontrar la mejor receta para un deportivo: la opción trans-gresora