“Mi vida se está acabando”, dice Naomasa Kimura mientras se come un bol de arroz con chuleta de cerdo frita acompañada de salsa agridulce. “Es demasiado. Le prometí a mi mujer que sería la última vez que lo intentaría”. El gestor de inventario de una empresa de tractores de Osaka, de 41 años, está apiñado en un restaurante junto a otros hombres que comen el mismo plato que él en el lujoso pueblo de casas de madera de Komagane, en el valle que separa los Alpes japoneses centrales de los del sur.
Es una tarde húmeda y fresca de junio. La mayoría de los hombres son enjutos y tienen las piernas musculosas, y algunos de ellos llevan camisetas de otras ultras. Todos han corrido una maratón en menos de 3:20 h durante el año pasado (la mayoría en menos de 3 h), un logro que les permite cumplir con uno de los requisitos previos para ser invitados al evento de selección de atletas que se celebra el día siguiente: una prueba de dos días para clasificarse para la Trans Japan Alps Race (TJAR) que se celebra cada dos años en agosto. La colosal lista de requisitos de entrada y los logros físicos necesarios son tan exigentes y enrevesados que calificarse para obtener uno de los 30 puestos en la carrera puede llegar a ser más duro y peligroso que la propia carrera.
Aproximadamente unos 70 solicitantes presentaron la documentación con sus tentativas de cumplir con los requisitos. Con solo 60 puestos disponibles, 59 corredores se ganaron la entrada a la prueba de dos días, de lo que fueron avisados con un mes de antelación. Los que se califiquen para la TJAR tendrán que correr unos 412 km hacia el sur desde el mar de Japón hasta el océano Pacífico, cruzando tres prefecturas y tres cadenas montañosas con una diferencia de altitud de 27.000 m. O lo que es lo mismo, subir y bajar los 3.700 m del monte Fuji desde el nivel del mar siete veces durante ocho días seguidos, sin ayuda de nada, y en agosto, el mes más húmedo del año en Japón, justo en el punto más fuerte de la temporada de tifones. Cruzar la meta ya está considerado digno de honor, y por eso ningún corredor, ni siquiera el que queda primero, recibe un premio en metálico o un trofeo. La recompensa es entrar en este grupo de finishers.
“Me está pasando factura físicamente el entrenamiento”, dice Kimura mientras el resto a su alrededor mueven la cabeza y se ríen. Uno de ellos, Yusuke Hayashida, de Tokio, saca el perfil de Strava de Kimura en su móvil y lo va pasando. Parece que se les van a salir los ojos de las órbitas cuando lo leen y se les escapa un “¡ooooh!” exagerado. Desde marzo ha hecho una carrera de entrenamiento de 100 km todos los fines de semana, y a veces corre 50 km antes de entrar a trabajar. Ya