a mujer de grandes ojos color miel irradia decisión. Hay feminidad tradicional en su piel de alabastro, en sus mejillas sonrosadas, en sus bucles perfectamente peinados, en la fina blonda que decora sus hombros y en la delicadeza con la que sostiene el pincel. Además, se ha ataviado con sus mejores galas: una falda clara y brillante, tal vez de seda, bajo una capa que podría ser de terciopelo. Luce perlas en la muñeca y en torno a la garganta. Un atuendo de tonos discretos pero lujoso, quizá más propio de un baile que de la tarea que se dispone a desempeñar: pintar un cuadro al óleo. Pero la gracia y la suavidad, aunque presentes, no son sus principales atributos. La pose erguida, realzada por una recia columna al fondo, los labios ligeramente fruncidos en un gesto de concentración, la tenue sombra: la belleza y el talento tienen fecha de caducidad. Pero a nadie engaña esta concesión moralista a la modestia. En la mirada de Michaelina Wautier (1614-1689) no hay ni una pizca de humildad. Tampoco tendría por qué haberla. Aunque largamente olvidada, o relegada por la historia del arte a una nota a pie de página aquí y otra allá, todo apunta a que esta pintora flamenca gozó de un gran prestigio en vida y recibió encargos de primera categoría.
MICHAELINA WAUTIER CINCO SENTIDOS, UNA SENSIBILIDAD
May 17, 2023
5 minutos
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