ROMA.- El centro de Nápoles abunda en excentricidades y contrastes. Cualquier italiano lo sabe. El barullo es constante. El tráfico ciudadano, una experiencia de vértigo. Los motociclistas sin casco, las estruendosas cogorzas (borracheras) nocturnas de nativos y turistas, los sin techo que vagan y revuelven en la basura, los camiones de frutas y verduras que se encallan en las calles y braman con la bocina, la gente que grita: todo es ruidoso, exagerado, pantagruélico.
A cambio, la ciudad proporciona escenas pintorescas y alegres, la gente suele ser muy acogedora, la cocina local enloquece cualquier paladar. Desde hace varios meses, sin embargo, el paisaje urbano de la ciudad ha sufrido modificaciones. Banderas y lazos albicelestes han sido colocados prácticamente en todas las calles, atraviesan edificios y palacios, rodean y decoran estatuas, carteles, restaurantes, bares, tiendas, supermercados. Y junto a ellos también sobresalen decenas de gigantografías, láminas y murales de futbolistas diseminados por todos lados.
Retratan a los , los jugadores de un equipo joven entrenado por el detallista Luciano Spalletti que está integrado por un conjunto multiétnico capitaneado por el italiano Giovanni Di Lorenzo. Son caras de jugadores que no pertenecen al Olimpo de las mayores potencias futbolísticas; algunos proceden de países que pocos napolitanos podrían encontrar en un mapa.