En Estados Unidos, la primera experiencia violenta vinculada indirectamente al mundo del trabajo fue la de los Molly Maguires, organización secreta de carácter "vigilante" nacida en Irlanda como grupo de resistencia antiseñorial en la década de 1840 e implantada entre la minoría irlandesa que trabajaba en las minas de antracita de Pensilvania en la década posterior a la Guerra Civil (1865-1875). Sus afiliados perpetraron incendios criminales y ataques contra ingleses, galeses o escoceses y asesinaron a patronos o policías, aunque sus acciones no estaban relacionadas directamente con los conflictos laborales». Así resume el historiador Eduardo González, en su libro El laboratorio del miedo (Crítica, 2013), aquella década en la que los Molly Maguires, mitad organización criminal y mitad sindicato, sembraron el terror en las cuencas mineras del valle de Pensilvania.
Para entender su historia hay que remitirse al profundo proceso de urbanización que sufrieron los Estados Unidos a partir de 1830 y que convirtió al país, a fines de ese siglo, en uno de los más urbanizados de Occidente, tras el Reino Unido, Holanda, Bélgica y Alemania.
«La transformación del paisaje urbano fue tal, que ya en 1872, los líderes políticos reconocieron implícitamente que la ciudad se estaba convirtiendo en el hábitat dominante e hicieron del paraje de Yellowstone el primer Parque Nacional», relata la historiadora Aurora Bosch en su libro Historia de Estados Unidos (Crítica, 2005).
Como mano de obra, los empresarios se sirvieron de los millones de inmigrantes europeos que llegaban al país, en ocasiones, traídos directamente por agentes enviados a los diferentes países por las propias empresas para aprovecharse de su pobreza, bajo la falsa promesa