El estudio de unos denarios de plata del siglo ix sacó a la luz un inusual monograma que, según los investigadores Michael E. Habicht y Marguerite Spycher, cabría adjudicar al misterioso pontífice Juan Ánglico, la identidad masculina de la papisa Juana. De acuerdo con estos autores, Juana siguió a Benedicto III (855-858) y antecedió a Nicolás I (858-867) en el papado. Sin embargo, un posible error numismático no basta para avalar una teoría que se empezó a fraguar allá por el siglo xiii, cuando diversos escritos coincidieron en dar forma a un personaje sobre el que han corrido ríos de tinta.
De ella habló, por ejemplo, la Chronica Uni pisa y versalis Mettensis, del dominico borgoñés Jean de Mailly, quien, en su narración, presentaba a una mujer disfrazada de hombre que, en torno al año 1100, ascendió al papado y, tras ser desenmascarada en el momento de dar a luz, fue arrastrada por un caballo y lapidada por el pueblo hasta su muerte. De Septem donis Spiritus Sancti, obra de Esteban de Borbón, se ceñía a ese modelo, y, unos años más tarde, Martín de Opava —también llamado Martín de Troppau o Martinus Polonus—aportaba su visión en el Chronicon Pontificum et Imperatorum, que conocería tres ediciones en 1268, 1272 y 1277.
Este último fue el primero en «bautizar» a la pa fijar su lugar de nacimiento en Maguncia, si bien el apelativo «Anglicus» podría apuntar al origen inglés de su padre. Se trata, sin duda, del documento más interesante para acercarnos a esta mujer, que, según Martín, siguió a León IV (847-855) a la cabeza de la Iglesia católica. Vestida con hábito masculino, acompañó a su amante a Atenas, donde sobresalió en el estudio de las ciencias, y en Roma llegó a contar con numerosos discípulos, a los que instruyó en el Trivium (gramática, retórica y lógica). Tras la muerte del papa, se