INTERNACIONAL /EUROPA
MADRID.- Desde el lunes 3 la bandera de Finlandia, miembro 31, ondea en la sede de la Alianza Atlántica (OTAN) en Bruselas. El ingreso de esta nación –y, salvo sorpresa, el de Suecia– marcará un profundo cambio geopolítico en la región y un tirante reajuste en el orden mundial con el trasfondo de la guerra en Ucrania.
Se hizo realidad la peor pesadilla de Moscú: tener a sus puertas un nuevo territorio de la OTAN. No es asunto menor si se considera que los mil 340 kilómetros de frontera de Rusia con Finlandia duplican los mil 200 kilómetros que ya compartía con otros países de la alianza (Noruega, Letonia, Lituania, Estonia y Polonia).
Se cumple así la predicción que lanzó Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN en la Cumbre de Madrid, sobre que “Putin quería menos OTAN en sus fronteras y ahora tiene más”.
La invasión rusa a Ucrania fue el detonante por el que ambos países nórdicos solicitaron su ingreso a la OTAN, abandonando su histórica neutralidad. “Para Helsinki y Estocolmo este paso es una respuesta a su principal amenaza de seguridad: Moscú”, escribió Jesús Núñez, codirector del Instituto sobre Estudio de Conflictos y Acción Humanitaria, en un artículo publicado en El País en mayo pasado, cuando ambos países solicitaron integrarse al bloque atlántico.
Y añadía que abandonar “su histórico no alineamiento es la prueba más clara del temor