Nada más comenzar la sublevación, el general Emilio Mola ordenó el traslado de José Sanjurjo a Burgos para dirigir el golpe. Su avión no logró completar el despegue y, aunque el piloto sobrevivió, el militar murió aquel 20 de julio de 1936. Apenas mes y medio después, Manuel Goded, detenido y acusado de traición, fue fusilado en los fosos del Castillo de Montjuic. La misma suerte correría el abogado y general Joaquín Fanjul. Entre el 20 de julio y el 17 de agosto, tres destacados mandos, veteranos experimentados en importantes campañas bélicas, desaparecieron del tablero de juego obligando a los conspiradores contra la República a reorganizar sus planes a la carrera.
Un año más tarde, la muerte del propio general Mola cayó como una losa entre las filas sublevadas. De inmediato se desataron los rumores y las sospechas que apuntaban a la participación de Francisco Franco en un accidente fatal tan conveniente para su llegada al poder como inoportuno para el discurrir de la guerra.
Las insinuaciones fueron calificadas de inmediato como «propaganda republicana» destinada a intoxicar y menoscabar el ánimo de la derecha. Sin embargo, a pesar de que Franco ya ostentaba el liderazgo militar y político en