EN EL SIGLO XIX, LO MÁS CHIC ENTRE LOS MÁS EMPIN-GOROTADOS DE LA GRAN BRETAÑA ERA ORGANIZAR EN SUS MANSIONES UN CURIOSO ESPECTÁCULO A LA SOBREMESA, LA HORA DEL TÉ O TRAS LA CENA: MOSTRAR A SUS AMISTADES SU ÚLTIMA Y DISPENDIOSA AD-QUISICIÓN, UNA MOMIA AUTÉNTICA, RECIÉN TRAÍDA POR ENCARGO, Y OFRECERLES LA OPORTUNIDAD DE OBSERVAR DE CERCA CÓMO EL ANFITRIÓN PROCEDÍA A RETIRAR SUS VENDAS CONCIENZUDAMENTE, ECHÁNDOLE VALOR, PUES YA SE IBA CONOCIENDO LA FAMA DE VENGATIVOS DE ALGUNOS DE ESOS AÑEJOS EGIPCIOS.
Aquel delirio fue solo uno de los capítulos históricos de la fascinación que provocaron las momias. El primero de todos fue la obsesión por usarlas como medicina hasta para el alma. Todavía en el XIX se despachaban en cualquier farmacia que se preciase, junto a otros "animales enteros usuales" y demás ingredientes sorprendentes que repasa Miguel Ángel Ordóñez en en Culito de Rana: remedios mágicos (Modus Operandi), de reciente publicación.