MEDICINA CANÍBAL
Cuando oímos la palabra «momia», casi todos imaginamos un cadáver del Antiguo Egipto, conservado gracias a las técnicas de embalsamamiento. Muy pocos saben, sin embargo, que este término tiene un origen singular, cuyas implicaciones van más allá de las puramente lingüísticas pues, por insólito que parezca, su uso está vinculado con una de las prácticas más macabras y esperpénticas de la historia de la medicina: durante varios siglos, desde la Edad Media hasta el siglo XIX, incontables médicos y cirujanos de toda Europa recomendaron el consumo de carne humana momificada para tratar los más variados padecimientos. Una costumbre que, vista con los ojos actuales, resulta al mismo tiempo repugnante y éticamente reprobable, pero que solo es la punta del iceberg de una serie de prácticas de supuesto uso terapéutico que los historiadores han bautizado como «medicina caníbal» o «canibalismo medicinal».
Todo comenzó en la Antigüedad clásica. En aquellos tiempos, y gracias a las recomendaciones de médicos de la época como el griego Dioscórides (siglo I a.C.) o Galeno de Pérgamo (siglos II y III d.C.), se hizo popular el uso de ciertos materiales orgánicos derivados del petróleo, como el betún de judea –Judaicum bitumen–, con fines medicinales, con el fin de tratar distintos tipos de dolencias, en especial heridas y fracturas. El éxito comercial de aquella práctica provocó el agotamiento de dicha sustancia en tierras de Palestina, por lo que los comerciantes buscaron un sustituto para mantener su lucrativo negocio. En su búsqueda, hallaron una sustancia similar en algunas cuevas
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